Compitiendo en extensión a la misma duración del film, los extras que acompañan la edición de El curioso caso de Benjamin Button (2008) tienen, al menos desde mi perspectiva, en una de las piezas destinadas a la grabación de la música de Alexandre Desplat (París, 1961) una auténtica gema. Por espacio de una veintena de minutos, el compositor galo ofrece una pequeña muestra del proceso que le llevaría a grabar en estudio una partitura que supera con creces los estándars de creatividad de la música escrita para la gran pantalla en los últimos decenios.
En no pocas ocasiones he lamentado que entre el material adicional que refuerza el argumento de venta de una determinada película en DVD o Blu-Ray se excluya un segmento dedicado a glosar aspectos relativos a la música. Pero intuyo que, a veces, estas ausencias en títulos en los que la música tiene una función importante, cuando no primordial, se deba a que los compositores saben expresarse bien frente al pentagrama pero, de una forma deficiente frente a las cámaras. Para romper esta regla no escrita, Alexandre Desplat es de los pocos que se muestra más que resuelto al evaluar ante las cámaras aspectos que le han comprometido en el proceso creativo de, por ejemplo, una banda sonora que roza lo mágico como El curioso caso de Benjamin Button. Desplat habla en boca de un colega japonés que la música debe cumplir dos conceptos esenciales: función y ficción. En cuanto al segundo término, la ficción ya está sugerida per se en el contexto cinematográfico, mientras que la función es un asunto más volatil, difícil de medir en términos de efectividad. Pero los «milagros» a menudo se formulan ante los ojos y los oídos bien afinados de talentos de la exquisitez y de la elegancia de Alexandre Desplat. Éste, al apostar por trabajar en el ámbito de la producción de películas en detrimento de una carrera como concertista de piano y compositor de piezas sinfónicas, siempre tuvo el pálpito que podría llegar la ocasión de musicar «Benjamins Buttons». La decisión de los estudios Warner Bros. y Paramount por adecuar la historia en Louisiana, en el corazón de Nueva Orléans, en lugar de Baltimore —donde transcurre el relato de partida escrito por F. Scott Fitzgerald— debido a motivos presupuestarios, afianzaría ese sonido que tan bien se le da en reproducir a Desplat, esto es, el que se mueve entre lo decadente, lo nostálgico y lo melancólico. En ese espacio, en la actualidad Desplat no tiene rival; su forma de componer nos invita a creer que el tiempo queda suspendido una vez penetramos en las entrañas de una historia con la oscuridad de la sala testimoniando nuestro compromiso de aislamiento del mundo real. Y ya se sabe que la palabra no lo es todo a la hora de expresar sentimientos; para ello este arte centenario se vale desde hace un montón de décadas de la pericia de los compositores para tocar las teclas oportunas. La música es el recubrimiento que hace de una historia con los cimientos narrativos bien sólidos alcance el rango de sublime. Ejemplos de tiempos remotos nos llueven al respecto con Bernard Herrmann encabezando un hipotético ránking de dianas en este tránsito camino de la excelencia. Por ello, que el cine cuente hoy en día con Alexandre Desplat, la quintaesencia de la sutilidad compositiva en periodos de «clonación sónica», es un lujo para los oídos y el corazón. Esta apreciación se extiende a los comentarios que Desplat efectúa sobre su propia labor, dejándonos clavados frente al televisor cuando, por ejemplo, ejecuta unas notas al piano y luego, previa explicación verbal, las reproduce en sentido inverso para ilustrar el sentido de esta decisión en función de que la historia de Benjamin Button propone un trayecto vital inverso al natural. Una historia tocada por la singularidad en (las delicadas) manos de este compositor que casi nadie acertaría a creer que tampoco hace demasiado tiempo había velado sus primeras armas con una partitura que comprometía a un terreno de juego, el que propiciaba recorrer la banda a un linier (o arbitro asistente) en Atilano presidente (1995). Pero ya por aquel entonces Desplat estaba llamado a militar en empresas cinematográficas de empaque. Su contribución en La joven de la perla (2003), The Queen (2006) o El velo pintado (2006) daban la medida de este rara avis de la composición para la gran pantalla en tiempos de dominio de los sintetizadores de nueva generación, con una parte sinfónica incorporado a su edificio sonoro. Un maridaje que diluye —como si echáramos agua al vino— el factor de sutilidad que reclaman historias de la categoría de Benjamin Button. Por fortuna, de la elección de Desplat se ha beneficiado una producción como El curioso caso de Benjamin Button, cuyo atropello en la ceremonia de los Oscar del pasado mes de febrero no puede por menos que devolverme a la memoria las palabras que había pronunciado Mel Brooks al poco de salir casi de vacío de la gala de los Oscar celebrada en 1981: «Con el paso del tiempo El hombre elefante se convertirá en un clásico mientras Gente corriente no dejará de ser más que una pregunta de Trivial Pursuit». Otro David, Fincher, para un servidor, ha firmado un clásico, dejando que Antonio Garrido, el nuevo rostro del concurso ¿Quiere ser millonario? formule alguna de estas temporadas una pregunta referida a Slumdog Millionaire (2008). Sin ir más lejos, que la música de esta producción dirigida por Danny Boyle conquistara un Oscar es una broma teniendo en la terna a Alexandre Desplat en estado de gracia. Pero unos escriben para el momento y otros para la eternidad. Esa es la (gran) diferencia.
En no pocas ocasiones he lamentado que entre el material adicional que refuerza el argumento de venta de una determinada película en DVD o Blu-Ray se excluya un segmento dedicado a glosar aspectos relativos a la música. Pero intuyo que, a veces, estas ausencias en títulos en los que la música tiene una función importante, cuando no primordial, se deba a que los compositores saben expresarse bien frente al pentagrama pero, de una forma deficiente frente a las cámaras. Para romper esta regla no escrita, Alexandre Desplat es de los pocos que se muestra más que resuelto al evaluar ante las cámaras aspectos que le han comprometido en el proceso creativo de, por ejemplo, una banda sonora que roza lo mágico como El curioso caso de Benjamin Button. Desplat habla en boca de un colega japonés que la música debe cumplir dos conceptos esenciales: función y ficción. En cuanto al segundo término, la ficción ya está sugerida per se en el contexto cinematográfico, mientras que la función es un asunto más volatil, difícil de medir en términos de efectividad. Pero los «milagros» a menudo se formulan ante los ojos y los oídos bien afinados de talentos de la exquisitez y de la elegancia de Alexandre Desplat. Éste, al apostar por trabajar en el ámbito de la producción de películas en detrimento de una carrera como concertista de piano y compositor de piezas sinfónicas, siempre tuvo el pálpito que podría llegar la ocasión de musicar «Benjamins Buttons». La decisión de los estudios Warner Bros. y Paramount por adecuar la historia en Louisiana, en el corazón de Nueva Orléans, en lugar de Baltimore —donde transcurre el relato de partida escrito por F. Scott Fitzgerald— debido a motivos presupuestarios, afianzaría ese sonido que tan bien se le da en reproducir a Desplat, esto es, el que se mueve entre lo decadente, lo nostálgico y lo melancólico. En ese espacio, en la actualidad Desplat no tiene rival; su forma de componer nos invita a creer que el tiempo queda suspendido una vez penetramos en las entrañas de una historia con la oscuridad de la sala testimoniando nuestro compromiso de aislamiento del mundo real. Y ya se sabe que la palabra no lo es todo a la hora de expresar sentimientos; para ello este arte centenario se vale desde hace un montón de décadas de la pericia de los compositores para tocar las teclas oportunas. La música es el recubrimiento que hace de una historia con los cimientos narrativos bien sólidos alcance el rango de sublime. Ejemplos de tiempos remotos nos llueven al respecto con Bernard Herrmann encabezando un hipotético ránking de dianas en este tránsito camino de la excelencia. Por ello, que el cine cuente hoy en día con Alexandre Desplat, la quintaesencia de la sutilidad compositiva en periodos de «clonación sónica», es un lujo para los oídos y el corazón. Esta apreciación se extiende a los comentarios que Desplat efectúa sobre su propia labor, dejándonos clavados frente al televisor cuando, por ejemplo, ejecuta unas notas al piano y luego, previa explicación verbal, las reproduce en sentido inverso para ilustrar el sentido de esta decisión en función de que la historia de Benjamin Button propone un trayecto vital inverso al natural. Una historia tocada por la singularidad en (las delicadas) manos de este compositor que casi nadie acertaría a creer que tampoco hace demasiado tiempo había velado sus primeras armas con una partitura que comprometía a un terreno de juego, el que propiciaba recorrer la banda a un linier (o arbitro asistente) en Atilano presidente (1995). Pero ya por aquel entonces Desplat estaba llamado a militar en empresas cinematográficas de empaque. Su contribución en La joven de la perla (2003), The Queen (2006) o El velo pintado (2006) daban la medida de este rara avis de la composición para la gran pantalla en tiempos de dominio de los sintetizadores de nueva generación, con una parte sinfónica incorporado a su edificio sonoro. Un maridaje que diluye —como si echáramos agua al vino— el factor de sutilidad que reclaman historias de la categoría de Benjamin Button. Por fortuna, de la elección de Desplat se ha beneficiado una producción como El curioso caso de Benjamin Button, cuyo atropello en la ceremonia de los Oscar del pasado mes de febrero no puede por menos que devolverme a la memoria las palabras que había pronunciado Mel Brooks al poco de salir casi de vacío de la gala de los Oscar celebrada en 1981: «Con el paso del tiempo El hombre elefante se convertirá en un clásico mientras Gente corriente no dejará de ser más que una pregunta de Trivial Pursuit». Otro David, Fincher, para un servidor, ha firmado un clásico, dejando que Antonio Garrido, el nuevo rostro del concurso ¿Quiere ser millonario? formule alguna de estas temporadas una pregunta referida a Slumdog Millionaire (2008). Sin ir más lejos, que la música de esta producción dirigida por Danny Boyle conquistara un Oscar es una broma teniendo en la terna a Alexandre Desplat en estado de gracia. Pero unos escriben para el momento y otros para la eternidad. Esa es la (gran) diferencia.
3 comentarios:
Ninguna duda tengo que la única finalidad de los Oscar o Goya, o cualquier otro premio "popular" es la de la rentabilidad económica. Si no es así, no entiendo el sentido de que premien, como tú bien has expresado, una banda sonora "postiza" antes que a una BANDA SONORA. Lamentablemente, no es el primer caso, y mucho me temo que no será el último. Miedo me da lo de la "novedad" de diez candidatas a "Mejor película"... sólo de pensarlo un escalofrío recorre mi cuerpo... brrrr
Gracias a tus ordenadas y adecuadas palabras, mi próxima escucha musical será la de Alexandre Desplat. Gracias por tus artículos, Christian,
Hola Ivaxavi:
Gracias a tí. Pásate por el mundo de Haldane cuando gustes.
Tienes razón Antonia; lo del tema de las bandas sonoras, por lo que concierne al ganador, más que una lotería es un despropósito de un tiempo a esta parte. Tampoco no entiendo que pasen de 5 a 10 nominados en la categoría de mejor película salvo que quieran contentar a más "lobbies" instalados en la industria cinematográfica.
un saludo para ambos,
Christian
Publicar un comentario