El pasado mes de octubre, a poco más de un mes de celebrarse los comicios electorales en los Estados Unidos, entendí que esa imagen de unión entre John Edwards y Barack Obama era la estocada definitiva para que éste último ganara la partida a su oponente republicano, John McCain, por la presidencia del país. Así fue y el 20 de enero del año en curso, Obama juraba el cargo que le acreditaba como el máximo dirigente de la Casa Blanca. La prudencia, buena consejera en estos casos, debía gobernar las opiniones en torno al líder demócrata y, tras los preceptivos cien días de gracia, es tiempo para emitir valoraciones personales, a modo de una primera toma de temperatura sobre el estado de las cosas concernientes a la nueva Administración Obama.
En las escuelas y universidades en las que se imparten cursos de Diplomacia los profesores no se deben cansar de decir aquella frase que, de tanto repetirse, parece una simpleza, algo sobreentendido: «las formas son tan importantes como el fondo». Una lección que el anterior morador de la Casa Blanca, George W. (de Walker, en homenaje, debe ser, a Chuck Norris) Bush, se saltó a la torera en no pocas ocasiones, dejando que el fondo rigiera los destinos de su política. Pero lo que ocurrió es que ese fondo estaba agujereado y por allí se colaron una sarta de mentiras que acabaron con la dinastia Bush en el meridiano de su segundo mandato, el periodo en el que le entró un impulso irrefrenable por purgar sus errores frente a las cámaras. Obama, en cambio, es un dirigente político que cuida con exquisitez las formas con algún que otro desliz en su cuenta de resultados a fecha de hoy. Pero resulta muy difícil conciliar las dos Américas —y cada una de las partes divididas, como si se tratara de una mitosis, en otras tantas— con la sola idea que las políticas progresistas obtendrán un sentido hegemónico en los distintos foros institucionales que rigen los intereses de la nación estadounidense. Enmanuel Kant decía que a todo elemento le corresponde su contrario. Obama practica ese modo de hacer que no es patrimonio de ningún color político, esto es, dibujar un panorama funesto para posteriormente hablar en términos de esperanza, o a la inversa. Los polos opuestos preservan ese viejo dogma de fe de la política que mientras advierte que se ciernen nubarrones en el horizonte el sol puede volver a brillar y ofrecer calor en el ánimo de la población.
Digamos que Barack Obama, empleando símiles ajedrezísticos, ha hecho un buen movimiento de apertura de algunos de los peones con la intención de reconducir el desaguisado de Iraq y que afecta a países de su entorno, en especial Pakistán e Irán. El caballo, pieza codiciada en ajedrez por saber moverse entre casillas sin trazar una línea recta, guarda el perfil de Joe Biden, el vicepresidente bregado en las relaciones internacionales que abrirá nuevas vías de acción para Obama. La «Dama» Hillary Clinton parece moverse en distintas direcciones, sin necesariamente guardar la espalda al «Rey» Obama. Parece, pues, evidente, que el acuerdo de Hillary Clinton por aceptar la secretaría de Estado pasaba por tener una cierta libertad sobre el tablero de la política. Antes de llegar al ecuador del primer mandato presidencial de Obama veremos muchos movimientos de peones, álfiles, caballos y algunos amagos de la Dama. Pero en la segunda parte, aquella que nos introduzca de pleno en la segunda década del siglo XXI, será tiempo para las torres, es decir, el poder militar, y la actuación de un Rey que debe enfrentarse a no pocos dilemas, enderezar el rumbo de errores históricos de bulto y cumplir con sus promesas, con la mirada puesta especialmente en el sistema sanitario que tendrá en la dificultad de parar el avance de la gripe porcina proveniente del país vecino —México— su primera piedra de toque. Obama, a través de su pool de asesores comandados por David Axelrod, ha estudiado al detalle los movimientos de sus antecesores en el cargo, remontándose sobre todo a su referente absoluto, John F. Kennedy. Reyes destronados por un movimiento incorrecto, y otros que sufrieron su particular jaque mate en un corredor asfaltado de Dallas. Obama no es de los que se enrroquen en políticas exentas de riesgo. El «Rey» Obama por sí solo no basta para ganar una partida que parece comprometer al equilibrio mundial, pero en primer término al retorno a la confianza en la economía de un país que entró en una profunda crisis, a distintos niveles, y que aún hoy en día su futuro sigue siendo incierto. Mientras nos acercamos a esas fechas donde se empiece a despejar el futuro de Iraq sin la presencia militar de los Estados Unidos o desmantelar Guantánamo, vamos calibrando las opciones de que Obama pueda ganar por Jaque mate a tantos frentes abiertos que han convertido este planeta en un caldo de conflictos, guerras sin sentido y desigualdades sociales a expuertas. La esperanza, medito, sigue intacta tras haber arrancado las primeras cien páginas de un calendario que tiene fecha de caducidad en 2012.
En las escuelas y universidades en las que se imparten cursos de Diplomacia los profesores no se deben cansar de decir aquella frase que, de tanto repetirse, parece una simpleza, algo sobreentendido: «las formas son tan importantes como el fondo». Una lección que el anterior morador de la Casa Blanca, George W. (de Walker, en homenaje, debe ser, a Chuck Norris) Bush, se saltó a la torera en no pocas ocasiones, dejando que el fondo rigiera los destinos de su política. Pero lo que ocurrió es que ese fondo estaba agujereado y por allí se colaron una sarta de mentiras que acabaron con la dinastia Bush en el meridiano de su segundo mandato, el periodo en el que le entró un impulso irrefrenable por purgar sus errores frente a las cámaras. Obama, en cambio, es un dirigente político que cuida con exquisitez las formas con algún que otro desliz en su cuenta de resultados a fecha de hoy. Pero resulta muy difícil conciliar las dos Américas —y cada una de las partes divididas, como si se tratara de una mitosis, en otras tantas— con la sola idea que las políticas progresistas obtendrán un sentido hegemónico en los distintos foros institucionales que rigen los intereses de la nación estadounidense. Enmanuel Kant decía que a todo elemento le corresponde su contrario. Obama practica ese modo de hacer que no es patrimonio de ningún color político, esto es, dibujar un panorama funesto para posteriormente hablar en términos de esperanza, o a la inversa. Los polos opuestos preservan ese viejo dogma de fe de la política que mientras advierte que se ciernen nubarrones en el horizonte el sol puede volver a brillar y ofrecer calor en el ánimo de la población.
Digamos que Barack Obama, empleando símiles ajedrezísticos, ha hecho un buen movimiento de apertura de algunos de los peones con la intención de reconducir el desaguisado de Iraq y que afecta a países de su entorno, en especial Pakistán e Irán. El caballo, pieza codiciada en ajedrez por saber moverse entre casillas sin trazar una línea recta, guarda el perfil de Joe Biden, el vicepresidente bregado en las relaciones internacionales que abrirá nuevas vías de acción para Obama. La «Dama» Hillary Clinton parece moverse en distintas direcciones, sin necesariamente guardar la espalda al «Rey» Obama. Parece, pues, evidente, que el acuerdo de Hillary Clinton por aceptar la secretaría de Estado pasaba por tener una cierta libertad sobre el tablero de la política. Antes de llegar al ecuador del primer mandato presidencial de Obama veremos muchos movimientos de peones, álfiles, caballos y algunos amagos de la Dama. Pero en la segunda parte, aquella que nos introduzca de pleno en la segunda década del siglo XXI, será tiempo para las torres, es decir, el poder militar, y la actuación de un Rey que debe enfrentarse a no pocos dilemas, enderezar el rumbo de errores históricos de bulto y cumplir con sus promesas, con la mirada puesta especialmente en el sistema sanitario que tendrá en la dificultad de parar el avance de la gripe porcina proveniente del país vecino —México— su primera piedra de toque. Obama, a través de su pool de asesores comandados por David Axelrod, ha estudiado al detalle los movimientos de sus antecesores en el cargo, remontándose sobre todo a su referente absoluto, John F. Kennedy. Reyes destronados por un movimiento incorrecto, y otros que sufrieron su particular jaque mate en un corredor asfaltado de Dallas. Obama no es de los que se enrroquen en políticas exentas de riesgo. El «Rey» Obama por sí solo no basta para ganar una partida que parece comprometer al equilibrio mundial, pero en primer término al retorno a la confianza en la economía de un país que entró en una profunda crisis, a distintos niveles, y que aún hoy en día su futuro sigue siendo incierto. Mientras nos acercamos a esas fechas donde se empiece a despejar el futuro de Iraq sin la presencia militar de los Estados Unidos o desmantelar Guantánamo, vamos calibrando las opciones de que Obama pueda ganar por Jaque mate a tantos frentes abiertos que han convertido este planeta en un caldo de conflictos, guerras sin sentido y desigualdades sociales a expuertas. La esperanza, medito, sigue intacta tras haber arrancado las primeras cien páginas de un calendario que tiene fecha de caducidad en 2012.
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