sábado, 3 de mayo de 2008

HACIA UN MUNDO FELIZ... ¿FELIZ?


Con una diferencia temporal de una semana leo en La vanguardia un par de temas en secciones distintas que, a priori, no guardan conexión. Por una parte, un artículo aparecido en la sección Tendencias (2/5/08) sobre la ley que está a punto de aprobarse en los Estados Unidos que ampara la privacidad de los ciudadanos sobre posibles discriminaciones (a nivel social, laboral, sanitario, etc.) a causa de su código genético. Por otra parte, en las páginas de Cultura (26/4/08) leo una entrevista al escritor Richard Ford, a propósito de la publicación en nuestro país de Acción de gracias (Ed. Anagrama) –que cierra su trilogía centrada sobre el personaje de Frank Bascombe--, quien entiende que «los norteamericanos ya no son ciudadanos. Como entidades políticas, son seres durmientes, desde un punto de vista moral, y no quieren ser despertados, quieren solamente que se les permita seguir llevando la vida que llevan –trabajando, comprando, enriqueciéndose a expensas de los pobres, de nuestro propio futuro. No es una imagen agradable». Es curioso el debate intelectual, moral y ético que se produce actualmente en los Estados Unidos y que, como tantas veces ocurre, acabará afectando a Europa y otros puntos del planeta cuál tsunami. A medida que nuestras vidas se decantan cada vez más hacia el ámbito de lo privado, se puede aprobar una ley consensuada por Demócratas y Republicanos que, en síntesis, habla que nuestros respectivos patrimonios genéticos están a buen recaudo gracias a una propuesta del Senado en vías de aprobación. ¿No será que políticos y legisladores en general se aseguran el control de nuestro chip genético para evitar que caigan en manos de las empresas de biotecnología punteras que cotizan al alza en Wall Street? Tan sólo un dato: hace casi dos meses, el mismo rotativo se hacía eco de que en el Reino Unido había cuatro millones y medio de ciudadanos fichados con sus respectivos ADNs. No es demasiado alentador pensar que Un mundo feliz de Aldous Huxley empieza a llamar al timbre de nuestras puertas. Y si no contestamos a la primera, acabarán derribando la puerta. Con o sin ley. Les bastará con un bastoncito de algodón para sacarnos unas muestras de ADN que descansan en nuestro aparato bucal mientras nos leen la Quinta Enmienda o el equivalente en el viejo continente. Lejos de tranquilizarme, esa noticia que canta las bondades de una ley supuestamente protectora, me provoca una inquietud que se refrenda al parar atención sobre las palabras de Ford, perteneciente a una comunidad, la de los escritores, que conocen como pocos la materia de la que está hecha el alma humana. Y si no, que se lo pregunten a su «criatura literaria», Frank Bascombe, quien ya no vivirá lo suficiente para observar con sus dosis de cinismo el «Mundo feliz» que nos aguarda al torcer la esquina.

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