domingo, 20 de septiembre de 2009

GRAHAM NASH: CANCIONES PARA UN SUPERVIVIENTE

En 2012, a la hora de hacer un recuento de aquellos músicos más longevos del espectro del pop-rock que cumplan las bodas de oro presumiblemente (si la salud le acompaña) figure entre esta reducida nómina Graham Nash (1942-). Para siempre vinculado a los apellidos de su íntimo amigo (David) Crosby, de (Stephen) Stills y, en menor media, (Neil) Young, Graham Nash pasa por ser el menos «célebre» de la «santístima trinidad» CSN reformulada eventualmente en cuarteto bajo las siglas CSNY. Pero él ha sido el factor cohesionador de una banda hecha jirones a causa de los egos y de las drogas, aferrándose al mástil de esa embarcación que bien podría ser la misma que entrevemos en la portada del álbum que el trío de músicos grabó en 1977 para Atlantic Records. Sin Nash hace mucho tiempo que CSN(Y) hubiera ido a la deriva en un mar abierto, siendo pasto de los tiburones que dominan el negocio discográfico hoy en día. Tycons que sus oídos no se remontan más allá de ese periodo prosaico experimentado por la música de principios de los ochenta en la que se encumbraron a auténticas naderías –solo falta repasar donde han acabado muchos de ellos–, descuidando la importancia capital de la que considero la Edad de Oro de la música pop-rock, esto es, la década de los setenta. Pero antes de producirse esa eclosión de talento creativo a través de multitud de bandas y solistas, en la década anterior personajes como Graham Nash obtuvieron un óptimo rodaje, fogeándose en distintas formaciones con el pálpito que el favor de los aficionados a la música llegaría más temprano que tarde.
Imagino a Graham Nash, atrincherado en su Blackpool natal, en las cercanías de Manchester, con el deseo de escapar de una realidad que le ahogaba. Al igual que el personaje de Jo de la obra teatral de Shelagh Delaney Un sabor a miel, Nash pasó su adolescencia en Manchester, pero con la mirada puesta en la gran ciudad que se ofrecía a centenares de kilómetros al sur de su hogar: Londres. Incontables veces serían las que Nash se situaba en el punto más alto de la ciudad industrial que le vio crecer y, como Jo (Rita Tushingham) en la adaptación cinematográfica de la obra teatral de Delaney, dirigida para la ocasión por Tony Richardson –adalid del free cinema–, perseguía cambiar ese espacio gris por una luminosa existencia recorriendo las calles de la capital inglesa en los happy sixties. Algunos nacen con un pan bajo el brazo; Nash lo hizo con una guitarra y a partir de su condición de teenager hasta la fecha su historia personal lo ha sido en relación a la música. Una historia que, por otra parte, encierra una extraordinaria paradoja: en apenas siete años enterraría un montón de grupos a los que ayudó a apuntalar para, al poco tiempo, desligarse por diversas cuestiones y precipitar la caída de los mismos. The Levins, The Guytones, Everly Brothers, The Fourtones, The Deltas… Todas estas formaciones (semi)amateurs castradas por la voracidad de una ambición que acompañaría a Graham Nash y algunos de los compañeros de ese viaje zizagueante por el panorama musical británico. Pero con The Hollies –formación refundada, cuál ave fenix, de las cenizas de The Deltas— Nash empezó a cavilar sobre el sentido de ir quemando etapas con tanta celeridad. Instalado en la escena londinense, The Hollies derivaría de un pop amable a una psicodelia que quedaría ensombrecida por esos fluidos rosas surgidos alrededor de la mística de Syd Barrett. Entonces, la divina fortuna se cruzó en la vida de Nash; a través de Cass Elliot, vocalista de Mammas and the Papas, el primero entró en contacto con David Crosby, componente de The Byrds. Esos cuerpos musicales friccionaron y surgió la llama que se encomendaría a avivar Stephen Stills, el tercer vértice de esa mítica y eterna banda (de ahí la paradoja a la que me refería) que obedece a las siglas CSN. Al poco de su creación, esa llama quemaría como el equivalente a mil antorchas en los años de bonanza a todos los niveles –Crosby, Stills & Nash (1969) y Déjà vu (1970), con un delicioso tema firmado de puño y letra por Nash, Our House, inspiración extraída de su relación idílica/idealizada con Joni Mitchell–, coincidiendo con los ecos del movimiento hippie al que todos ellos siguen rindiendo pleitesía. Aunque aún quedan los rescoldos de aquel fuego que otrora había sido sinónimo de éxito internacional, ya pocos parecen reparar en la importancia de CSN(Y) y menos de Graham Nash. Fotógrafo a tiempo parcial –ha expuesto en diversas galerías con especial predilección por hacer visible su repertorio de instantáneas que se mueven en las escalas de grises–, aplicado lector en su refugio de Hawai y quien mejor puede biografiar la historia de CSN resiguiendo una secuencia cronológica –más que nada, por las intermitentes ausencias de la realidad de Crosby y Stills–, acercarse a Graham Nash representa hacerlo desde la convicción que estamos ante una institución que formó parte de un(os) universo(s) y una(s) época(s) soñadas por tantos músicos: el de la Inglaterra de los sesenta y el de los Estados Unidos de los setenta. Así pues, no extraña que se vanaglorie al manifestar que «no encontrarás a una persona que haya vivido de forma más feliz que yo». En esa voluntad por quedarse con los aspectos positivos que le ha deparado su existencia –dejando, por ejemplo, en el terreno de los olvidos voluntarios el trágico fallecimiento de su productor y manager Gerry Tolman en vísperas de cumplirse un nuevo año, las desaveniencias con Stills o el vacío experimentado tras su ruptura sentimental con Joni Mitchell–, radica la clave del porqué el edificio de CSN(Y) aún no ha sido demolido o declarado en ruina. Los cuerpos pueden desfallecer pero las ideas permanecen; en este sentido, Nash sigue siendo un modelo de coherencia, de dignidad profesional aunque su talento nunca haya brillado a similar altura que Stills o Crosby, más dotados para el toque de genialidad. Gratitud eterna, pues, para este músico de equipo que ha ido probando fortuna en solitario de forma esporádica. Al respecto, el título de su último trabajo discográfico, Songs for a Survivor (2002), es definitorio de la condición que le adorna en la actualidad.

2 comentarios:

johnphillips1981 dijo...

Enorme post Christian, pero creo que se debe revindicar mucho más la obra de The Hollies, con o sin Nash. "Butterfly", "Evolution",
"Confessions of the Mind"... son OBRAS MAESTRAS.

Christian Aguilera dijo...

Gracias Johnphillips:

Es cierto que The Hollies han quedado en un muy segundo plano en la escena musical de los años sesenta y posteriores. Pero la sombra de los Beatles, Pink Floyd y los Rolling Stones es demasiado alargada. Esperemos que The Hollies ocupen el sitio que de verdad merecen y que evidencia cuán larga es la nómina de bandas que aparecieron en aquellos años de esplendor. En Inglaterra levantabas una piedra y surgían cuatro bandas... Una "locura" musical.

saludos y celebro tu participación
de una enciclopedia viviente la música pop-rock (anglosajona, of course),

Christian Aguilera