sábado, 19 de julio de 2008

BIENVENIDO, MR. MONTILLA

A unas semanas vista de la celebración de los Juegos Olímpicos de Pekín o Beijin —como gusta decir a los puristas—, viene a colación un símil deportivo tan trasnochado como repetido que le oí en boca del Molt Honorable President de la Generalitat de Catalunya, José Montilla, en campaña electoral hace unos años. Ya saben, aquello del corredor que empieza más rezagado y acaba ganando al que iba por delante, demasiado confiado. En la voz de José Montilla no quedaba duda de que el PSC era quien asumía el papel del atleta que protagonizaba la remontada. El marco no podría ser más propicio para captar la atención de los asistentes: un acto electoral que congregaba a personas del mundo del deporte afines a los postulados socialistas, en horario matutino. Ese relato me dejó un tanto pensativo no por su carga de profundidad sino por la convicción de los asesores del President de que esa era la metáfora adecuada en semejante contexto. Con su habitual registro plano, el político de ascendencia cordobesa lo pronunció y se quedó tan ancho. En su fuero interno, los asesores debieron respirar hondo y tener la certeza de que otro discurso no cabía: el mensaje bien llano, no vaya a ser que le hagamos recitar algo complicado extraído del catálogo de los hermanos Kennedy o de Chomsky y la liemos. Cavilaron y concluyeron que a un personaje gris le corresponde un discurso gris; así la audiencia no sospechará que todo ha sido «cocinado» a sus espaldas intelectuales y casará a la perfección con su perfil bajo, subterráneo, como diría el escritor Juan Marsé.
Extraños mecanismos operan en la política autóctona que han llevado en volandas a reelegir como cabeza visible del PSC a una de las personas más mediocres posibles en el ámbito de la política. Pisando nuevamente el campo del símil, José Montilla es aquel Mr. Chance que recalaría en la Casa Blanca para regir los destinos de la nación estadounidense con un pasado que le comprometía hasta entonces con las labores de jardinero, a las puertas de una bien ganada jubilación. Esta fábula social había sido planteada por Jerzy Kozinski (1933-1991) en su libro Being There, que cautivó a Peter Sellers hasta el punto de querer interpretarla en la gran pantalla con el concurso de Hal Ashby en la dirección. El que acabaría convirtiéndose en el canto de cisne del cómico británico ejemplifica ese concepto de mediocridad de la clase política, capaz de (re)elegir a un hombre exento de la formación académica mínima indispensable, para estas lides, alejado del vocablo carisma pero con los arrestos suficientes para pronunciar un discurso ramplón que cale entre el electorado.
Movido en su día por el interés que me generaba un director como Hal Ashby con un discurso progresista nada sospechoso, acudí a ver Bienvenido Mr. Chance (1979) en su tardío estreno —una decena de años de decalaje en relación a su fecha de producción— en nuestras salas comerciales. La revisión del film me ha reafirmado en las semblanzas existentes entre Montilla y Chance —incluso en lo físico: un pelo entrecano y con la frente despejada (Ver imagen anexa)—, aunque un detalle me sobrecogió hasta el extremo de intercalarse las imágenes de uno y otro en mi subconsciente. Ninguno de ellos tiene la costumbre de girar el cuello para reparar en el rostro de quien les habla; tanto Montilla como Chance desplazan todo su cuerpo para situarse frente al «espejo» de su interlocutor. Es como si ambos anularan la visión lateral y solo establecieran un diálogo si fijan la mirada con la persona que tienen cerca. Presumiblemente, este sería uno de los argumentos a favor de Montilla para su elección entre una nube de candidatos que no tienen ese don, esa cualidad innata para saber mirar a la cámara y dirigise directamente a los ojos de los espectadores. La abismal profundidad de su mirada, que se intuye tras unas lentes que corrigen su miopía, provocan un efecto hipnótico que basta y sobra para «susurrar» al televidente que estamos ante un gestor de primer orden, un ser tocado por el seny, un analista como pocos de la realidad que nos envuelve. Hoy en día, lo que se requiere son gestores no políticos presumidos que luzcan palmito cogidos de la mano de pibonas en un ejercicio de ostentación pública que debe molestar a la plebe. La consigna está clara: lo gris se lleva en esta era de socialismo atrincherado en el poder. Sin embargo, para un servidor, la reelección de José Montilla como máximo mandatario del PSC en el congreso del partido de este fin de semana me reafirma en la idea de que ha vuelto a triunfar la mediocridad, en esa querencia intrínseca a todos los partidos nacionales y/o estatales de primar a los gestores de temperamento sumiso frente a intelectuales o personas bregadas en el conocimiento, que los hubo, caso del malogrado Ernest Lluch o, en un peldaño inferior, Pasqual Maragall, en la formación política catalana que ahora rige sus destinos nuestro particular Mr. Chance. Pero, ¿cómo ha conseguido semejante logro Mr. Montilla?: «Estando aquí» (próximo al poder, añado), como reza la traducción literal de la novela de Kozinski. A la espera de la aparición en el mercado de una biografía sobre este self made man de origen andaluz, con este libro podemos tener una aproximación bastante fidedigna del perfil de persona que ha accedido al puesto de mando de la política catalana desde hace unas temporadas y que, para desesperación de Artur Mas si su proyecto de «Casa Gran del Catalanisme» no cuaja, serán otros cuatro años, siguiendo la misma proporción temporal que los Juegos Olímpicos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Socialismo? ¡Ja, ja, ja! ¡Qué risa, Marisa!

Pobre Raimon Obiols, tan capaz él, relegado a chico de los recados.