A la altura de 2008 se registró uno de los
picos de mayor actividad dentro del mundo de las series de televisión en lo que
llevamos de siglo XXI. De entre las que cursaron billete para su estreno en la
pequeña pantalla, sin duda, destacan Breaking
Bad (2008-2013) y Fringe
(2008-2013). Coincidentes en el tiempo, tanto la una como la otra se
estructuraron en cinco temporadas, pero Fringe
llegó a la cifra de cien episodios (en una distribución desigual, al albur
del dictamen de las audiencias) mientras que Breaking Bad se quedó en un total de sesenta y dos episodios. Una
diferencia de episodios sustancial, aunque con el “matiz” a resltar de que Fringe abodaría cada segmento a partir
de la segunda temporada con unos cuarenta minutos de duración por los cerca de
cincuenta minutos de media de Breaking Bad. En
relación a la primera, tiempo suficiente, en todo caso, para el desarrollo de
tramas, a priori individualizadas, que parten de un patrón común a la seminal Expediente X (1993- ) —participada en
la elaboración de sus guiones precisamente por el showrunner de Breaking Bad
Vince Gilligan—, esto es, una pareja de agentes especiales de distinto sexo
que deben enfrentarse a la resolución de casos que escapan de lo cotidiano,
situándose en el terreno de lo paranormal, de lo extraordinario.
A
partir de su carta de presentación, el episodio piloto que se emitió por primera
vez en septiembre de 2008, Fringe muestra
alguna de las cartas de una baraja abonada a las sorpresas, con la intención que
éstas se vayan dosificando a lo largo de sus cinco temporadas. Nacida de una
serie de ideas que pusieron en común J. J. Abrams, Roberto Orci y Alex Kurtzman, Fringe fía desde su inicio las cartas que
pone en juego a la “triangulación” de caracteres, los correspondientes a Peter
Bishop (el canadiense Joshua Jackson), a Walter Bishop (el australiano John
Noble, incomprensiblemente ocupando la cuarta o quinta plaza en los créditos
iniciales de cada episodio) y Olivia Dunham (la asimismo aussie Anna Torv). A medida que la serie progresa hacia la segunda
temporada, van tomando un mayor peso los personajes de Astrid Farnsworth
(Jasika Nicole) —en calidad de asistenta y figura protectora de Walter Bishop
en el laboratorio sito en la Universidad de Boston (Massachusetts)— y el estoico Philip
Broyles (Lance Reddick) —cabeza visible de FRINGE, división dedicada a
resolver casos extraños de índole paranormal en el seno del FBI—, pero sin
menoscabo al protagonismo adoptado por los Bishop y Liv prácticamente desde el
arranque de la serie de marras. En razón de los veinte episodios vistos de la first season (sin contabilizar el
piloto) podría colegirse que Fringe
representa una actualización, una puesta al día de Expediente X, pero el propósito de sus creadores va más allá, en
una prospección por una serie de fenómenos que comprometen a la noción de la
existencia de universos paralelos, aquellos dispuestos a “explicar” el porqué
de determinados hechos que acontecen en nuestro mundo real. Sin semejante particularidad el recorrido de Fringe presumo que se agotaría al cabo
de la primera temporada, a lo sumo una segunda temporada, a pesar de haber
encontrado en el personaje de Walter Bishop una presencia carismática como
pocas, dotado de un coeficiente intelectual (IQ) cercano a 200, capaz de
proporcionarle unos conocimientos que van muy por delante del cuerpo de
científicos que trabajan para el FBI. El toque de genialidad que aporta en cada
episodio Walter Bishop hace más llevadera aquellas tramas decididamente
liberadas de cualquier anclaje con la lógica, más cercana al non sense —en particular, los episodios
que apelan a la comunicación "intercerebral" a través de una “escenificación”
extraída de Minority Report (2002) o
de Viaje alucinante al fondo de la mente
(1980)— y, por tanto, susceptible de ser tomados como ejercicios que colocan al
espectador en una difícil tesitura. En contraposición, para esta primera
temporada Fringe reserva algunos episodios soberbios, tales como Unleashed (número 17), que involucra a
unos activistas a favor de los derechos de los animales, dejando trazas de un
mensaje ecologista en el marco de una trama guiada tras las cámaras por uno de
los enfants terribles del fantástico
contemporáneo, Brad Anderson (El
maquinista, Sesión 9). Cineasta
con pedigrí que adoptará una creciente importancia en el desarrollo de la
serie, al igual que Akiva Goldsman, el oscarizado guionista de Una mente maravillosa (2001), título que
asimismo valdría como subtítulo para una suerte de hipotético spin-off de Fringe, en referencia a Walter Bishop, el verdadero catalizador (a
distintos niveles, incluido el emocional) de una serie que ha seguido la senda
trazada por X-Files, pero ampliando
el foco de una fenomenología labrada en laboratorios en los años 70 por el propio
científico (recluido posteriormente en un hospital psiquiátrico por espacio de diecisiete
años) y el doctor William Bell, en la piel de Leonard Nimoy. Precisamente Akira
Goldsman se encargaría del rodaje del episodio Bad Dreams en que el doctor Bell emerge de la oscuridad
enfrentándose a la mirada escrutadora y, a la par, asustadiza de Liv, auténtico high point de una primera temporada en
que no faltan una nutrida nómina de guest
stars (entre otros, Theresa Russell, Clint Howard, genial en su composición
de personaje trekie abonado a las conspiraciones, y Jared Harris, un malvado con piel de cordero, emulando a
la criatura literaria de otro Harris, de nombre de pila Thomas, Hannibal Lecter).
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