La asistencia a la proyección en salas comerciales de Expediente X: creer es la clave (2008) me ha permitido reencontrarme con los personajes principales de una de las series que seguí con inusitado interés en la década anterior. Como Twin Peaks, Expediente X ha sido una de las pocas series que me ha mantenido atrapado a lo largo de varias temporadas a finales de la pasada centuria sin una explicación demasiado convincente dada mi desconfianza sobre fenómenos paranormales, ufología y demás asuntos que traspasan las fronteras de lo racional. Pero había algo envolvente en su puesta en escena y en su música con apenas cuatro notas (cortesía de Mark Snow), un cuidado por el detalle que hacía posible que durante una hora —sin contar los cortes publicitarios— me evadiera del entorno y conectara con las pesquisas de Mulder (David Duchovny) y Scully (Gilliam Anderson) para resolver sus expedientes «X». Algunos de éstos quedarían en el limbo y se retomarían en otros capítulos posteriores, afianzando de esta forma una audiencia que pronto no dudaría en proclamar a los cuatro vientos que era fan de la serie creada por Chris Carter. Esta segunda entrega cinematográfica de X-Files representa el cierre, el colofón a dieciséis años de fidelidad a unos personajes que se han erigido en estereotipos, a efectos de las series de nuevo cuño, que invaden las parrillas televisivas en franja nocturna. El aspecto desaliñado de Fox Mulder invita a pensar que han transcurrido suficientes años —un total de siete— para que su figura altiva pierda consistencia, a diferencia de la doctora Scully, cuyos rasgos ganan enteros en pantalla grande, luciendo una expresión llena de ternura y bondad que demuestra una porción de su gran categoría interpretativa, desafortundamente desaprovechada en este medio. Despachada por los que nunca han mostrado demasiado aprecio por la serie como «un-capítulo-alargado-de-la-serie-Expediente X», en realidad, EX, Creer es la clave tiene un fundamento más dramático, permitiendo una exploración en la naturaleza de unos personajes que se debaten entre la fe y la razón. Contra viento y marea, Chris Carter, asimismo en funciones de director —labor que no le fue ajena en la serie, firmando algún capítulo tan soberbio como el de The Post Mortem Prometheus (1998), el único en blanco y negro, a modo de homenaje a El hombre elefante (1980), sin excusar el tributo a Máscara (1985)— ha podido preservar uno de los misterios que más debates ha generado X-Files: la relación sentimental existente entre Mulder y Scully. Pero más aún que en la serie, en el film Carter se potencia un «ritual» de miradas que sustituyen al valor de la palabra, dejando asimismo entrever en la parte final el rol paternalista que asume Walter Skinner (Mitch Pileggi) en una pareja de (ex)agentes del FBI que difícilmente podrán reemplazar, a nivel de carisma, otros colegas del Cuerpo en las series creadas al albur del éxito de X-Files. Bien es cierto que, a partir del la octava temporada, que se abría con un capítulo donde se daba por desaparecido a Mulder —por aquel entonces, remiso a renovar su contrato—, la serie entró en barrena y asomaban demasiados casos de abducciones. En un barrido por el espacio sideral sería más que probable encontrarnos a más de uno de los guionistas de la serie Expediente X. La resolución o el plot de algunos capítulos sencillamente no tenían explicación. El regreso de Mulder al redil de la serie no sería aval suficiente para que recuperaran el pulso de sus primeras temporadas, sembradas de auténticas gemas rodadas para la pequeña pantalla en periodo finisecular.
No demasiado convencidos de involucrarse en el proyecto cinematográfico que preparaba Carter tras la clausura de la serie, Duchovny y Anderson acabarían aceptando el envite presumiblemente condicionados (cheques de seis cifras al margen) por la inesperada muerte de Randy Stone el año pasado, el que había sido, por su condición de director de cásting, uno de los principales responsables para que ambos encabezaran una de las series más longevas —con un total de 201 capítulos— y de mayor calidad de la era reciente de la televisión. La siempre estimulante presencia de Amanda Peet y la portentosa composición de Billy Connolly —con una sospechosa apariencia física al propio Chris Carter con su media melena y el pelo cano— ayudan a digerir mejor este fin de fiesta que supone X-Files para los aficionados de largo recorrido a la serie que nos hizo creer que había algo más allá... de la televisión basura. En definitiva, una serie como la copa de un pino.
No demasiado convencidos de involucrarse en el proyecto cinematográfico que preparaba Carter tras la clausura de la serie, Duchovny y Anderson acabarían aceptando el envite presumiblemente condicionados (cheques de seis cifras al margen) por la inesperada muerte de Randy Stone el año pasado, el que había sido, por su condición de director de cásting, uno de los principales responsables para que ambos encabezaran una de las series más longevas —con un total de 201 capítulos— y de mayor calidad de la era reciente de la televisión. La siempre estimulante presencia de Amanda Peet y la portentosa composición de Billy Connolly —con una sospechosa apariencia física al propio Chris Carter con su media melena y el pelo cano— ayudan a digerir mejor este fin de fiesta que supone X-Files para los aficionados de largo recorrido a la serie que nos hizo creer que había algo más allá... de la televisión basura. En definitiva, una serie como la copa de un pino.
3 comentarios:
Te regalo de por vida a Gilliam Anderson si me concedes media hora a solas con Amanda Peet.
Fisher King:
Lo de Amanda Peet no está en mi mano; lo tendrás que negociar con David Benioff (aviso: mide más de 1,90 y tiene pinta de gladiador romano), que es la actual pareja de la actriz con un par de ojos que son como faros de un azul intenso...
Christian
Ciertamente, Expediente X nos hizo pasar de los mejores momentos (en formato televisivo) de los últimos años. Y,efectivamente, la verdad está ahí fuera.
jicp.
Publicar un comentario