En estos días, en el Village del torneo de Tenis de Montecarlo uno de los temas que debe ser la comidilla de no pocas tertulias o charlas informales a pie de canapé deviene el enlace conyugal entre Roger Federer —actual nº 2 del ranking ATP—, y Mirka Vavrinec, que se celebró el pasado 11 de abril en la ciudad natal del jugador, Vasilea. Quizás, este evento no signifique nada más allá de constatar que los deportistas de elite, con el horizonte económico aclarado al medio y largo plazo, contraen matrimonio a más temprana edad que el común de los mortales de Occidente, acompañado, como en el caso de la pareja Federer-Vavrinec, de una futura paternidad anunciada a modo de antesala de la boda. Pero tratándose de un tenista, la «leyenda negra» sobre lo acontecido con un reguero de figuras de este deporte que pronunciaron en su día la palabra mágica «sí, quiero» al pie del altar, nubarrones parecen cubrir el cielo donde Federer eleva sus súplicas para que los hados le sean propicios antes de acometer un punto decisivo. Acomodado en la silla que le distinguía como rey del tenis a lo largo de varios años, Roger Federer empezó a flaquearle las fuerzas en los puntos clave hace algo más de una temporada, con un Rafael Nadal pletórico que le iba comiendo el terreno hasta acabar coronándose en el primer puesto de la ATP. Al dar el paso de casarse con la ex tenista Vavrinec, todos los vaticinios apuntan a que Federer inicia su declive con tan sólo 27 años, distanciándose cada vez más del primer lugar y quedándose cada vez más cerca del escalafón más bajo de un virtual podio en beneficio del escocés Andy Murray. No creo equivocarme demasiado si presumo que el tenista helvético se sumará a esa «lista maldita» de profesionales de la raqueta que quisieron alternar la vida deportiva con la conyugal con el pálpito que era la decisión más adecuada en pos de una estabilidad emocional y afectiva. Unos cuantos podrían argüir las contradicciones de tamaño paso al frente, desde el australiano Pat Cash —casado tres años después de ganar Wimbledon y, a partir de ahí, la cuesta en picado que casi le costó la muerte (el suicidio planeó sobre el nido del cuco...)—, el checo Ivan Lendl —Samantha Frankel se conviritó en su novia vestida de negro: de la luna de miel al ostracismo tenístico, todo en una—, el sueco Björn Bork, el alemán Boris Becker, el catalán Àlex Corretja, la andorrana (a efectos fiscales; rojigualda de corazón) Arancha Sánchez Vicario...
Excuso decir que los casos en sentido contrario son tantos o más, pero la ecuación matrimonio + tenis profesional no ha dado demasiado buen resultado para infinidad de jugadores situados en la parte noble de la clasificación ATP lo constatan las estadísticas. Las razones por las que este binomio no cuaje intuyo —desde la modestia de haber practicado este deporte a una escala amateur— que se debe a que el tenis es un deporte donde la concentración mental es determinante. Alguien dijo que, si nos regimos por una valoración esencialmente de capacitación técnica, entre los Top 50 las diferencias entre unos y otros son mínimas; la cuestión estriba en la fortaleza mental que hace decantar la suerte de un partido a un lado u otro de la red. El brazo de oro que exhibe el mallorquín Nadal sería menos efectivo si su mente no trabajara a pleno gas, interpretando a cada instante la mejor decisión a tomar para que, a la postre, en los tramos decisivos sentenciara a su favor. Y esa mente no parece programada para aislar las variables que contiene el juego del tenis de los asuntos que comporta una vida marital, tributando las obligaciones de satisfacer constantemente a la pareja (en el plano afectivo y sexual), relacionarse con unos suegros que debe ser una caja de sorpresas y tomar nota de cuestiones mundanas del día a día... Para bien del tenis de nuestro país, pues, esperemos que Rafael Nadal aparque los fastos de una hipotética boda con su novia para dentro de mucho, mucho tiempo. Más que una bendición si Nadal anunciara un hipotético enlace conyugal en mitad de su meteórica carrera profesional, se podría interpretar en sentido opuesto. De su amistad sincera con Federer, podrá tomar buena nota. Y si no, al tiempo. Murray y los que vendrán recordarán ese 11 de abril de 2009, el que marcó en rojo Federer en su calendario sentimental haciendo caso omiso de la «leyenda negra» que envuelve a la realeza de los deportistas que visten de Armani.
Excuso decir que los casos en sentido contrario son tantos o más, pero la ecuación matrimonio + tenis profesional no ha dado demasiado buen resultado para infinidad de jugadores situados en la parte noble de la clasificación ATP lo constatan las estadísticas. Las razones por las que este binomio no cuaje intuyo —desde la modestia de haber practicado este deporte a una escala amateur— que se debe a que el tenis es un deporte donde la concentración mental es determinante. Alguien dijo que, si nos regimos por una valoración esencialmente de capacitación técnica, entre los Top 50 las diferencias entre unos y otros son mínimas; la cuestión estriba en la fortaleza mental que hace decantar la suerte de un partido a un lado u otro de la red. El brazo de oro que exhibe el mallorquín Nadal sería menos efectivo si su mente no trabajara a pleno gas, interpretando a cada instante la mejor decisión a tomar para que, a la postre, en los tramos decisivos sentenciara a su favor. Y esa mente no parece programada para aislar las variables que contiene el juego del tenis de los asuntos que comporta una vida marital, tributando las obligaciones de satisfacer constantemente a la pareja (en el plano afectivo y sexual), relacionarse con unos suegros que debe ser una caja de sorpresas y tomar nota de cuestiones mundanas del día a día... Para bien del tenis de nuestro país, pues, esperemos que Rafael Nadal aparque los fastos de una hipotética boda con su novia para dentro de mucho, mucho tiempo. Más que una bendición si Nadal anunciara un hipotético enlace conyugal en mitad de su meteórica carrera profesional, se podría interpretar en sentido opuesto. De su amistad sincera con Federer, podrá tomar buena nota. Y si no, al tiempo. Murray y los que vendrán recordarán ese 11 de abril de 2009, el que marcó en rojo Federer en su calendario sentimental haciendo caso omiso de la «leyenda negra» que envuelve a la realeza de los deportistas que visten de Armani.
1 comentario:
hostias como te pones le enmiendas la plana a ANA ROSA QUINTANA
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