«Una mujer serena como la mañana, fresca como las flores del día siguiente, y tan encantadora como cualquier doncella cuando un hombre la mira y cierra los ojos, guardándola perfecta como un camafeo en las valvas de los párpados»
Extracto de La feria de las tinieblas (1962) de Ray Bradbury
No puedo precisar cuál fue el primer relato que leí de Ray Bradbury (1920, Waukegan, Illinois) pero creo que la cosa estaría entre Crónicas marcianas (1950) y Fahrenheit 451 (1955). Lo que si puedo dejar por sentado es que se trata de uno de mis escritores favoritos porque al abrir las páginas de sus libros, novelas o cuentos es una perenne invitación a proyectarte en otra dimensión, a dejarte embelesar por un estilo nada alambicado y manierista; si se presta atención, puedes escuchar el latido del corazón de este cotumaz narrador. El periodo estival es una buena elección temporal para acceder a una narrativa de trazo sencillo, de frases cortas, que invitan a emanciparte de un mundo gris, homogéneo, granítico y proyectarte en la «tierra santa» de los escritores que juegan al arte de la magia de las palabras, construyendo sobre el telar de sus imaginaciones mundos castrados de lugares comunes, de situaciones mil veces vistas de la realidad que asoma cada día frente a nuestras ventanas. Pocas veces tengo la costumbre de anotar, en una hoja parte, frases o párrafos impresos en un determinado volumen, pero el valor de la excepción lo merece Bradbury y pocos más porque, en su caso, son poemas enfundados en una prosa por la que vagan un montón de sugerencias, de ideas brillantes, de giros imprevistos... Y ese ha sido el «talón de aquiles» del bueno de Bradbury: la estructura narrativa se escinde en un sinfín de direcciones, de carreteras secundarias, de recovecos, de angostos caminos que recorren una geografía multiforme habitada por criaturas singulares. Bradbury no es un escritor cerebral en el sentido que lo pueda ser Joseph Conrad, F. Scott Fitzgerald, Phillip Roth o E. L. Doctorow, que miden la idoneidad de cada expresión, cada adjetivo, adverbio o sustantivo; el autor de Illinois ha amueblado más de un relato en un suspiro, el tiempo que duraría una noche de inspiración frente a su inseparable máquina de escribir... narrador compulsivo, en definitiva, que en esa mezcolanza de poesía y prosa telegráfica ha sabido crear un estilo que lo delata con solo correr una página. Para aquellos amantes de la literatura, acercarse a la obra de Bradbury en periodo veraniego es una sabia elección; hacerlo asimismo mucho después de medianoche, una tentación; y para rizar el rizo, con una tormenta como pista sonora de fondo, un deleite. Pero si el sueño acaba por derrotarnos siempre nos quedará una mañana soleada para, mientras tomamos el vino del estío, volver sobre este gran escritor que nos puede ofrecer tantas horas de felicidad y que nos hacen creer que el arte de la palabra también es el arte de los sueños.
Nota bene: Jordi M., es tiempo para dejarte atrapar por esa bella dama encofrada en el interior de las páginas de los libros que llevan inscrito el nombre de Ray Bradbury en sus portadas y en las solapas figura la M de Minotauro...
Extracto de La feria de las tinieblas (1962) de Ray Bradbury
No puedo precisar cuál fue el primer relato que leí de Ray Bradbury (1920, Waukegan, Illinois) pero creo que la cosa estaría entre Crónicas marcianas (1950) y Fahrenheit 451 (1955). Lo que si puedo dejar por sentado es que se trata de uno de mis escritores favoritos porque al abrir las páginas de sus libros, novelas o cuentos es una perenne invitación a proyectarte en otra dimensión, a dejarte embelesar por un estilo nada alambicado y manierista; si se presta atención, puedes escuchar el latido del corazón de este cotumaz narrador. El periodo estival es una buena elección temporal para acceder a una narrativa de trazo sencillo, de frases cortas, que invitan a emanciparte de un mundo gris, homogéneo, granítico y proyectarte en la «tierra santa» de los escritores que juegan al arte de la magia de las palabras, construyendo sobre el telar de sus imaginaciones mundos castrados de lugares comunes, de situaciones mil veces vistas de la realidad que asoma cada día frente a nuestras ventanas. Pocas veces tengo la costumbre de anotar, en una hoja parte, frases o párrafos impresos en un determinado volumen, pero el valor de la excepción lo merece Bradbury y pocos más porque, en su caso, son poemas enfundados en una prosa por la que vagan un montón de sugerencias, de ideas brillantes, de giros imprevistos... Y ese ha sido el «talón de aquiles» del bueno de Bradbury: la estructura narrativa se escinde en un sinfín de direcciones, de carreteras secundarias, de recovecos, de angostos caminos que recorren una geografía multiforme habitada por criaturas singulares. Bradbury no es un escritor cerebral en el sentido que lo pueda ser Joseph Conrad, F. Scott Fitzgerald, Phillip Roth o E. L. Doctorow, que miden la idoneidad de cada expresión, cada adjetivo, adverbio o sustantivo; el autor de Illinois ha amueblado más de un relato en un suspiro, el tiempo que duraría una noche de inspiración frente a su inseparable máquina de escribir... narrador compulsivo, en definitiva, que en esa mezcolanza de poesía y prosa telegráfica ha sabido crear un estilo que lo delata con solo correr una página. Para aquellos amantes de la literatura, acercarse a la obra de Bradbury en periodo veraniego es una sabia elección; hacerlo asimismo mucho después de medianoche, una tentación; y para rizar el rizo, con una tormenta como pista sonora de fondo, un deleite. Pero si el sueño acaba por derrotarnos siempre nos quedará una mañana soleada para, mientras tomamos el vino del estío, volver sobre este gran escritor que nos puede ofrecer tantas horas de felicidad y que nos hacen creer que el arte de la palabra también es el arte de los sueños.
Nota bene: Jordi M., es tiempo para dejarte atrapar por esa bella dama encofrada en el interior de las páginas de los libros que llevan inscrito el nombre de Ray Bradbury en sus portadas y en las solapas figura la M de Minotauro...
1 comentario:
Gracias por la recomendación, "amic".
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