lunes, 23 de octubre de 2017

«RUMBO AL MAR BLANCO», LA OBRA INACABADA DE MALCOLM LOWRY, RESURGE DE LAS «CENIZAS»

En cada viaje al extranjero me acompaña la lectura de una novela que, al cabo, la relaciono con la estancia en un determinado país. En el caso del viaje a Gales a principios de septiembre del año en curso la obra escogida fue Rumbo al Mar Blanco, escrita por alguien como Malcolm Lowry (1909-1957), quien hizo precisamente de la aventura de viajar uno de los principales alicientes de su agitada y, a la par, turbulenta existencia. Al regresar de Gales concluí la novela de marras pero definitivamente decidí releer varios pasajes para tener una perspectiva más certera sobre su contenido. He dejado un considerable margen de tiempo para reposar y meditar la valoración que me merece una obra inconclusa, cuya rocambolesca historia queda glosada en la nota editorial que acompaña a Rumbo al Mar Blanco. Entonces, por mi parte se abre una ventana a la intuición en el sentido que la obra Rumbo al Mar Blanco tal como la conocemos en su edición a cargo del sello Malpaso apunta que hubiera podido ser un texto de incalculable valor intelectual, quedando alineada entre los más granado servido por la Literatura Universal en la primera mitad del siglo XX. Por ello debemos lamentarnos que Lowry, dipsómano contumaz, no llegara ni tan siquiera a apuntalar un manuscrito con el que albergaba serias esperanzas de situarlo entre las grandes plumas de la pasada centuria. De entrada, cabe agradecer el arrojo de Malpaso en ofrecer a la comunidad de entusiastas de la Literatura la traducción a la lengua de Dámaso Alonso de esta pieza inconclusa, subrayando el ímprobo trabajo llevado a cabo por Ignacio Villaro. Sobre este traductor descansa la tarea suplementaria de colocar infinidad de notas a pie de página referidas a personajes, citas, alusiones, referencias veladas, ejercicios tautológicos a los que era tan aficionado Lowry. En cierta forma estas ingentes notas que se suceden en la inmensa mayoría de las páginas (unas trescientas setenta) ralentizan el cometido de una lectura que, a juzgar por la experiencia propia, camina con un sentimiento de ambivalencia. Por una parte, la erudición de la que hace gala el escritor inglés sirve para entender la profundidad de un texto nacido con un propósito de trascender a la propia Historia de la Literatura, pero por otra desdibuja el fin último de una narración que debe tratar de acercarse a la orilla del pensamiento de un público lector adulto. En ese ejercicio de releer fragmentos de una obra de una complejidad laberíntica, he podido descifrar algunas de las claves que se me pasaron por alto en una primera lectura, pero aun así queda mucho por explorar sobre las intenciones reales de Lowry sobre ese texto más que sin pulir, fragmentado e incluso pendiente de ser aprobada una estructura narrativa lo suficientemente sólida para resistir las embestidas del paso del tiempo y, por consiguiente, de obtener el beneplácito de varias generaciones de lectores. Llegados a este punto, cabe reboninar sobre lo ocurrido el 7 de junio de 1944, en que una cabaña situada en la Columbia Británica ardió como una tea. Malcolm Lowry se encontraba a las puertas de cumplir su treinta y cinco aniversario cuando el incendio declarado en su refugio alejado del mundanal ruido marcó un nuevo punto de inflexión en su existencia. Si bien pudo rescatar a tiempo el manuscrito Bajo el volcán (1947), que tres años más tarde se editó con una buena acogida entre aficionados a la Literatura, Lowry se sintió presa de la desesperación al recuperar tan solo entre las llamas unas decenas de páginas de un manuscrito que llevaría por título In Ballast in the White Sea. Lo paradójico del asunto es que el propio Lowry había depositado en 1936 una copia en papel carbón del manuscrito en la residencia neoyorquina de su suegra, la madre de su primera mujer, Jan Gabrial. En este lapso de tiempo de seis años Lowry se dedicó en cuerpo y alma a la escritura de Under the Volcano, pero iría dejando espacio en su privilegiada mente para cavilar sobre aspectos de una novela que pretendía más ambiciosa que su precedente. Una novela de madurez que interpela a clásicos incuestionables como Moby Dick de Herman Melville, o piezas pertenecientes al ámbito creativo de Joseph Conrad, en ese viaje homérico al que se pliegan los hermanos Tor i Sibjorn, hijos de un armador escandinavo. Diversas lenguas hacen acto de presencia en un texto que persigue un propósito de excelencia en su narrativa, pero afectada de su condición de obra mostrada en alfileres y, por consiguiente, un traje que precisaría de una mayor elaboración. Con todo, en contra de algunas voces que puedan cuestionar su edición, Rumbo al Mar Blanco es otra herramienta que nos permite seguir reconstruyendo el talento de un escritor de conocimientos enciclopédicos, que vivió más que bajo el volcán, en el interior de un volcán en erupción, el propio de alguien que se sintió tocado por los Dioses pero se dejó seducir en exceso por los aromas etílicos prestos a convocarle a una vida desordenada y definitivamente corta. Su certificado de defunción se dio el 26 de junio de 1957, en su país natal. Trece años antes, empero, de que su razón para vivir quedara seriamente dañada tras el fatídico incendio de la que levantaría acta su segunda esposa, Margerie Bonner. Ella le sobrevivió, como también esta edición en el haber de Malpaso con el habitual sello de calidad de este sello barcelonés.         

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