viernes, 31 de julio de 2009

BOBBY ROBSON (1933-2009): PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD


Tratando de repetir la fórmula del éxito proveniente de tierras inglesas con Terry Venables, a mediados la década los noventa llegaría a los banquillos del FC Barcelona Bobby Robson. Ex técnico de la selección inglesa, Robson daría el salto al continente para entrenar en los Países Bajos a aquel PSV Endhoven de los hermanos Ronald y Erwin Koeman que pusieron el broche a una década de ensueño para la entidad con sede en el Phillips Stadium— y en Portugal (Sporting y Porto). Aval suficiente para que José Luis Núñez, en los estertores de su actividad al frente de la entidad blaugrana— buscara en Robson un entrandor apto para tomar la delantera a un Madrid que cuajaba buenas temporadas en los finales de un (medio) siglo de oro para los merengues. Robson llegó, vio y venció. Pero, una vez más, lo caprichoso del balompié hicieron que con tres títulos saliera por la puerta de servicio, al tiempo que se anunciaba un nuevo entrenador que no diera el perfil de técnico en la edad de la prejubilación. Lejos de ganarse la animadversión de algún que otro aficionado, directivo o jugador con declaraciones intempestivas, Robson siempre mantuvo la compostura, fiándolo todo al infortunio o lo aleatorio del destino en aras a buscar justificación a su salida del FC Barcelona. Ejemplos recientes de esa forma displicente de actuar de equipos directivos hermanados con cuerpos técnicos que visten Emidio Tucci y que hacen de la retórica el argumento de sus vidas deportivas tras colgar las botas; ocupan el cargo, se marcan objetivos más altos que los precedentes y empiezan a hacer limpieza en los banquillos. No se sabe porqué razones pero alguien debió pensar que ese entrenador «puente» llamado Robson cumpliría el expediente y, como tantas veces en Can Barça, la puerta... de servicio estaba abierta de par en par; mal endémico que se repite temporada tras temporada, cobrándose un nuevo caso en el año de otro triplete pero este de mayor calado: Champions League obliga —con Samuel Eto’o al que la directiva ha evitado a toda costa una despedida frente a la afición que aplaudió sus más de cien goles a lo largo de cinco temporadas. El camerunés ha recalado en el Inter de Milán que dirige con mano de hierro Jose Murinho, el que había sido el segundo de Robson en su fugaz paso por el club catalán. Visto lo visto, poco aprendió Mourinho del savoir faire de Robson, siempre solícito a brindar una sonrisa y presto a expresar, a través de los gestos, el sentimiento del aficionado culé cuando, a modo de ejemplo, salió como un resorte del banquillo de Balaidos para ponerse las manos a la cabeza tras el golazo precedido por un slalom que se marcó Ronaldo (Nazario), un jugador que ya había despuntado en el PSV Eindhoven post-Robson.
Uno no puede recordar la «literalidad» de sus pensamientos, aunque sea de un tiempo ya lejano en el calendario (que resultan los que perviven con mayor fuerza en nuestra memoria), pero presumo que me sentí profundamente decepcionado ante la salida de Mr. Robson. Mi impresión debía ser algo parecida a expresar: "vale, ganas en el terreno de juego, te comportas como un caballero fuera de él, y luego te dan la patada: ‘Bonita’ lección'”. Pero sigo aferrándome a esa idea de sacarme el sombrero ante aquellos que hacen de la generosidad y la bondad dos de los puntales de sus vidas. Todo lo que he leido, visto y escuchado de Bobby Robson se corresponden con este semblante. Más allá de los copas que logró al frente de un equipo liderado por Ronaldo en su plenitud física, el recuerdo más poderoso que guardo de Mr. Robson es un humanismo revestido de simpatía y franqueza; límpia como sus ojos de un azul intenso... Un gentleman en toda regla. Quisiera pensar que Bobby Robson nos ha dejado para volar hacia la luna. Él tatareaba a Frank Sinatra con el mismo empeño que celebraba las sesiones de entrenamiento en can Barça sintiéndose vestido de corto ese joven, por momentos, que había debutado en el Fulham FC, decano de los clubs londinenses. Han pasado infinidad de jugadores y un buen número de entrenadores por el FC Barcelona, pero desde lo que pueda alcanzar mi memoria hay dos que tengo en un pedestal por ser sendos patrimonios de la humanidad y de la humildad: Sir Bobby Robson y Enrique Castro González, Quini. Mientras mi ídolo asturiano resiste la embestida de la enfermedad, Bobby, el gran Bobby se ha ido para siempre... pero no de nuestros corazones. Vaya para Mr. Robson esta minúsculo dedicatoria con un tema del croner que hizo tantas veces de hilo musical de sus oidos en desplazamientos en autocar o en avión por medio mundo. Devolviendo el cumplido que tributó a la afición barcelonista en la Plaça Sant Jaume para festejar las victorias del equipo de fútbol en esa temporada 96/97, de justicia sería que entonáramos al unísono: «sempre et portaré el meu cor».
Escuchar, a modo de homenaje a Sir Bobby Robson, My Way, cantada por Frank Sinatra

martes, 28 de julio de 2009

LA «TRAVESÍA ATLÁNTICA» DE LOS ERTEGÜN

En octubre de este año se celebra el 25 aniversario del Rock ‘n Roll Music Hall of Fame, que hasta la fecha ha tenido nombres de enjundia entre los galardonados anualmente. Detrás de esa iniciativa que surgió hace un cuarto de siglo se situaban los hermanos Ahmet (1923-2006) y Negushi Ertegün (1917-1989), fundadores, junto a Herb Abramson, de Atlantic Records. Poco podrá decir este sello a aquellas nuevas generaciones que las únicas tiendas musicales que frecuentan son las virtuales que propician descargas en formato mp3 o similares. Pero si nos paseamos por las tiendas musicales tangibles que aún existen, sobre todo en la sección de series medias, el logo de Atlantic Records —una A mayúscula acompañada de una suerte de holograma— asoma en numerosos CD’s. Es evidente que de todo hubo en la viña de los Ertegun Brothers, pero a ellos se les debe, por ejemplo, el arrojo de haber contratado a un invidente, Ray Charles, cuando pocas discográficas daban un dólar por él. Devorados por una pasión febril por la música de jazz, el soul, el blues y el rhythm & blues, estilos que habían mamado al poco de desembarcar en el muelle de Nueva York tras un largo viaje que recorría el Mediterráneo y el Océano Atlántico, los Ertegun se situarían con el tiempo entre la selecta comunidad de turcos-americanos que hicieron fortuna en el siglo XX. Munir Ertegün, el patriarca, ya había cosechado méritos para ello al asumir el cargo de embajador de Turquía en los Estados Unidos. La muerte le sobrevino en 1944, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. De las enseñanzas de sus progenitores, los hermanos Ahmet y Negushi extrajeron la fuerza de voluntad necesaria para empezar a gestar un proyecto a largo plazo con la pasión por la música como principal bandera. Pero el camino hacia el éxito tuvo un principio vector al saber discernir el grano de la paja. Un montón de anécdotas dan fe del buen tino, sobre todo del menor de los hermanos Ertegun, a la hora de apostar por nuevos talentos de la música.
Revisar la historia de Atlantic Records es equivalente a proponer un viaje por la etapa más fecunda, a nivel de creatividad, de la música popular del siglo XX. Las raíces del blues o el soul de Aretha Franklin u Otis Reding darían lugar a ese tallo que se correspondería con el rock vitaminado de Led Zeppelin y que derivaría a sí mismo en la confección de múltiples hojas correspondientes a muy diversos estilos. Esa planta que contribuyeron a germinar los Ertegun y Abramson aún se sostiene merced al impulso de nuevas generaciones, pero también de nombres ilustres que habían recalado en una compañía que hablaba el mismo lenguaje que ellos. Quizás algún día sepamos reconocer en Europa la gran aportación a la música que hizo Atlantic Records, un sello desprovisto de ese márchamo elitista, capaz de aglutinar estilos tan dispares como los de Led Zeppelin o el que compete a Wilson Pickett. En ningún caso se trataba de una producción en serie; el «orfebre» Ahmed no lo hubiera permitido incluso en aquella época donde creyó que el soccer podría ser otra apuesta... a largo plazo. A fuer de ser sinceros, vistos los resultados de la Copa Confederación Sudáfrica ’09, esa semilla de oro (Johann Cruyff, Franz Beckenbauer y Cia no se dejaban convencer precisamente por un plato de lentejas) llamada Cosmos que se había plantado a caballo entre los años setenta y ochenta ha dado sus frutos. Con estos dos frentes —la música y el soccer— la imagen de visionario iría tomando cuerpo, pero desde hace tres años tan sólo nos queda el alma de un gigante de la producción musical. No puede decirse que murió sobre los escenarios... pero casi. Una caída sesgó su vida mientras asistía a un concierto de los Rolling Stones. El documental Shine a Light (2008) iría dedicada a su memoria. Un tributo que tendría la bendición de un auténtico who’s who de la música con letras mayúsculas y que, a unos meses vista, se producirá otro momento para el recuerdo cuando salten al escenario Simon & Garfunkel, Aretha Franklin, Eric Clapton, Crosby, Stills, Nash & Young (?), Bruce Springsteen y un largo etcétera. Más que la efemérides en sí misma, la reunión de esta constelación de estrellas se debe, en buena medida, a sus fundadores, los hermanos Ertegün. Esos dos días de octubre, coincidiendo con la semana de Halloween, el cielo se vestirá de una lluvia de estrellas presidiendo la función una luna de color níveo en honor al país que vio nacer a dos leyendas de la música que operaban desde sus despachos pero también desde los estudios de grabación.

sábado, 25 de julio de 2009

EL DEMONIO, LA CARNE Y EL PERDÓN

Quizás más que ningún otro colectivo, los dirigentes políticos suelen estar en el punto de mira de organizaciones terroristas o paramilitares. A menudo se descuida el factor que, de haber salvado el pellejo algunos de ellos en un determinado atentado la aplicación de la política a seguir pueda subir uno o varios grados de dureza. Parapetados en el sentimiento que, en cierta forma, «han-vuelto-a- nacer» esas políticas relativas a la seguridad nacional tienen en la inflexibilidad el norte que preside sus actuaciones, corrigiendo y aumentando esa lucha sin cuartel con los «enemigos del pueblo» en forma de bandas u organizaciones terroristas cuyas siglas son sinónimo de amedrantamiento a los ojos de una sociedad decidida a vivir en paz. Digamos que cada ciudadano del país donde reside y/o donde ha nacido conoce estas «interioridades»: el frustrado atentado del por aquel entonces aspirante a ocupar plaza en la Moncloa José María Aznar en 1995 con un coche bomba cuyo blindaje le salvó de una muerte segura; el asesinato de los padres del actual primer mandatario de Colombia Álvaro Uribe a manos de las FARC, o el intento de sesgar la vida de la Primera Ministra Margaret Thatcher en 1984 en un atentado acaecido en el interior del Brighton Hotel. De este funesto episodio dentro de unos meses se cumple el 25 aniversario. Se presume que será un acto, como tantos otros, que servirá para honrar a aquellos que perecieron en una masacre que conmocionó en su época a la opinión pública británica. Cinco miembros de los tories (el Partido Conservador Británico) y un total de treinta y cuatro personas heridas fue el siniestro balance que, sin embargo, no cumplió el objetivo final de sus autores materiales: Margaret Thatcher. Esa imagen de «Dama de Hierro» —el sobrenombre con el que se la sigue asociando— saldría más que nunca reforzado a partir de aquel 12 de octubre de 1984. Sus políticas represoras tomaron un cariz impregnado de un aroma de venganza, de ajuste de cuentas, que podría motivar las airadas críticas de los sectores más progresistas de la sociedad británica —en su voluntad de hacer del pactismo una salida plausible al conflicto— que se posicionaron frente al denominado thatcherismo. Pero el odio es como un virus que reacciona de forma diferente en función del huésped sobre el que actúa. Un odio que, en el caso de Joanna Cynthia Berry mutaría hacia el espectro del afecto para con Patrick Magee (ver foto de ambos), el principal «verdugo» de su padre, Sir Anthony Berry (1928-1984). Con la idea de buscar respuestas a la sinrazón de aquella masacre, Jo Berry viajó hasta Irlanda, trató de pulsar el estado de las cosas, y finalmente decidió visitar a Patrick Magee en la prisión donde estuvo confinado hasta su liberación en 1999, dentro de los acuerdos de Viernes Santo que daban por finiquitada la lucha armada por parte del IRA, a pesar que aún quedarían rescoldos por apagar en forma de facciones enrrocadas en el concepto de «autenticidad». De aquel encuentro surgió una amistad, unos vínculos emocionales que han llevado a la determinación de Jo Berry para que Magee asista a los actos en honor de la persona que, con su actuación, dictaminó la sentencia de muerte del progenitor de ésta. Un gesto que podrá revolver el estómago a muchas de las víctimas del terrorismo del IRA. Ni siquiera la gemela de Jo, Antonia Ruth Berry, presumiblemente comparta su decisión o toma de postura. El arrepentimiento de Magee no debería ser eximente para que, desde hace tiempo busque el perdón entre aquellos británicos conservadores cuyas vidas valían años atrás su peso en carne. Pero ese es, lo queramos o no, un acto de reconciliación que la especie humana debe estar dispuesta a admitir para acabar de una vez por todas con esa lacra llamada terrorismo. El demonio (del terrorismo), la carne (de las víctimas) y el perdón (de la sociedad).

lunes, 20 de julio de 2009

EL LADO OSCURO DE LA LUNA

Advertido por Tomás Serrano, un habitual seguidor del blog, y por mi amigo Jordi Busquí, al fin he tenido ocasión de ver el falso documental Opération lune (2002) que tiene entre sus protagonistas a Stanley Kubrick. A través de uno de los canales satélite —valga el símil ya que entramos en harina espacial— de TV3, la televisión autonómica catalana, se emitió el pasado día 7 de julio esta obra casi de tapadillo. Paso, pues, a hacer el enlace del (falso) documental en cuestión. Aunque el audio es en catalán creo que si se presta atención se puede seguir bastante bien para los que no estén familiarizados con la lengua de Josep Pla. Es posible que en internet exista el documental en lengua castellana pero dudo que la calidad de imagen sea tan buena como la que sigue.

Ver documental Operación luna / Operació lluna (2002)


Una vez visto el documental parece razonable pensar que detrás de este proyecto —que presumiblemente se empezaría a gestar tras la muerte de Stanley Kubrick en marzo de 1999—existe alguien que ha hecho de la cinefilia casi un dogma de fe. Está claro, se debió interrogar William Karel (natural de Túnez) que para convencer a Christiane Kubrick y Jan Harlan —la viuda y el ex cuñado del director de La naranja mecánica, respectivamente— de la bondad del proyecto el listón de exigencia debía estar alto. Si no fuera así, me temo que ambos hubieran declinado la propuesta sin demasiados miramientos. Los hermanos Christiane y Jan debieron cavilar, acercarse al jardín de la mansión de St. Albans donde se haya enterrado Stanley y buscar su aprobación. La respuesta afirmativa desde el más allá del director neoyorquino, a través de sus seres queridos, supongo que sonaría a música celestial para Karel: aquella idea tocada por la genialidad se llevaría a término. Lo paradójico del caso es que si se le hubiera propuesto el asunto a Stanley Kubrick mientras seguía vivo seguramente no hubiera aceptado, pero una vez muerto daría su beneplácito...
A cuarenta años de la llegada del hombre a la luna este falso documental aporta un planteamiento del todo novedoso que creo no disgustará ni a los defensores de montajes «espaciales» (que deben venerar Atmósfera Cero, dirigida curiosamente por Peter Hyams, el responsable tras las cámaras asimismo de 2010: odisea dos, la continuación de 2001: una odisea del espacio) ni a los que se aferran a una verdad irrefutable. Operátion lune es un dechado de aciertos que trabaja en los márgenes de la sutilidad a través de las pistas sonoras —por ejemplo, la música de Nino Rota para El Padrino se escucha cuando asistimos a la explicación del lobby, repartido en tres grandes estados, que mueve los hilos de la guerra de las galaxias—, de los nombres de los (falsos) personajes —Eve Kendall y George Kaplan, los personajes de Con la muerte en los talones, forman parte de esta trama de espionaje que lleva a la CIA hasta los confines del Vietnam; Ambrose Chapel, el local del taxidermista en El hombre que sabía demasiado (1956), otra referencia hitchcockiana; Bob Stein cobra una nueva identidad en la clandestinidad, la de W. A. Koningsberg, el verdadero apellido de Woody Allen, otro judío que no cree en Dios—. Pero, a veces esa sutilidad se torna en un humor cáustico cuando nos presentan a la supuesta hermana del astronauta Buzz Aldrin, María Vargas —la condesa descalza de Joseph L. Mankiewicz—como un adefesio que la cámara repele.
Muchas veces se puede tener una brillante idea pero luego a la hora de plasmarla la cosa puede fallar. No es el escenario de Opération lune porque Karel ha tenido la dicha de contar, además del placet de familiares muy cercanos de Stanley Kubrick, con los verdaderos Henry Kissinger y Donald Runsfeld, entre otros, que se han prestado a esta farsa que parece tener el punto de mira constantemente puesto en ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú. En boca del narrador se dice que Richard M. Nixon tenía este film entre sus favoritos. A saber si era cierto, pero aunque hubiera sido una pura invención resulta bastante sugestivo pensar en esta hipótesis por cuanto uno de los personajes que encarna el poliédrico Peter Sellers, el del Presidente Merkin Muffley —un apellido que se corresponde con el de técnico de la extinta Unión Soviética que teoriza sobre el montaje en el documental (otra ironía teñida de sutilidad al canto)—, tomaba el molde de Houseley Stevenson, el senador demócrata aspirante a la Casa Blanca que prosiguió su carrera política como representante estadounidense de la ONU.
No resulta demasiado aventurado, pues, pensar que cuando alguien dedique un ensayo sobre los falsos documentales que se han sucedido a lo largo de los últimos decenios, además de la referencia obligada a una obra, en cierto sentido, pionera, F de fraude (1973), no debe faltar este Opération lune. Incluso muerto Kubrick propicia obras maestras. Pero quizás fue el mismo Kubrick quien ideó esta historia como uno de sus «juegos secretos» que ni siquiera quedaron al alcance de Alison Castle en su prodigiosa edición de The Stanley Kubrick Archives (2005). Por tanto, no me extrañaría que se escuchen una carcajadas en el jardín de los Kubrick-Harlan cuando la luna gana presencia en un cielo estrellado...

sábado, 18 de julio de 2009

TÚNELES DEL TIEMPO: ROSEBUD, EL VALOR SUPREMO

Casi como si se tratara de un truco de magia, aparece escrito en la bandeja del correo electrónico —lo de «emilio» sigue sin convencerme a modo de castellanización plausible de email— el nombre y apellidos de alguien que te resulta familiar, pero que habías borrado de tu agenda personal desde hacía años. Te resistías dos o tres años, pero al cuarto decidías que lo eliminabas o morías en el intento de aferrarte a una amistad del pasado cuya barca navega a la deriva, sin rumbo fijo, o ha quedado varada en una zona rocosa. Pero ese email ha tenido un elemento de «complejidad» adicional al haber sido producto de mi presencia —más forzada que pretendida— en las denominadas redes sociales, aquellas que tejen extrañas conexiones por grupos de afinidad a temas tan variopintos como la caza del cangrejo o asociarte a los nostálgicos de la serie Mazinger Z. Frente a esta retahíla de invitaciones a formar parte de estos grupos, muchos de ellos producto de una voluntad de tender puentes con el pasado, el email en cuestión me ha movido a reflexionar sobre el sentido que pueda tener volver a echar la mirada atrás con la tentación de compartir unas experiencias que nacen en la infancia y generalmente mueren en la adolescencia.
En realidad, las amistades pueden clasificarse por estratos: las que se conservan desde la infancia suelen tener nombre y apellidos; las que abarcan desde la juventud hasta la madurez, tan sólo nombres. Por eso, al leer escrito el nombre y apellidos en la bandeja de entrada del email deduje automáticamente que correspondía al primer grupo. Y a ese correo electrónico le han sucedido varios que asimismo han activado los recuerdos de un pasado sepultado entre un mar de pensamientos y que rebrotan en primer plano, después de permanecer agazapados en algún rincón de la mente a la espera de tener sus minutos, quizás sus horas o días de gloria para luego replegarse en los intersticios de esa masa amorfa que preside un órgano en exceso sobrevalorado, como diría Woody Allen en una de sus agudas digresiones de Manhattan (1979). Al calor de algunas de las lecturas que jalonan mi existencia pretérita y presente —Vonnegut, Dick, Bradbury, etc.— no me resulta difícil proyectarme en el futuro —allí está El enigma Haldane (de esperemos pronta edición) para certificarlo— y vislumbrar una reunión de ex compañeros de pupitre de la EGB en un futuro no demasiado lejano merced al efecto dominó servido por Facebook y similares. Esa foto tomada años a con una Hasselblad o una Wherlisa color que guardamos celosamente en el baúl de los recuerdos se revela la piedra roseta para que muchos años después podamos posar en idéntico cuadro cada uno de nosotros frente a ese objetivo imperceptible que procura hoy en día la tecnología digital. Pero esa imagen inmortalizada es tan sólo el espejo físico que encubre o proyecta lo que ha sido de nuestras vidas durante todo este arco temporal. La renuncia a asistir a esa hipotética reunión es una opción más que factible para algunos, temerosos que aquellas preguntas que cada uno de nosotros las realiza en la intimidad una noche sí y otra también (¿por qué...? ¿por qué...? n veces por qué?), pueden ser formuladas por otras personas que desde hacía muchos años tan sólo tenían cabida en el furgón de cola de nuestros recuerdos. Solo la ignorancia nos puede sumir en la creencia que el éxito y el fracaso son valores supremos con los que sintetizar lo que ha sido de cada uno de nosotros. La vida nos ha podido arrebatar muchas cosas, pero jamás la importancia encofrada en nuestros corazones de una infancia que marcaría el descubrimiento de tantas experiencias en común. Solo por ello, nunca me negaría a traspasar ese túnel a través del tiempo porque cada uno de los amigos de ese lejano, remoto pasado perviven en mi fuero interno; forman parte de ese núcleo indestructible de mi ser, forjado con una aleación especial, recubierta por el manto de bondad de cada uno de ellos. Muchas veces me han preguntado cuál era mi película favorita. Podría citar cien, doscientas, pero siempre reservo en primer lugar Ciudadano Kane (1941), aunque suene a tópico. Porque más allá de sus valores cinematográficos, el film conformado por un ramillete de superdotados —Orson Welles, Gregg Toland, Herman J. Mankiewicz, etc.— resume perfectamente mi pensamiento sobre la relatividad del éxito y del fracaso. Nadando en la abundancia económica y atrincherado en su torre de marfil —XanadúCharles Foster Kane, al final de sus días, lo único que parece tener sentido para él es... un trineo. Un trineo que simboliza la ruptura con el vínculo familiar más directo, los tiempos que asocia con la convivencia de sus progenitores. Cada uno de nosotros tiene nuestro particular «Rosebud», del que no queremos desprendernos jamás. La infancia, como en el caso de Kane, es el periodo que suele marcar a fuego una figura que puede formularse en un elemento tangible o intangible como la amistad. Para un servidor, ese «Rosebud» puede tener diferentes caras, pero una de ellas lleva por nombre Lacinia, y todos y cada uno de aquellos pequeños moradores durante una etapa mágica.

miércoles, 15 de julio de 2009

INFANCIAS Y ADOLESCENCIAS ROBADAS: ADIÓS A LA INOCENCIA

No cabe duda que España podría encabezar el ránking de los países más garantistas del orbe mundial. Bajo ese manto de legalidad que, a menudo, tenemos la presunción que se ampara más al «verdugo» que a la «víctima», al agresor que al agredido, la regulación del sistema sanitario no queda fuera del debate público, más aun si cabe a raíz de una serie de tristes, por trágicos casos que se han dado y que, en su conjunto, invitan cuanto menos a la reflexión. Unas leyes que no tan sólo han ido en el sentido de redefinir un nuevo modelo o modelos de «familia», sino que han contribuido a difuminar las etapas vitales intermedias que incriminan al ser humano. Difícilmente, de aprobarse una ley que posibilite que una niña de dieciséis pueda tomar la decisión de interrumpir un embarazo no deseado, podremos ubicar en nuestra lógica mental que aquella persona es una adolescente tal como lo hubiéramos concebido no hace demasiado tiempo atrás. En el otro extremo, verbigracia de las técnicas de inseminación, se pueden dar casos en los que una madre lo puede ser ultrapasados los sesenta años, aunque la legislación establece un límite hasta los cincuenta y cinco años. Ahora se acaba de conocer que Carmen Bousada de Lara, que estrenó maternidad con 67 años, ha fallecido dejando huérfanos a gemelos. Lo increíble del caso es que la Sra. Bousada falsificó sus datos y coló de rondón a los gerentes del hospital gaditano donde ingresó que tenía menos de 55 años. Supongo que un mínimo análisis ginecológico levantaría, al menos, la sospecha de los facultativos... pero a saber que transacciones se llevaron a cabo y, al fin, el alumbramiento se dio. El egoísmo inherente a la condición humana, una vez más, se impuso sin sopesar unas contrapartidas que, al corto plazo, se han puesto en evidencia con toda su crudeza: dos huérfanos a los pocos años de existencia. Ellos crecerán sabiéndose que fueron el producto de un egoísmo desbocado y no fruto de un acto de amor hacia un hombre ausente; un padre reducido al contenido de un tubo de ensayo donde reposa el esperma que obraría el milagro de una maternidad en edad de jubilación. Claro que este desconcierto no es patrimonio del estado español; en los Estados Unidos un transexual (de mujer a hombre) ha dado luz a dos hijos en una nueva afrenta al sentido común... Está claro que no se legisla pensando en un hipotético dictamen de los niños... Este razonamiento queda fuera del alcance y de la comprensión de los legisladores que, en aras a un falso progresismo, van tensionando el orden natural hasta provocar que esas líneas que marcan las etapas vitales queden en una indefinición absoluta. El contrasentido y lo paradójico proviene de que mientras la tendencia en las sociedades avanzadas y/o desarrolladas (sic) es que la esperanza de vida aumente —los individuos centenarios dentro de unos decenios no tendrán el valor de la excepción; podrá ser algo habitual— se legisla con la intención de traspasar decisiones que deberían competer a los adultos a chicos que no están preparados para saber discernir sobre las consecuencias que comporta afrontar una maternidad a tan temprana edad.
Por fortuna, puedo decir que he pasado por una infancia, una adolescencia y una juventud; fases, etapas que he ido quemando hasta alcanzar la edad adulta, aquella que me faculta para pensar que algo no funciona en el actual marco legal de países como el nuestro. La codicia del ser humano parece no tener límites; las joyas y los coches caros quedan en segundo plano si entre los íntimos se comenta uno se quiere dar un capricho sometiéndose a una inseminación; siempre habrá algún voluntario «anónimo» para donar el esperma... incluso puede que sea el del propio hijo. Luego, podrán darse el caso de hermanos con una diferencia de edad de casi cuarenta años... El ADN no engaña. Estos, al parecer, son los caprichos de los nuevos y de los viejos ricos... Esa clase privilegiada a la que muchos aspiran formar parte en sus delirios de grandeza no precisamente en lo espiritual o en lo humanístico sino en lo crematístico. Por ello, personajes como la Baronesa Thyssen o Julio Iglesias tienen el placet de la sociedad para hacer cosas diferentes cuando se trata de asuntos de reproducción... asistida por ese silencio cómplice que invita a pensar que lo cool es más importante que lo que dicta la lógica.

sábado, 11 de julio de 2009

LANCE ARMSTRONG VERSIÓN 09: CONTADOR A CERO

Como si se tratara de un soplo de aire fresco o del efecto de una brisa marina embriagadora, el paso del Tour de Francia por Catalunya ha devuelto mi interés por esta manifestación deportiva (y publicitaria) que había quedado en la cuneta de mis preferencias en horario de sobremesa de los meses de julio desde hace años. El constante goteo de casos de dopaje hizo que el abstentismo frente al televisivor se acabara imponiendo cuando, en su tiempo había sido casi un acto ritual, aguardando con especial mimo la llegada de las etapas de montaña que demostraban que los ciclistas pertenecen a otro credo del deporte, superhombres (hipervitaminados en algunos casos) que dejan en mantillas a esos futbolistas bañados en oro que se pasean por la «Pasarela Cibeles» de la Liga BBVA. Tampoco ha sido ajeno a este renovado interés el comeback de Lance Armstrong, de cuyo rendimiento todos parecen hacer cábalas, generando opiniones encontradas en torno al hecho de haber vuelto a la prueba ciclista que le distinguiría siete veces campeón. Una gesta estratosférica que hubiera tenido su broche de color «amarillo» hace cuatro temporadas, pero que el tejano parece querer prorrogar con un octavo tour que para muchos se antoja una auténtica entelequia. Desde mi modesta opinión, esa es la presunción que tengo por algunos detalles que han sucedido en las primeras etapas y, en concreto en la segunda en línea celebrada aún en suelo francés antes de situarse en territorio catalán. Cuando Armstrong aprovechó la buena nueva en forma de abanico y se coló en un amplio grupo de cabeza, esa música ya había sonado en el pasado pero con otros protagonistas. Sabedor del excelente estado de forma de Alberto Contador, pero también de grumpiers como Carlos Sastre, Armstrong quiso arañar unos segundos que reforzaran su posición privilegiada en la clasificación, a la par que redoblaran su ánimo de cara a las etapas que se avecinan. Armstrong, pues, actúa como Jan Ulrich en sus duelos de antaño. Sabiéndose inferior ante el norteamericano en los puertos houre categorie de la ronda francesa, el alemán —otra de las víctimas de la denominada «Operación Puerto» con Eufemiano Fuentes ejerciendo de mad doctor— aprovechaba algún que otro resquicio para que las opciones de victorias quedaran, al menos intactas hasta la última semana del tour. Pero esas pequeñas acciones al final no computarían lo suficiente para que Armstrong saliera airoso, mostrándose intratable cuando la carretera se empinaba y en los laterales de las mismas las muñequeras de plástico amarillas dejaban a las claras que el tejano llevaba consigo una constelación de seguidores incondicionables que no daban pávulo a ciertas informaciones insidiosas sobre su «milagrosa» recuperación tras sufrir un cáncer testicular. Ulrich, aquel corredor que siempre tuve en gran estima pero del que me sentí profundamente defraudado (f de fraude) al haber sido incriminado en la «Operación Puerto» con argumentos bastante sólidos, seguramente estos días se siente frente al televisor y vea en el que había sido su eterno rival un espejo de sí mismo. Contador es de los que también ha pasado por el túnel del dolor extremo —su cabellera color azabache esconde una amplia cicatriz que atraviesa de costado a costado su cráneo— pero que, como Armstrong en su época, lo único que tiene entre ceja y ceja es la victoria. Él es ahora el principal gallo de un corral llamado Astana, que tiene todos los pronunciamientos para acabar como la PDM en su día. Sean Kelly, Steven Rooks, Gert-Jan Theunisse, Perico Delgado, Erik Breukin (actual director deportivo de Rabobank) coincidieron bajo las siglas de la PDM... acabando como el rosario de la aurora porque cada uno de ellos quería su cuota de protagonismo. Un tanto de lo mismo puede suceder con Astana, en el que el alemán Andreas Klöden –compañero de Ulrich en su última etapa con Telekom y que hizo podio en la ronda francesa— y el norteamericano Levi Leipheimer no quieren ser unos meros convidados de piedra, unos aguadores al servicio de Contador y Armstrong. Demasiados coroneles, lugartenientes y mariscales en este equipo ciclista falto de esos soldados capaces de hacer del sacrificio personal la clave de una futura victoria de uno de sus compañeros en la cima de los Campos Eliseos. En cualquier caso, allí presumiblemente se corone por segunda vez Contador, pero no veo a Armstrong haciendo el papel de Jan Ulrich ocupando un segundo o tercer puesto en el podio. Armstrong es de los que ha (re)nacido para ganar y si no lo logra sus meses están contados en el ciclismo profesional con sede en Francia.

martes, 7 de julio de 2009

RAY BRADBURY: EL MAGO DE LAS PALABRAS

«Una mujer serena como la mañana, fresca como las flores del día siguiente, y tan encantadora como cualquier doncella cuando un hombre la mira y cierra los ojos, guardándola perfecta como un camafeo en las valvas de los párpados»

Extracto de La feria de las tinieblas (1962) de Ray Bradbury


No puedo precisar cuál fue el primer relato que leí de Ray Bradbury (1920, Waukegan, Illinois) pero creo que la cosa estaría entre Crónicas marcianas (1950) y Fahrenheit 451 (1955). Lo que si puedo dejar por sentado es que se trata de uno de mis escritores favoritos porque al abrir las páginas de sus libros, novelas o cuentos es una perenne invitación a proyectarte en otra dimensión, a dejarte embelesar por un estilo nada alambicado y manierista; si se presta atención, puedes escuchar el latido del corazón de este cotumaz narrador. El periodo estival es una buena elección temporal para acceder a una narrativa de trazo sencillo, de frases cortas, que invitan a emanciparte de un mundo gris, homogéneo, granítico y proyectarte en la «tierra santa» de los escritores que juegan al arte de la magia de las palabras, construyendo sobre el telar de sus imaginaciones mundos castrados de lugares comunes, de situaciones mil veces vistas de la realidad que asoma cada día frente a nuestras ventanas. Pocas veces tengo la costumbre de anotar, en una hoja parte, frases o párrafos impresos en un determinado volumen, pero el valor de la excepción lo merece Bradbury y pocos más porque, en su caso, son poemas enfundados en una prosa por la que vagan un montón de sugerencias, de ideas brillantes, de giros imprevistos... Y ese ha sido el «talón de aquiles» del bueno de Bradbury: la estructura narrativa se escinde en un sinfín de direcciones, de carreteras secundarias, de recovecos, de angostos caminos que recorren una geografía multiforme habitada por criaturas singulares. Bradbury no es un escritor cerebral en el sentido que lo pueda ser Joseph Conrad, F. Scott Fitzgerald, Phillip Roth o E. L. Doctorow, que miden la idoneidad de cada expresión, cada adjetivo, adverbio o sustantivo; el autor de Illinois ha amueblado más de un relato en un suspiro, el tiempo que duraría una noche de inspiración frente a su inseparable máquina de escribir... narrador compulsivo, en definitiva, que en esa mezcolanza de poesía y prosa telegráfica ha sabido crear un estilo que lo delata con solo correr una página. Para aquellos amantes de la literatura, acercarse a la obra de Bradbury en periodo veraniego es una sabia elección; hacerlo asimismo mucho después de medianoche, una tentación; y para rizar el rizo, con una tormenta como pista sonora de fondo, un deleite. Pero si el sueño acaba por derrotarnos siempre nos quedará una mañana soleada para, mientras tomamos el vino del estío, volver sobre este gran escritor que nos puede ofrecer tantas horas de felicidad y que nos hacen creer que el arte de la palabra también es el arte de los sueños.
Nota bene: Jordi M., es tiempo para dejarte atrapar por esa bella dama encofrada en el interior de las páginas de los libros que llevan inscrito el nombre de Ray Bradbury en sus portadas y en las solapas figura la M de Minotauro...

sábado, 4 de julio de 2009

FRANQUICIAS DEL SINFÓNICO: SUPERVIVENCIA CORPORATIVA

En periodo estival muchos de los cantantes y/o grupos que han velado armas en sus respectivos cuarteles de invierno sacan brillo a sus nuevas canciones al tocarlas en directo, a la par que complacen a sus seguidores con material pretérito. Más de lo segundo se da en el caso de aquellas leyendas del rock sinfónico o progresivo, que oteando un panorama dominado por la electrónica, el mestizaje musical, el hip-hop y sucedáneos, no les queda otra que pechar con un rol marginal, actuando en plazas que décadas atrás hubieran ocupado el espacio de las rulots donde descansaba la logística prevista para el montaje de sus shows. En esta dinámica se sitúa la presencia de Roger Hodgson (ver foto) entre los nombres propios de la propuesta musical veraniega de este año que convoca a los aficionados en El Poble Espanyol, un agradable recinto situado en la montaña de Montjuïch de Barcelona. Evidentemente, ese (escaso) reclamo que puede generar hoy en día Roger Hodgson se debe, en un elevado porcentaje, a su paso por Supertramp, fundadada por Rick Davies bajo el mecenazgo de Stanley August. Allí los nostálgicos irredentos demandaban aquellos éxitos de antaño que corearon en sus años de juventud, haciendo un mohín de complacencia cuando sonaron las primeras notas a los teclados de The Logical Song, Free As a Bird, It's Raining Again o Breakfast in America. Las composiciones de la carrera en solitario de Hodgson, alumbrada en los estertores de la lógica creativa de Supertramp, se reserva un papel subsidiario en sus giras que le han llevado últimamente por tierras sudamericanas y repetir en algunos foros musicales del estado español. Todo aquello que Hodgson ha podido crear en esta «doble vida» musical a lo largo de un cuarto de siglo con seguridad ha caído en saco roto cara a aquellos aficionados que tan sólo colocan las antenas auditivas si The Songs Remains... Supertramp. Una historia común a tantos músicos que hicieron fortuna bajo el paraguas del rock sinfónico que, con el cambio de milenio o antes incluso de pasar de una centuria a otra, los promotores tan sólo se atreven a contratarlos si engalanan la función con la franquicia de turno, esto es, el nombre de la banda que les hizo grandes y, en algunos casos, millonarios. Esas disputas por hacerse con la marca daría con holgura para escribir un libro. En este sentido la historia de Supertramp (en la que Davies gestiona los derechos de autor a través de su propia empresa) es ciertamente pecata minuta frente a los sidrales que se han dado en el seno de Yes hasta el punto que el bajista Chris Squire, ni corto ni perezoso, había registrado el nombre de la formación sinfónica para pasmo de sus ex compañeros. Privados de su DNI musical tan sólo les quedaba el DNA musical para seguir en una (humilde) brecha que les convocaría frente a su parroquia amparándose en las siglas ABWH correspondientes a las iniciales de los apellidos de cuatro de sus miembros de tronío: Jon Anderson –estuvo a punto de ser fichado por Supertramp tras la salida del propio Hodgson–, Bill Brudford, Rick Wakeman y Steve Howe. Más tarde, con las ventas de discos de esta formación liderada por Anderson cayendo en picado, la cosa se estabilizaría al entrar en razón Squire, quien acabaría integrándose a la enésima propuesta de la banda que había concebido obras de la categoría de Fragile (1971), Tales from Topographic Oceans (1973) o Tormato (1978). Otro litigio de aupa se produjo cuando Roger Waters puso por encima de su amistad con David Gilmour, Richard Wright y Nick Mason sus propios intereses, reclamando la paternidad de Pink Floyd y, a renglón seguido, la explotación de la franquicia a su libre albedrío. Pero su intención acabaría estampándose contra el muro de la legalidad mientras la leyenda de los «fluídos rosas» seguía creciendo.
Como reza un disco de Supertramp, Some Things Never Changed, El ciclo vital de los sinfónicos responde invariablemente a repetir los mismos pasos: un grupo de animosos jóvenes, la mayoría surgidos de prestigiosos colleges solo aptos para la midle class británica, deciden romper la monotonía de las aulas y dar rienda suelta a su vena musical impelidos por unos gustos puestos en común; después de registrar la marca el éxito supera a la empresa; para demostrar que éste se debe sobre todo a la contribución de fulanito o menganito deciden crear discos en solitario; la receta no funciona y aquellos que han abandonado temporalmente la formación deciden regresar al redil; el desinterés por seguir haciendo esa música hace que aquellos que se han quedado atrapados en un bucle musical se apropien de la franquicia; la resistencia, por tanto, es el único salvoconducto que les queda para la supervivencia. En esta fase final la idea que prima entre estas ballenas legendarias es que siempre habrá nostálgicos en un mundo libre... pero no de marcas y franquicias, a las que se acogen los Geoff Downes y John Wetton (Asia), Robert Fripp (King Crimson) o el propio Hodgson para proseguir surcando por un mar de sonidos sintéticos antes de que queden varados en la orilla del espacio musical.