A día
de hoy, bien avanzado el siglo XXI, si se hiciera una encuesta entre los coneiseurs de la ciencia-ficción en sus
múltiples derivadas, Philip K. Dick (1928-1982) y Stanislaw Lem (1921-2006) se ubicarían
en los puestos más destacados de una eventual lista de escritores que
contribuyeron a dimensionar el género y popularizarlo. Sendos talentos
emergieron durante la Guerra Fría, posicionándose cada uno de ellos en espacios
geográficos e ideológicos disímiles, aunque a la altura de mediados los años
setenta la Asociación de Escritores de Ciencia-Ficción de los Estados Unidos
tendió un puente de plata a Stanislaw Lem en forma de invitación a integrarse
en dicha comunidad de literatos y/o ensayistas, entre los que se contabilizaban
la recientemente fallecida Ursula L. LeGuin y el propio Philip K. Dick. No
obstante, el romance intercontinental poco duró en virtud de la actitud poco
displicente y diplomática mostrada por Lem para con la asociación de marras,
dejando para los anales una perla de
ensayo, "Un visionario entre charlatanes",
que tuvo acomodo en las páginas del American
Literary Science-Fiction en uno de los números aparecidos en 1975 dedicado a glosar la
obra de Dick. Atacado por su vena más impulsiva, Lem salvaba de la quema a
Philip K. Dick de entre una pléyade, según su perspectiva, de mediocres
escritores norteamericanos. Justo ese año, Lem completaba la escritura de la
novela La fiebre del heno, aguardando
a su publicación en 1976 con el título original en polaco Katar, que podría traducirse como «Rinitis». Empero, el olfato
comercial de la editorial estadounidense encargado de su publicación promovió
el de The Chain of Chance («la cadena de cambios») mientras que para su
edición en castellano el sello barcelonés Bruguera se decantó por el de «La fiebre del heno», la expresión más
popular con la que se conoce el término científico «Rinitis». Al cabo, aquella añeja
edición de 1978 quedó descatalogada y una vez transcurridos cuarenta años el
sello Impedimenta la ha recuperado, integrándose en una suerte de «colección Stanislaw Lem», en la que conviven un
total de ocho piezas literarias hasta la fecha, a la espera de rescatar otras
novelas y/o relatos cortos de la magna obra del escritor centroeuropeo.
Desconozco por motivos óbvios si existe alguna tesis doctoral basada en
los analogismos entre las obras de Dick y Lem, pero de existir presumo que no
pasaría por alto el autor o la autora de la misma una novela de las
características de La fiebre del heno.
Al igual que ¿Sueñan los androides con
ovejas eléctricas? (1968), Katar
deviene un híbrido entre la ciencia-ficción y la novela negra con resultados
altamente sugerentes en un periodo proclive a la experimentación en tantos
ámbitos artísticos, incluido el de la literatura. De la lectura de una novela
cuya popularidad creció de manera exponencial merced a su versión
cinematográfica –Blade Runner
(1982)—, la privilegiada mente de Lem la procesaría
en aras a integrar (ya sea de forma consciente o inconsciente) algunos de sus
elementos al cuerpo narrativo de futuras piezas literarias, al tiempo que se
encomendaría a la traducción al polaco de otra de las Opus magna del autor norteamericano, Ubik (1969). Una manera de familiarizarse con las particularidades
de un lenguaje dickiano afectado de
las alucinaciones derivadas de la ingesta de sustancias psicotrópicas, en
especial el ácido lisérgico (LSD). Bajo semejante influjo, Philip K. Dick parecía fiado a la idea que Stanislaw Lem,
con quien había mantenido una relación epistolar, no existía (sic) y que, en
realidad bajo su afamado y muy poco común apellido se escondía un pool de escritores polacos situados bajo la esfera del comunismo. Esta
sería la versión “oficial” que explica el porqué Lem y Dick nunca llegaron a
conocerse en persona, pero circula una “oficiosa” en que el escritor
norteamericano anduvo molesto con su colega porque no se le había satisfecho la
cantidad pactada correspondiente por la traducción de Ubik al polaco. Tras su deceso se supo que Dick malvivió de su
oficio de escritor (la oleada de adaptaciones cinematográficas llegaría “a
título póstumo”) y, por consiguiente, precisaba de inyecciones económicas para su
raquítica libreta de ahorros. Lejos de cualquier tentativa de cicatería, el
principio de casualidad procuró que la transferencia a la cuenta de Dick no se
hiciera efectiva y de ahí que según algunas especulaciones el autor de Blade Runner montara en cólera. Ese
principio de casualidad al que apelan algunas fuentes sería el mismo que Lem
aplicaría para el devenir de una novela —La
fiebre del heno— narrada en primera persona, la propia de un astronauta
reclutado por una agencia de detectives con el fin de investigar una serie de
muertes súbitas registradas entre un colectivo determinado que responde al
patrón de individuos de mediana edad —en torno a los cincuenta años--, varones,
solteros y, en su mayoría afectados de distintos grados de alopecia. Amén del “parentesco”
con la obra dickiana —sobre todo en
relación a ¿Sueñan los androides con
ovejas eléctricas? al mixturar géneros, a priori, tan difíciles de integrar
en un mismo relato—, La fiebre del heno
transita por espacios inherentes a la literatura de J. G. Ballard —el pasaje
del atentado en el aeropuerto de Nápoles es como si arrancáramos páginas de
textos coetáneos con el membrete del escritor inglés— para descolgarse en sus páginas
finales con una serie de deducciones expresadas en boca de un sosías de
Hercules Poirot, asistido en sus razonamientos por principios dictados por la Ciencia.
De ese pozo Lem extraería una ingente
cantidad de información puesta al servicio de un oficio que practicaría sin
descanso hasta el fin de sus días. Al poco de fallecer, Impedimenta inició su
firme compromiso por dar a conocer algunas de esas piezas “ocultas” de la obra del
genio polaco, que encuentran en La
investigación (1958) y La fiebre del
heno dos de sus eslabones más preciados que adquieren una perspectiva “terrenal”
merced a su funda de novelas adscritas al género criminal pero con el “toque Lem”, entre
otros asuntos, el que hace referencia a un discurso abonado a las
disquisiciones metafísicas y filosóficas no exentas de una pátina de ironía.
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