domingo, 27 de julio de 2008

UNIVERSO BALLARD (II): AUTOPSIA DEL NUEVO MILENIO


Movido por la lectura reciente de dos de sus novelas —una de ellas, una pieza maestra, El imperio del sol (1984)—, la exposición que se tributa a Jim Graham Ballard en el CCCB (Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona) hasta el 2 de noviembre ha sido una ocasión ideal, fruto de la pura casualidad, para ampliar miras en torno al gran escritor británico. Bajo el comisariado de Jordi Costa, quien ya había colaborado en idéntico cometido en otra exposición a cargo del CCCB, Autopsia del nuevo milenio responde perfectamente a las expectativas de aquellos que sentimos afinidad por el escritor y, por extensión, pensador del siglo XX y de la primera década del presente siglo, la única que, dada la grave enfermedad que padece, tiene visos de completar. Una larga, infinita escalera mecánica —el primer guiño, intencionado o no, a Ballard y a la portada de su novela que acaba de visitar nuestras librerías, Bienvenidos a Metro-Centre (2006)— nos transporta hasta las entrañas de una exposición en que el acento típicamente british del maestro de la literatura contemporánea resuena en cada una de las salas multimedia habilitadas para la ocasión que resigue un itinerario de fácil recorrido. Pantallas de distintos tamaños —entre las que ocupan el ancho de una sala con proyecciones de algunos films que Ballard sintetiza con una sola y afortunada frase (Mad Max, Alien, el octavo pasajero, etc.) hasta imágenes que se exhiben en un rosario de móviles distribuidos a las puertas de la salida—, facsímiles de New Worlds y The Magazine of Fantasy and Science-fiction en las que Ballard velaría sus primeras «armas» literarias, una colección completa de sus obras publicadas por orden cronológico y una sala que simula la planta de un hospital con un claro regusto a los espacios asépticos, carentes de vida que refleja en sus escritos, forman el grueso de esta exposición. La refrigeración del lugar ayuda a sumergirse en ese universo ballardiano, cuyo «profeta» se proyecta, cuál holograma, acompañado de un discurso tan medido como su prosa, interactuando con el visitante en una performance en la que una batería de preguntas tan sólo tienen respuestas en forma de monosílabo mientras la cámara se concentra paulatinamente en la pupila de su ojo izquierdo. De ahí puedes entresacar la materia humana de la que está hecho Ballard, quien en otro espacios —unas pantallas de reducido tamaño— asevera que el asesinato/magnicidio de John F. Kennedy marcaría un punto de inflexión en la forma que hasta entonces habíamos procesado la comunicación, o esgrime las analogías existentes entre los escritores de ciencia-ficción y los surrealistas. Una influencia que se deja sentir sobre todo en los primeros trabajos literarios de Ballard, cuya publicación pensó que le reportarían el dinero suficiente para comprar un cuadro de uno de los surrealistas por excelencia, Paul Delvaux (1897-1994). Empero, la valoración al alza de esta corriente pictórica en los años setenta y ochenta hizo imposible la compra de ninguna de sus obras. Pero Ballard, lejos de refugiarse en un sentimiento de resignación, contrató los servicios de Brigid Marlin para que hiciera una reproducción del cuadro El espejo, que pasaría a presidir el salón de la residencia de Shepperton del genial escritor. Otra reproducción de la misma obra hecha por encargo del CCCB es la que forma parte de esta exposición que asimismo hará las delicias de los devotos de David Cronenberg, un ferviente lector de Ballard en sus años de juventud al que, al margen de su adaptación de Crash (1973) —la anécdota que tuvo lugar en la exposición del New Arts Laboratory mientras daba forma a esta obra, es impagable— debe extraoficialmente el argumento y la atmósfera malsana de Vinieron de dentro de... (1976), sacada de su novela Rascacielos (1975).
En otro tiempo y en otro lugar, Autopsia del nuevo milenio sería tachada de una exposición con peaje a la polémica: casi oculto en una de las primeras estancias de la misma, se destaca una frase de Ballard, a propósito de sus experiencias vividas durante la Segunda Guerra Mundial en Shanghai: «De no ser por el súbito fin de la guerra, (los japoneses) habían tenido plena libertad para deshacerse de nosotros; y fue únicamente la bomba atómica la que nos salvó la vida. La luz perlada que quedó suspendida sobre Lunghua me recordaría para siempre el milagro salvador de Hiroshima y Nagasaki». Ballard puede que desaparezca pronto debido a su maltrecha salud que le ha impedido a asistir a la presentación de esta exposición. Sin embargo, su literatura permanecerá como una de las que mejor ha sabido describir el futuro que se nos avecina, el que está al doblar la esquina y que arroja más sombras que luces sobre nuestra realidad cotidiana. Y eso que uno es optimista por naturaleza, pero Ballard suele dar en el clavo...

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo también he visitado la exposición esta mañana y desde aquí felicito a Christian por su reseña y animo a todos los interesados en Ballard a acercarse a ella. Los que no lo conozcan tienen una buena ocasión para descrubir a un gran escritor.LV

Carles Matamoros dijo...

No conozco a fondo la literatura de Ballard, pero todo lo que he leído de él me interesa muchísimo. No me perdaré esta exposición. Aunque me temo que no "pillaré" muchos conceptos dado que aún me queda mnucho por conocer de ester tipo...

A mí Crash no me parece ya ciencia ficción sino pura realidad...