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lunes, 7 de mayo de 2018

«FRINGE» (2008-2013), SEGUNDA TEMPORADA: MUNDOS PARALELOS

Mientras iba siguiendo el curso de la segunda temporada de Fringe (2008-2013) reparé en el contenido de los extras de la edición digital de Elle (2016), en que su director el holandés Paul Verhoeven razona a lo largo de una entrevista lo afortunado que había sido al rodar cintas como Desafío total (1990) o Starship Troopers (1997). En el caso de la primera Verhoeven se congratulaba de haber plasmado en la gran pantalla una historia que iba en dirección contraria a la “infantilización” que dominaba por aquel entonces el parque cinematográfico, siendo una de las primeras producciones de ciencia-ficción, digamos pertenecientes a la serie «A», en que tiene cabida el desarrollo de mundos paralelos. Partiendo de un relato original de Philip K. Dick, Total Recall casi desde su estreno empezó a ser acreedor de la etiqueta de culto en razón de un planteamiento osado, capaz de descolocar al espectador merced al ardid de la contraposición de mundos que apelan a la realidad virtual. En el curso de la misma entrevista celebrada en San Sebastián con motivo de la promoción de Elle en principio, pensada para que hubiese sido filmada en Chicago; al final obtuvo la luz verde en el viejo continente, Verhoeven daba por hecho que desde entonces el cine había cambiado lo suficiente para que los grandes o medianos estudios prescindieran de aquellas tramas susceptibles de resultar demasiado complejas para el espectador medio. Empero, al director holandés le faltaba apostillar que las series de televisión habían tomado el testigo de aquellas propuestas “complejas” arbitradas en el cine hasta finales de la década de los noventa. Mas, a la altura de su segunda temporada de Fringe fundamenta su razón de ser en el concepto de mundos paralelos, el uno (la Tierra) como réplica del otro (su versión beta), o viceversa, pero con un decalaje temporal que razona en que más allá de la otra dimensión nuestro “mellizo” ha dejado para el recuerdo las siglas de FBI, entre otras particularidades. Una cuestión que, en buena medida, propicia situaciones de tensión e incertidumbre en el devenir de una segunda temporada en la que Akiva Goldsman adquiere unos galones de mando de similar consideración que los showrunners Jeff Pinker y J. H. Wyman, toda vez que uno de los cofundadores de Fringe, J. J. Abrams, parecía fiado a enderezar la nave de la Enterprise con una nueva entrega de Star Trek, estrenada en los USA en abril de 2009. En esas fechas todo parecía listo para una segunda tanda de episodios de Fringe, en cuyo episodio de arranque guiado tras las cámaras por Goldsman, A New Day in the Old Town, Olivia (Ann Torv) viaja hacia el universo paralelo tras sufrir un accidente automovilístico. El propio Goldsman es quien se encarga de cerrar esta segunda temporada con el díptico Over There, dejándonos con la imagen congelada de la némesis de Walter Bishop (John Noble) en ese otro universo en que la genuina Liv ha quedado a buen recaudo. Circunstancia que justifica por sí misma el interés por conocer el contenido de una tercera temporada en que Joe Chapelle, no conforme con ser el director más recurrente de la serie (llegó a filmar un total de dieciséis), ejercerá de coproductor ejecutivo titular. Con todo, uno de los episodios más satisfactorios de esta second season remiten, una vez más, al nombre de Brad Anderson, a quien se le confiaría la dirección de La noche de los objetos deseables (número 22) en que John Savage ejerce de mad doctor especialista en genética, a partir de un acontecimiento traumático vivido en su entorno familiar, quedando un segundo título, el número 37 denominado Peter (centrado en los avatares del personaje que encarna Joshua Jackson), que se desliza nuevamente por la pendiente del tema de la identidad tan del gusto de Philip K. Dick. A cuenta de eses constantes interrogantes que se abren en la mente de Liv sobre su verdadera identidad surgirán diversos de los plots que alimentan la atención por Fringe en el devenir de una tercera temporada de una serie que anduvo un tanto desnortada en su primera parte, pero que iría recuperando el pulso perdido a medida que avanzaba hacia sus dos últimos episodios. 

lunes, 9 de abril de 2018

«FRINGE» (2008-2013), PRIMERA TEMPORADA: «EXPEDIENTES X» EN LA ERA OBAMA


A la altura de 2008 se registró uno de los picos de mayor actividad dentro del mundo de las series de televisión en lo que llevamos de siglo XXI. De entre las que cursaron billete para su estreno en la pequeña pantalla, sin duda, destacan Breaking Bad (2008-2013) y Fringe (2008-2013). Coincidentes en el tiempo, tanto la una como la otra se estructuraron en cinco temporadas, pero Fringe llegó a la cifra de cien episodios (en una distribución desigual, al albur del dictamen de las audiencias) mientras que Breaking Bad se quedó en un total de sesenta y dos episodios. Una diferencia de episodios sustancial, aunque con el “matiz” a resltar de que Fringe abodaría cada segmento a partir de la segunda temporada con unos cuarenta minutos de duración por los cerca de cincuenta minutos de media de Breaking Bad. En relación a la primera, tiempo suficiente, en todo caso, para el desarrollo de tramas, a priori individualizadas, que parten de un patrón común a la seminal Expediente X (1993-    ) participada en la elaboración de sus guiones precisamente por el showrunner de Breaking Bad Vince Gilligan, esto es, una pareja de agentes especiales de distinto sexo que deben enfrentarse a la resolución de casos que escapan de lo cotidiano, situándose en el terreno de lo paranormal, de lo extraordinario.
    A partir de su carta de presentación, el episodio piloto que se emitió por primera vez en septiembre de 2008, Fringe muestra alguna de las cartas de una baraja abonada a las sorpresas, con la intención que éstas se vayan dosificando a lo largo de sus cinco temporadas. Nacida de una serie de ideas que pusieron en común J. J. Abrams, Roberto Orci y Alex Kurtzman, Fringe fía desde su inicio las cartas que pone en juego a la “triangulación” de caracteres, los correspondientes a Peter Bishop (el canadiense Joshua Jackson), a Walter Bishop (el australiano John Noble, incomprensiblemente ocupando la cuarta o quinta plaza en los créditos iniciales de cada episodio) y Olivia Dunham (la asimismo aussie Anna Torv). A medida que la serie progresa hacia la segunda temporada, van tomando un mayor peso los personajes de Astrid Farnsworth (Jasika Nicoleen calidad de asistenta y figura protectora de Walter Bishop en el laboratorio sito en la Universidad de Boston (Massachusetts)— y el estoico Philip Broyles (Lance Reddickcabeza visible de FRINGE, división dedicada a resolver casos extraños de índole paranormal en el seno del FBI, pero sin menoscabo al protagonismo adoptado por los Bishop y Liv prácticamente desde el arranque de la serie de marras. En razón de los veinte episodios vistos de la first season (sin contabilizar el piloto) podría colegirse que Fringe representa una actualización, una puesta al día de Expediente X, pero el propósito de sus creadores va más allá, en una prospección por una serie de fenómenos que comprometen a la noción de la existencia de universos paralelos, aquellos dispuestos a “explicar” el porqué de determinados hechos que acontecen en nuestro mundo real. Sin semejante particularidad el recorrido de Fringe presumo que se agotaría al cabo de la primera temporada, a lo sumo una segunda temporada, a pesar de haber encontrado en el personaje de Walter Bishop una presencia carismática como pocas, dotado de un coeficiente intelectual (IQ) cercano a 200, capaz de proporcionarle unos conocimientos que van muy por delante del cuerpo de científicos que trabajan para el FBI. El toque de genialidad que aporta en cada episodio Walter Bishop hace más llevadera aquellas tramas decididamente liberadas de cualquier anclaje con la lógica, más cercana al non sense en particular, los episodios que apelan a la comunicación "intercerebral" a través de una “escenificación” extraída de Minority Report (2002) o de Viaje alucinante al fondo de la mente (1980)— y, por tanto, susceptible de ser tomados como ejercicios que colocan al espectador en una difícil tesitura. En contraposición, para esta primera temporada Fringe reserva algunos episodios soberbios, tales como Unleashed (número 17), que involucra a unos activistas a favor de los derechos de los animales, dejando trazas de un mensaje ecologista en el marco de una trama guiada tras las cámaras por uno de los enfants terribles del fantástico contemporáneo, Brad Anderson (El maquinista, Sesión 9). Cineasta con pedigrí que adoptará una creciente importancia en el desarrollo de la serie, al igual que Akiva Goldsman, el oscarizado guionista de Una mente maravillosa (2001), título que asimismo valdría como subtítulo para una suerte de hipotético spin-off de Fringe, en referencia a Walter Bishop, el verdadero catalizador (a distintos niveles, incluido el emocional) de una serie que ha seguido la senda trazada por X-Files, pero ampliando el foco de una fenomenología labrada en laboratorios en los años 70 por el propio científico (recluido posteriormente en un hospital psiquiátrico por espacio de diecisiete años) y el doctor William Bell, en la piel de Leonard Nimoy. Precisamente Akira Goldsman se encargaría del rodaje del episodio Bad Dreams en que el doctor Bell emerge de la oscuridad enfrentándose a la mirada escrutadora y, a la par, asustadiza de Liv, auténtico high point de una primera temporada en que no faltan una nutrida nómina de guest stars (entre otros, Theresa Russell, Clint Howard, genial en su composición de personaje trekie abonado a las conspiraciones, y Jared Harris, un malvado con piel de cordero, emulando a la criatura literaria de otro Harris, de nombre de pila Thomas, Hannibal Lecter).