Para los no familiarizados con el barrio de Gracia barcelonés, una de sus principales arterias, la calle Verdi, da nombre a un complejo de salas de cine que tiene además entrada por otra calle adyacente (C/Torrijos). Desde hace más de veinte años, los cines Verdi se transformaron en multicines y, en periodo finisecular, decidieron doblar la oferta de salas con la construcción de los denominados Verdi Park. Toda esta iniciativa empresarial nacería de la mano de Enric Pérez, a quien debemos tantos residentes en la Ciudad Condal o en sus cercanías de toda una generación o generaciones el beneficio de poder degustar el cine en versión original antes incluso que los cines Icaria se instalaran en la Villa Olímpica. Situado en un barrio con un importante trasiego de estudiantes ERASMUS, bohemios tot court y demás personal familiarizado con las propuestas culturales, la iniciativa de Pérez arraigó hasta el punto de repetir la jugada en Madrid, donde ha acabado instalando su centro de operaciones. Solo me mueve el elogio al referirme a esa «edad de oro» de los Verdi en que, al margen de una programación bastante equilibrada, se ofrecía la posibilidad de descubrir auténticas piezas clásicas de Billy Wilder, Stanley Kubrick, Preston Sturges, Jacques Tourneur, etc. Es decir, los Verdi funcionaban como una filmoteca alternativa. Pero ese mercado acabaría dejando pocos dividendos y los Verdi se han dedicado en cuerpo y alma a favorecer la programación del denominado «cine de autor».
Como ocurre con algunos misioneros, Enric Pérez, al llegar a «tierra santa» y levantar su particular «templo» de la versión original subtitulada, se vio con la obligación moral de satisfacer a aquellos feligreses movidos por la presunción que todo lo que allí se programa es sinónimo de calidad. Para ahorrarme el ardor de estómago que procuran ciertos comentarios a pie de taquilla por parte de la intelectualidad de la city —aquellos que sólo leen a Paul Auster, se entregan a propuestas estilo off-off-Broadway o creen que la verdad de la oferta cultural se encierra en las páginas del suplemento Babelia—, los Icaria, con una oferta variopinta, se han convertido desde hace años en una opción más satisfactoria. En todo caso, sigo teniendo en gran estima a los cines Verdi, aun a pesar que me mueva a una relativa perplejidad noticias como la decisión de Enric Pérez por no ofrecer descuentos a los aficionados justificándose al tratarse de un cine de calidad que no debe ser susceptible de rebajarse su precio, salvo el día del espectador. Y digo relativa porque Enric Pérez me recuerda al General Kurtz de El corazón de las tinieblas, situado fuera de la realidad, la que vive el sector de la distribución y de la exhibición que contabiliza un constante goteo de pérdida de espectadores. Para contrarrestar esta situación, en feliz iniciativa el pasado fin de semana la plana mayor de las cadenas del sector ofrecían, a cambio de una entrada normal, un abono complementario para poder disfrutar de todo el cine posible a lo largo de tres jornadas —de domingo a martes— a un precio de 2 € por título. Pérez, que recordemos en 2007 se había negado a sumarse a una huelga para regularizar el tema de la cuota de pantalla, habla de cine de calidad para justificar que el precio sea inamovible y no tenga el gesto de premiar a su clientela o buscar nuevos clientes. Claro que siempre habrá gente que se trague sables y piense que «cine de autor» es el sumum de la calidad. Pues bien, cuando los Verdi estrenaron el grueso de las producciones Dogma alguien hubiera podido acercarse a las taquillas y sugerir un descuento porque ese «cine de calidad» vestía al muñeco sin compositor, sin actores profesionales, sin sonorización en estudio, sin guionista(s) y con una iluminación defectuosa. Vamos, que se habían ahorrado una pasta en producción que podría haber repercutido en el precio en taquilla. De esos ejemplos no habla Enric Pérez con el ánimo de ser refractario a iniciativas que favorezcan al bolsillo del consumidor —máxime en tiempos de crisis acuciante— porque sabe que cuenta con una parroquia bien adoctrinada que, al traspasar el umbral de los Verdi, su pedigree intelectual se multiplica por diez. Algunos incluso habrán suspirado frente al cartel que se excusaba de cualquier tentativa de rebaja que sirviera para captar nuevos clientes o recuperar algunos de los perdidos en las salas cinematográficas donde suele acudir la plebe. «Lo ves, pago lo que vale la entrada porque es un cine de calidad», dirán algunos para sus adentros. Eso sí, el olor a palomitas que invade el hall de los Verdi garantiza compensar ciertas operaciones de riesgo.
Como ocurre con algunos misioneros, Enric Pérez, al llegar a «tierra santa» y levantar su particular «templo» de la versión original subtitulada, se vio con la obligación moral de satisfacer a aquellos feligreses movidos por la presunción que todo lo que allí se programa es sinónimo de calidad. Para ahorrarme el ardor de estómago que procuran ciertos comentarios a pie de taquilla por parte de la intelectualidad de la city —aquellos que sólo leen a Paul Auster, se entregan a propuestas estilo off-off-Broadway o creen que la verdad de la oferta cultural se encierra en las páginas del suplemento Babelia—, los Icaria, con una oferta variopinta, se han convertido desde hace años en una opción más satisfactoria. En todo caso, sigo teniendo en gran estima a los cines Verdi, aun a pesar que me mueva a una relativa perplejidad noticias como la decisión de Enric Pérez por no ofrecer descuentos a los aficionados justificándose al tratarse de un cine de calidad que no debe ser susceptible de rebajarse su precio, salvo el día del espectador. Y digo relativa porque Enric Pérez me recuerda al General Kurtz de El corazón de las tinieblas, situado fuera de la realidad, la que vive el sector de la distribución y de la exhibición que contabiliza un constante goteo de pérdida de espectadores. Para contrarrestar esta situación, en feliz iniciativa el pasado fin de semana la plana mayor de las cadenas del sector ofrecían, a cambio de una entrada normal, un abono complementario para poder disfrutar de todo el cine posible a lo largo de tres jornadas —de domingo a martes— a un precio de 2 € por título. Pérez, que recordemos en 2007 se había negado a sumarse a una huelga para regularizar el tema de la cuota de pantalla, habla de cine de calidad para justificar que el precio sea inamovible y no tenga el gesto de premiar a su clientela o buscar nuevos clientes. Claro que siempre habrá gente que se trague sables y piense que «cine de autor» es el sumum de la calidad. Pues bien, cuando los Verdi estrenaron el grueso de las producciones Dogma alguien hubiera podido acercarse a las taquillas y sugerir un descuento porque ese «cine de calidad» vestía al muñeco sin compositor, sin actores profesionales, sin sonorización en estudio, sin guionista(s) y con una iluminación defectuosa. Vamos, que se habían ahorrado una pasta en producción que podría haber repercutido en el precio en taquilla. De esos ejemplos no habla Enric Pérez con el ánimo de ser refractario a iniciativas que favorezcan al bolsillo del consumidor —máxime en tiempos de crisis acuciante— porque sabe que cuenta con una parroquia bien adoctrinada que, al traspasar el umbral de los Verdi, su pedigree intelectual se multiplica por diez. Algunos incluso habrán suspirado frente al cartel que se excusaba de cualquier tentativa de rebaja que sirviera para captar nuevos clientes o recuperar algunos de los perdidos en las salas cinematográficas donde suele acudir la plebe. «Lo ves, pago lo que vale la entrada porque es un cine de calidad», dirán algunos para sus adentros. Eso sí, el olor a palomitas que invade el hall de los Verdi garantiza compensar ciertas operaciones de riesgo.
3 comentarios:
Genial lo de la "intelectualidad de la city". Un 10.
El "templo" en Mallorca son los "Renoir". Butacas incomodísimas. La sala 4 tiene una pantalla cuyas dimensiones son superadas con creces por cualquier televisor de gran pulgada (yo la denomino "es rebost"). El único aliciente es que (casi siempre) se proyectan las películas en v.o.s.e., cuando no es así, evidentemente, por el mismo precio elijo salas "más cómodas". Desde que han cambiado la gerencia el "templo" amenaza ruina. Una lástima.
Hola Antonia:
Este es el efecto de muchas multisalas que se crearon en su día; con el afán de especular, multiplaron por dos o por tres espacios concebidos para una sala que albergara dos o tres pantallas "cinematográficas". Lo que dices es cierto: a veces, en determinadas multisalas más que un cine parece un home-cinema. Con la cada vez más ausencia de espectadores, esta sensación se incrementa.
Pásate cuando quieras por el Mundo de Haldane,
saludos,
Christian
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