Dentro de esa revolución musical silenciosa que están llevando a cabo las féminas desde hace varias décadas tiene cabida otro nombre al que hasta hace relativamente poco me había pasado desapercibido: Keren Ann. A tenor de lo escueto de su nombre artístico y su larga cabellera color azabache la podríamos ubicar en el Reino Unido o en otras latitudes como Islandia –uno de los países como más músicos por metro cuadrado del panorama mundial--. Pero Keren Ann nació en Israel hace treinta y cinco primaveras; nos lo hubiera puesto más fácil de haber firmado su sexteto de discos compactos con su apellido de inequívoca ascendencia judía, el de Zeidel.
Advertido por Francesc Miralles —un escritor de raza desdoblado en músico, a tiempo parcial, a través de su concurso en el grupo de raíces folk Nikosia—, me puse sobre la pista de Keren Ann con el pálpito que otro diamante en bruto estaba a punto de asaltar mis oídos. Keren Ann (2007), el álbum epónimo y último de sus trabajos discográficos en estudio, ha cubierto con creces las expectativas con una subyugante oferta vocal y compositiva. Ante la espectacular nómina de cantantes que han concurrido en los últimos años en la escena musical y a las que he ido siguiendo, en mayor o menor medida, el factor sorpresa cada vez tiende a reducirse. Aun así, Keren Ann me seduce por su personalidad vocal pero asimismo por esa manera de presentar los temas con un timbre distintivo para cada uno de ellos, ya sea a través de coros que se modulan cuál susurro o pinceladas instrumentales de sonoridad orgánica. La cantante de ascendencia israelí pero afincada en Francia desde hace tiempo atraviesa las barreras de lo trillado en aras a ofrecer una muestra de su talento con un rosario de canciones que parece nacer de un sueño profundo. Una música que nos transporta al mundo del subconsciente, aquel en el que encuentra acomodo el cine de David Lynch. It’a All a Lie bien hubiera podido integrarse en la banda sonora de la serie Twin Peaks (1989) o de Terciopelo azul (1986), dejando que en lugar de Julee Cruise Ann se colara en el universo musical de Angelo Badalamenti bendecido por Lynch, a modo de desgarro sonoro de surrealismo con el que parece haber sido forjado el tema de obertura del disco. Canciones bañadas de delicadeza espiritual, que atraviesan corazones zaheridos por aquellos sueños no cumplidos o aquellas esperanzas desbaratadas, cuyas pautas melódicas (con la salvedad de esa coda electroacústica e instrumental llamada Caspia) resultan sencillas pero efectivas. Al batir ese cóctel de influencias que Ann trató de metabolizar en su interior en sus años de adolescencia y juventud, se nos ofrece una obra que avanza a media voz, a la manera de Aimee Mann, sin estridencias. Al acercarnos a esas jornadas frías, con un viento de noche que parece arrancar nuestros deseos más íntimos, la música de Ann se ofrece de fondo con un arrebato de pura sensibilidad, cuya nueva escucha define un nuevo detalle sonoro o inflexión de voz que se nos había escapado. Y solo de esta forma, cuando estamos a punto de alcanzar la «hora mágica» hemos tomado conciencia que Keren Ann ha dejado de ser una desconocida. Al menos, así ha sido para un servidor, dispuesto a escudriñar en esa obra corta en títulos —La biographie de Luka Philipsen (2002), La disparation (2002), Not Going Anywhere (2003), Nolita (2005) y la que nos ha ocupado— pero que tiene todo los pronunciamientos para prolongarse en el tiempo.
Advertido por Francesc Miralles —un escritor de raza desdoblado en músico, a tiempo parcial, a través de su concurso en el grupo de raíces folk Nikosia—, me puse sobre la pista de Keren Ann con el pálpito que otro diamante en bruto estaba a punto de asaltar mis oídos. Keren Ann (2007), el álbum epónimo y último de sus trabajos discográficos en estudio, ha cubierto con creces las expectativas con una subyugante oferta vocal y compositiva. Ante la espectacular nómina de cantantes que han concurrido en los últimos años en la escena musical y a las que he ido siguiendo, en mayor o menor medida, el factor sorpresa cada vez tiende a reducirse. Aun así, Keren Ann me seduce por su personalidad vocal pero asimismo por esa manera de presentar los temas con un timbre distintivo para cada uno de ellos, ya sea a través de coros que se modulan cuál susurro o pinceladas instrumentales de sonoridad orgánica. La cantante de ascendencia israelí pero afincada en Francia desde hace tiempo atraviesa las barreras de lo trillado en aras a ofrecer una muestra de su talento con un rosario de canciones que parece nacer de un sueño profundo. Una música que nos transporta al mundo del subconsciente, aquel en el que encuentra acomodo el cine de David Lynch. It’a All a Lie bien hubiera podido integrarse en la banda sonora de la serie Twin Peaks (1989) o de Terciopelo azul (1986), dejando que en lugar de Julee Cruise Ann se colara en el universo musical de Angelo Badalamenti bendecido por Lynch, a modo de desgarro sonoro de surrealismo con el que parece haber sido forjado el tema de obertura del disco. Canciones bañadas de delicadeza espiritual, que atraviesan corazones zaheridos por aquellos sueños no cumplidos o aquellas esperanzas desbaratadas, cuyas pautas melódicas (con la salvedad de esa coda electroacústica e instrumental llamada Caspia) resultan sencillas pero efectivas. Al batir ese cóctel de influencias que Ann trató de metabolizar en su interior en sus años de adolescencia y juventud, se nos ofrece una obra que avanza a media voz, a la manera de Aimee Mann, sin estridencias. Al acercarnos a esas jornadas frías, con un viento de noche que parece arrancar nuestros deseos más íntimos, la música de Ann se ofrece de fondo con un arrebato de pura sensibilidad, cuya nueva escucha define un nuevo detalle sonoro o inflexión de voz que se nos había escapado. Y solo de esta forma, cuando estamos a punto de alcanzar la «hora mágica» hemos tomado conciencia que Keren Ann ha dejado de ser una desconocida. Al menos, así ha sido para un servidor, dispuesto a escudriñar en esa obra corta en títulos —La biographie de Luka Philipsen (2002), La disparation (2002), Not Going Anywhere (2003), Nolita (2005) y la que nos ha ocupado— pero que tiene todo los pronunciamientos para prolongarse en el tiempo.
3 comentarios:
Cuando hablas de "sexteto de discos", me imagino que incluyes el de "Lady and Bird", de 2003, con Bardi Johannson, que tampoco está mal.
Por cierto, si no la conoces, te recomiendo a Essie Jain, muy en la onda de Vashti Bunyan.
Hola Tomás:
Sí, así es. Tomo nota de Essie Jain. Lo poco que he escuchado pinta bien.
Gracias por tu invitación al conocimiento. Un saludo,
Christian Aguilera
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