lunes, 14 de julio de 2008

«TECHNOPHILES»


A falta de la aprobación en los años venideros de nuevos vocablos susceptibles de incorporarse al diccionario de la RAE (Real Academia de la Lengua Española), no tardaremos en ver oficializado un término equivalente a Technophiles, que se utiliza en los países anglosajones para referirse a los adictos a las nuevas tecnologías. La noticia de la aparición en el mercado del iPhone 3G de Apple ha servido para dejar a las claras que esta adicción dista de revelarse marginal en nuestra sociedad. En un santiamén se agotaron los 10.000 iPhone que se pusieron a la venta la pasada semana. Allí estaban los technophiles, encomendándose a algún santo o santa para que ellos fueran los «escogidos» de tan preciado aparato, movidos por la idea de que quizás la adquisición del mismo pueda cambiar sus destinos. Me parece sangrante que esos mismos que se «conmueven» frente al televisor (de plasma, of course) cuando un grupo de lugareños de Centroamérica, del África sudsahariana o de Asia se agolpa frente a puntos donde se reparte comida con la única perspectiva que la pura supervivencia, repitan idéntica mecánica pero por el mero hecho de hacerse con el nuevo iPhone. Esa espiral consumista en la que hemos quedado atrapados ha creado celdas sociales en un escalado de menor a mayor dependencia. En la cúspide de la misma ya se sitúan estos adictos a los nuevos dispositivos electrónicos incapaces de ni tan siquiera esperar a aterrizar un avión y sacar un fajo de billetes de euros para disponer, a 9.000 metros de altura, de un artilugio de nueva generación que será la comidilla entre groupies. Esa imagen de puro delirio consumista la viví in situ en un vuelo de British Airways que cubría la distancia entre Londres y Barcelona. Mientras sobrevolaba territorio catalán entendí que esa actitud febril de una de las pasajeras de British tenía un efecto metafórico: un fenómeno nacido en uno de los centros neurálgicos del consumismo tecnológico de Occidente no tardaría en propagarse en países como España. Y en algo más de un año aquel pensamiento se ha transformado en una constatación absoluta: vivimos tiempos de zozobra económica, pero crece aritméticamente las personas enganchadas a los nuevos modelos tecnológicos en la prospección de una realidad virtual que ya nos la venía anunciando el «mesías» de la ciberliteratura fantástica, Brian Gibson. Su colega Aldous Huxley se dejó en el tintero proveer a los hombres alfa, beta, gamma... de su Mundo feliz de una especie de apéndice de plástico que ordenara/programara sus respectivos quehaceres diarios. Más que un complemento a los ojos de los technophiles deviene una prolongación orgánica más utilizada que la masa amorfa y viscosa revestida de hueso que descansa sobre nuestros cuerpos. A este paso, tampoco echarán demasiado en falta el aparato sexual más allá de orinar porque confiarán en que pulsando una tecla de su ultramoderno iphone tendrán sesión orgásmica por un módico precio. Aún así no serán los 25 € de coste mínimo que obligan a consumir a los que han adquirido el iphone 3 G si no quieren perder tan codiciado tesoro. Un juguete tecnológico del que pronto se cansarán cuando se masifique su venta (prevista para finales de este mismo año: una eternidad para esta nueva plaga que toma el relevo a los fashion victims en el colmo de la modernidad). Entonces ya aparecerá otro artilugio que sacie sus aspiraciones vitales y que les invite a pensar que la felicidad pasa por ver a su pareja, amigos y/o familiares en pantalla ultraplana de 50 megapíxels y un sonido que reproduzca con una calidad apabullante términos tales como «te quiero». Claro que si se producen reverberaciones y el «mensaje» deseado no llega con la suficiente nitidez siempre estaremos a tiempo de cambiar de operadora una vez liberados del yugo del monopolio de Telefónica. Pero lo que «ellos» no parecen advertir que han salido de un monopolio para caer en las redes de otro monopolio mucho más dañino: el de la estupidez enfundada de modernidad. Confío en que mi mente me preserve de la tentación de caer en una idolatría por los apartados tecnológicos de última generación y conserve el mismo móvil, al menos, durante un par de años aún a pesar de las miradas displicentes que ese acto pueda generar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Estamos enfermos o sencillamente somos idiotas? ¿No hay quién ataje este derroche de estupidez e insensibilidad? Dios nos coja confesados, Christian.

Unknown dijo...

he leido alguna vez que hay un montaje publicitario detras de las colas (pagan a gente para hacer cola) luego otros por salir en la tele como en las rebajas del corte ingles
¿ estas seguro que este aparato no es tambien un consolador?

Anónimo dijo...

Amic Pep:
Cuando saquen iphone con forma de algunas frutas empezaremos a sospechar... pero hasta entonces concedamos el beneficio de la duda. Aunque presumo que en el fondo algunos "technophiles" con ánimo de amortizar el coste del aparato le pueden dar otros usos que no se encuentran en el manual. En fin...