jueves, 17 de julio de 2008

HEDY LAMARR: LA MUJER DE LAS DOS CARAS


En esas horas «muertas» que uno pasa frente al televisor —las menos, dicho sea de paso—, contemplé un documental que, a priori, parecía formar parte de las típicas series consagradas a las «vidas ejemplares» (o no tanto) de estrellas cinematográficas. Pero a los pocos minutos me di cuenta de que aquel documental no estaba cortado por el manido patrón del Rise and Fall of... («auge y caída de»...) sino que era una caja de sorpresas en función de una personalidad que hasta entonces me había pasado desapercibida, excusando su belleza física, un punto sofisticada para la época, al igual que el desnudo que concitó a la polémica en Éxtasis (1932) y la dio a conocer con tan sólo dieciocho años. Su nombre: Hedwig Eva Maria Kiesler, artísticamente Hedy Lamarr (1914-2000). Pues bien, la que había sido bautizada como «la mujer más hermosa del cine», fuera de los platós tuvo una existencia que escapa al estereotipo de estrella cinematográfica presa de su éxito y de su físico. Más bien la física debería rendir cuentas con Hedy Lamarr, ya que ella sería la coinventora de la denominada conmutación de frecuencia («frecquency hopping») de espectro ensanchado. De hecho, la morena actriz contó con el auxilio del compositor George Antheil (1900-1959) —curiosamente, acababa de escuchar una de sus partituras para cine, The House By the River (1950), de Fritz Lang, en la Filmoteca de Catalunya— hoy enterrado en el olvido. Mientras Antheil tocaba el piano, Lamarr se le acercó y le propuso que reprodujera una serie de notas que pudieran interpretarse como frecuencias hasta un total de 88. De esta forma, Lamarr pretendía establecer un código de transmisiones capaz de detectar señales que pasaran desapercibidas por los aparatos de los que se disponían hasta entonces. Pues de aquella experiencia en común nacería uno de los inventos de los que mayor provecho ha sacado la humanidad en la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI, pero también con su vertiente negativa al ser empleado para usos militares. Por eso, la patente por la que Lamarr no cobró un solo dólar se registraría en 1942, siendo de inmediato catalogado de «confidencial» por parte del Pentágono. Al albur de éstos y otros temas surgirían las especulaciones sobre si la actriz de origen vienés —ciudad a la que retornaría en el tramo final de su vida— oficiaba de espía no para los nazis o los soviéticos, sino para los servicios de inteligencia de Gran Bretaña. La visión de Calling Hedy Lamarr (2004, George Misch) me ha provocado un vuelco sobre la impresión que tenía hasta entonces de la protagonista de Noche en el alma (1944), dejando en segundo plano el mito erótico que la proyectó a nivel internacional, para quedarme con una personalidad fascinante, de una inteligencia privilegiada, capaz de desarrollar una formulación en clave matemática que sentaría las bases de aparatos hoy tan comunes como los móviles, los walkie-talkies o demás artilugios radioeléctricos. En el lado negativo, como decía, los técnicos militares norteamericanos se lo apropiaron nada más patentarse en el ecuador de la Segunda Guerra Mundial. Pero como pasaría con internet: el uso militar de la conmutación de frecuencia de espectro ensanchado ha tenido una aplicación más práctica para la humanidad gracias a un músico que ni los coineusseurs de las bandas sonoras se decantan por reivindicar (presumiblemente por el desconocimiento de una obra dispersa y de difícil acceso) y a una actriz La... marr despabilada que hacía honor al título de una de las películas que la ayudaron a encumbrar como «diosa» del celuloide, The Strange Woman (1946).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Antaño se decía en España que Hedy Lamarr que estaba "Lamarr de buena".

¿Qué necio podría discutirlo?