miércoles, 21 de mayo de 2008

LA (MI) VERDAD SOBRE ETA


A principios de los años ochenta, empecé a tomar conciencia de la existencia de ETA durante una clase en la que una compañera de instituto, natural del País Vasco, Aranzazu (Arantxa) —creo recordar que así, espero, se siga llamando—hablaba sobre la organización terrorista y las razones que la movían a atentar a lo largo y ancho de la geografía española. Desde entonces, me produce asco todo lo que proviene de ETA y de su entorno Abertzale. Defender las ideas está muy bien, pero de ahí al tiro en la nuca, al coche-bomba y demás ataques al ser humano, es un acto de una vileza que no tiene justificación alguna. Pero afortunadamente quedan lejos los tiempos en los que ETA era un auténtico «ejército», en el que semana tras semana nos desayunábamos con uno de sus actos atroces, sembrando el terror hasta alcanzar cotas de locura, de paranoia como en Hipercor en 1987.
He escuchado centenares de veces aquello «del principio del fin de ETA» e incluso lo he interiorizado de tal modo que he llegado a creérmelo. Confundimos a menudo los deseos con la realidad. Una realidad que nos golpea una vez más con el atentado de Navarra a una casa-cuartel de la guardia civil. No obstante, de un tiempo a esta parte tengo el firme convencimiento de que ETA se aproxima cada vez a su final porque ha dejado de ser un «ejército» para situarse en el terreno de los grupos armados residuales, en vías de extinción. Aún no tenemos la perspectiva histórica suficiente, pero hace tiempo que ETA se desliza por la pendiente, un tobogán que les conducirá hasta una inexorable desaparición. Septiembre (otro «septiembre negro») de 2001 fue una fecha determinante para situar a la banda terrorista vasca en el punto de mira de gobiernos como el de los Estados Unidos, excesivamente condescendientes hasta entonces con las informaciones que daban a sus ciudadanos sobre las acciones de ETA, emparentándola con un grupo separatista. Tan sólo faltan unos detalles, sí, porque creo que serán unos detalles los que les llevarán a un callejón sin salida: sus días en Francia están contados si algún ministro galo se le ocurre hacer un inventario de los pisos de alquiler en Francia con el propósito (encubierto o no) de establecer ayudas, de incentivos para la emancipación de los jóvenes frente al problema creciente de la carestía de la vida. Un censo que sacaría de sus «madrigueras» a los etarras. La solución pasa por estas cosas, además de una coordinación policial impecable. Creo más en estas soluciones que los intercambios verbales que se gastan los partidos políticos con lo de «la unidad frente al terror(ismo)» y demás proclamas. Demasiadas víctimas llevamos ya para que convenzamos de una vez por todas al gobierno francés que ellos tienen la clave para que ETA desaparezca da la faz de la tierra y pase a ser algo abstracto, perversamente abstracto (siempre habrá algún desgraciado que haga una llamada en nombre de la organización terrorista como si se tratara del «asesino del zodiaco»), pero al fin y al cabo un mal, pésimo recuerdo del pasado. Su otrora santuario, esperemos que sea también su tumba. Con ello cerraremos el ciclo vital de ETA, quizás a los cincuenta años de su nacimiento, a los sesenta, pero dudo que alcance la tercera edad. Y si así fuera, con un salud tan maltrecha que anunciaría su muerte antes de alcanzar su centenario.

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