Mientras iba
siguiendo el curso de la segunda temporada de Fringe (2008-2013) reparé en el contenido de los extras de la
edición digital de Elle (2016), en
que su director el holandés Paul Verhoeven razona a lo largo de una entrevista
lo afortunado que había sido al rodar cintas como Desafío total (1990) o Starship
Troopers (1997). En el caso de la primera Verhoeven se congratulaba de
haber plasmado en la gran pantalla una historia que iba en dirección contraria
a la “infantilización” que dominaba por aquel entonces el parque
cinematográfico, siendo una de las primeras producciones de ciencia-ficción,
digamos pertenecientes a la serie «A», en que tiene cabida el desarrollo de
mundos paralelos. Partiendo de un relato original de Philip K. Dick, Total Recall casi desde su estreno
empezó a ser acreedor de la etiqueta de culto en razón de un planteamiento
osado, capaz de descolocar al espectador merced al ardid de la contraposición
de mundos que apelan a la realidad virtual. En el curso de la misma entrevista
celebrada en San Sebastián con motivo de la promoción de Elle —en principio, pensada para que hubiese sido filmada en
Chicago; al final obtuvo la luz verde en el viejo continente—, Verhoeven daba por hecho que desde entonces el cine había cambiado
lo suficiente para que los grandes o medianos estudios prescindieran de
aquellas tramas susceptibles de resultar demasiado complejas para el espectador
medio. Empero, al director holandés le faltaba apostillar que las series de
televisión habían tomado el testigo de aquellas propuestas “complejas”
arbitradas en el cine hasta finales de la década de los noventa. Mas, a la
altura de su segunda temporada de Fringe
fundamenta su razón de ser en el concepto de mundos paralelos, el uno (la
Tierra) como réplica del otro (su versión beta),
o viceversa, pero con un decalaje temporal que razona en que más allá de la
otra dimensión nuestro “mellizo” ha dejado para el recuerdo las siglas de FBI,
entre otras particularidades. Una cuestión que, en buena medida, propicia
situaciones de tensión e incertidumbre en el devenir de una segunda temporada
en la que Akiva Goldsman adquiere unos galones de mando de similar
consideración que los showrunners Jeff Pinker y J. H. Wyman, toda vez que uno
de los cofundadores de Fringe, J. J. Abrams, parecía
fiado a enderezar la nave de la Enterprise con una nueva entrega de Star Trek, estrenada en los USA en abril
de 2009. En esas fechas todo parecía listo para una segunda tanda de episodios
de Fringe, en cuyo episodio de
arranque guiado tras las cámaras por Goldsman, A New Day in the Old Town, Olivia (Ann Torv) viaja hacia el universo paralelo tras sufrir un accidente
automovilístico. El propio Goldsman es quien se encarga de cerrar esta segunda
temporada con el díptico Over There,
dejándonos con la imagen congelada de
la némesis de Walter Bishop (John Noble) en ese otro universo en que la genuina Liv ha
quedado a buen recaudo. Circunstancia que justifica por sí misma el interés por
conocer el contenido de una tercera temporada en que Joe Chapelle, no conforme
con ser el director más recurrente de la serie (llegó a filmar un total de
dieciséis), ejercerá de coproductor ejecutivo titular. Con todo, uno de los
episodios más satisfactorios de esta second
season remiten, una vez más, al nombre de Brad Anderson, a quien se le
confiaría la dirección de La noche de los
objetos deseables (número 22) —en que John Savage ejerce de mad doctor especialista en genética, a
partir de un acontecimiento traumático vivido en su entorno familiar—,
quedando un segundo título, el número 37 denominado Peter (centrado en los avatares del personaje que encarna Joshua Jackson), que se desliza nuevamente por la pendiente del tema de la identidad
tan del gusto de Philip K. Dick. A cuenta de eses constantes interrogantes que
se abren en la mente de Liv sobre su verdadera identidad surgirán diversos de
los plots que alimentan la atención
por Fringe en el devenir de una tercera temporada de una serie que anduvo un
tanto desnortada en su primera parte, pero que iría recuperando el pulso perdido a
medida que avanzaba hacia sus dos últimos episodios.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
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lunes, 7 de mayo de 2018
lunes, 9 de abril de 2018
«FRINGE» (2008-2013), PRIMERA TEMPORADA: «EXPEDIENTES X» EN LA ERA OBAMA
A la altura de 2008 se registró uno de los
picos de mayor actividad dentro del mundo de las series de televisión en lo que
llevamos de siglo XXI. De entre las que cursaron billete para su estreno en la
pequeña pantalla, sin duda, destacan Breaking
Bad (2008-2013) y Fringe
(2008-2013). Coincidentes en el tiempo, tanto la una como la otra se
estructuraron en cinco temporadas, pero Fringe
llegó a la cifra de cien episodios (en una distribución desigual, al albur
del dictamen de las audiencias) mientras que Breaking Bad se quedó en un total de sesenta y dos episodios. Una
diferencia de episodios sustancial, aunque con el “matiz” a resltar de que Fringe abodaría cada segmento a partir
de la segunda temporada con unos cuarenta minutos de duración por los cerca de
cincuenta minutos de media de Breaking Bad. En
relación a la primera, tiempo suficiente, en todo caso, para el desarrollo de
tramas, a priori individualizadas, que parten de un patrón común a la seminal Expediente X (1993- ) —participada en
la elaboración de sus guiones precisamente por el showrunner de Breaking Bad
Vince Gilligan—, esto es, una pareja de agentes especiales de distinto sexo
que deben enfrentarse a la resolución de casos que escapan de lo cotidiano,
situándose en el terreno de lo paranormal, de lo extraordinario.
A
partir de su carta de presentación, el episodio piloto que se emitió por primera
vez en septiembre de 2008, Fringe muestra
alguna de las cartas de una baraja abonada a las sorpresas, con la intención que
éstas se vayan dosificando a lo largo de sus cinco temporadas. Nacida de una
serie de ideas que pusieron en común J. J. Abrams, Roberto Orci y Alex Kurtzman, Fringe fía desde su inicio las cartas que
pone en juego a la “triangulación” de caracteres, los correspondientes a Peter
Bishop (el canadiense Joshua Jackson), a Walter Bishop (el australiano John
Noble, incomprensiblemente ocupando la cuarta o quinta plaza en los créditos
iniciales de cada episodio) y Olivia Dunham (la asimismo aussie Anna Torv). A medida que la serie progresa hacia la segunda
temporada, van tomando un mayor peso los personajes de Astrid Farnsworth
(Jasika Nicole) —en calidad de asistenta y figura protectora de Walter Bishop
en el laboratorio sito en la Universidad de Boston (Massachusetts)— y el estoico Philip
Broyles (Lance Reddick) —cabeza visible de FRINGE, división dedicada a
resolver casos extraños de índole paranormal en el seno del FBI—, pero sin
menoscabo al protagonismo adoptado por los Bishop y Liv prácticamente desde el
arranque de la serie de marras. En razón de los veinte episodios vistos de la first season (sin contabilizar el
piloto) podría colegirse que Fringe
representa una actualización, una puesta al día de Expediente X, pero el propósito de sus creadores va más allá, en
una prospección por una serie de fenómenos que comprometen a la noción de la
existencia de universos paralelos, aquellos dispuestos a “explicar” el porqué
de determinados hechos que acontecen en nuestro mundo real. Sin semejante particularidad el recorrido de Fringe presumo que se agotaría al cabo
de la primera temporada, a lo sumo una segunda temporada, a pesar de haber
encontrado en el personaje de Walter Bishop una presencia carismática como
pocas, dotado de un coeficiente intelectual (IQ) cercano a 200, capaz de
proporcionarle unos conocimientos que van muy por delante del cuerpo de
científicos que trabajan para el FBI. El toque de genialidad que aporta en cada
episodio Walter Bishop hace más llevadera aquellas tramas decididamente
liberadas de cualquier anclaje con la lógica, más cercana al non sense —en particular, los episodios
que apelan a la comunicación "intercerebral" a través de una “escenificación”
extraída de Minority Report (2002) o
de Viaje alucinante al fondo de la mente
(1980)— y, por tanto, susceptible de ser tomados como ejercicios que colocan al
espectador en una difícil tesitura. En contraposición, para esta primera
temporada Fringe reserva algunos episodios soberbios, tales como Unleashed (número 17), que involucra a
unos activistas a favor de los derechos de los animales, dejando trazas de un
mensaje ecologista en el marco de una trama guiada tras las cámaras por uno de
los enfants terribles del fantástico
contemporáneo, Brad Anderson (El
maquinista, Sesión 9). Cineasta
con pedigrí que adoptará una creciente importancia en el desarrollo de la
serie, al igual que Akiva Goldsman, el oscarizado guionista de Una mente maravillosa (2001), título que
asimismo valdría como subtítulo para una suerte de hipotético spin-off de Fringe, en referencia a Walter Bishop, el verdadero catalizador (a
distintos niveles, incluido el emocional) de una serie que ha seguido la senda
trazada por X-Files, pero ampliando
el foco de una fenomenología labrada en laboratorios en los años 70 por el propio
científico (recluido posteriormente en un hospital psiquiátrico por espacio de diecisiete
años) y el doctor William Bell, en la piel de Leonard Nimoy. Precisamente Akira
Goldsman se encargaría del rodaje del episodio Bad Dreams en que el doctor Bell emerge de la oscuridad
enfrentándose a la mirada escrutadora y, a la par, asustadiza de Liv, auténtico high point de una primera temporada en
que no faltan una nutrida nómina de guest
stars (entre otros, Theresa Russell, Clint Howard, genial en su composición
de personaje trekie abonado a las conspiraciones, y Jared Harris, un malvado con piel de cordero, emulando a
la criatura literaria de otro Harris, de nombre de pila Thomas, Hannibal Lecter).
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