domingo, 1 de octubre de 2017

LA NOCHE MÁS OSCURA: LEVANTANDO ACTA DEL 1-0 DE 2017

Días antes de la celebración de un referéndum convocado por el Govern de la Generalitat de Catalunya el 1-O, contraviniendo toda lógica dictada por el sentido común, asistí a la proyección de Detroit (2017). Ciertamente, el tema de los disturbios que tuvieron lugar en la ciudad más poblada del estado de Michigan en el verano en el año que nací en el marco de lo que se dio en llamar «The Long Hot Summer of 1967», jugando con el título de la popular película filmada nueve años antes, a su vez inspirada en una serie de relatos escritor por William Faulkner— hasta entonces no había sido tratado de una forma directa en la gran pantalla, a pesar que hubiera sido un material propicio de abordar por realizadores como John Singleton , el "otro" Steve McQueen y sobre todo Spike Lee. Focalizada de manera especial en lo que ocurrió en el interior del Algiers Motel, donde el cantante de The Dramatist, una banda emergente de R&B, se ve envuelto en unos trágicos acontecimientos, con fuerzas militares y la Guardia Nacional provocando una auténtica barbarie al saberse atacados por un snipper («francotirador»), Detroit me dejó un gusto agridulce, pero con la creencia que directora (Kathryn Bigelow) y guionista (Mark Bolan) habían contribuido decisivamente a sacar a la palestra uno de esos episodios de la crónica negra de los Estados Unidos del siglo XX que invitan a tomar la temperatura del grado de racismo que tuvo lugar hace medio siglo y que, por desgracia, anda lejos de ser eliminado de raíz. Con todo, poco podía imaginar que días después Catalunya, mi amada Catalunya, se convertiría en campo abonado para la represión policial fruto de la locura y el despropósito de unos y otros. Seguramente, muchos de los habitantes de Catalunya tardarán meses, acaso años a la hora de pasar página de uno de los días más funestos de su historia reciente. Un día con su correspondiente noche. Parafraseando el título de la película anterior a Detroit concebida por la dupla Bigelow-Bolan, esta noche más oscura en la que, al filo del amanecer escribo estas líneas tratando de mantener el ánimo sereno y el pulso firme. Ni por asomo un referéndum ilegal merece que más de ochocientos de mis hermanos catalanes hayan sufrido heridas de distinta consideración, pero todas ellas con el denominador común que trabaja asimismo desde un plano psicológico del que resultará más complejo si cabe recuperarse. Me duele en el alma la desproporción con la que han actuado cuerpos de la Guardia Civil y de la Policía Nacional desplazados desde distintos puntos de la geografía española para cumplir un mandato dictado desde las altas esferas judiciales con hilo (in)directo con el gobierno del Estado. Decidí no ir a votar al considerar que no había ninguna garantía legal en relación a una convocatoria camuflada de referéndum. Pero entendí que esas personas prestas a ir a votar debían hacerlo con plena libertad. Una vez celebrado ese acto festivo-reivindicativo a favor del independentismo, tocaría saldar cuentas con aquellos dirigentes políticos obcecados en poner a los pies de los caballos a ediles, personal de centros públicos y a una ciudadanía que, vistos los resultados, creían que la violencia policial practicada por los nuevos centuriones formaba parte intrínseca de otras realidades geográficas como la estadounidense, con el conflicto racial aún latente. Obviamente, a toda represión policial cabe una respuesta de contraataque por parte de grupos o grupúsculos de personas violentadas por la situación creada. El campo de batalla estaba servido en algunos puntos de la geografía catalana, en que una mezcla de odio por saberse “traicionados” por la policía local los Mossos d’Escuadra, presión acumulada durante días y el desconocimiento del territorio, sirvió de reactivo para que Policía Nacional y Guardia Civil enloquecieran, atacando indiscriminadamente a todas aquellas personas de bien (equivocadas o no al hacer suyo un referéndum con más sombras que luces) que trataban de defender su derecho a voto y, porqué no, acariciar con las yemas de los dedos un ideal de independencia. No hay que privar de alcanzar sus sueños a nadie. La imagen de cuerpos y fuerzas de Seguridad del Estados trepando por una valla como si fueran a asaltar la madriguera de terroristas de Al Queda o ISIS, quedará grabada para siempre en mi memoria. Iban a por esas urnas que, a la postre, han resultado el MacGuffin en este relato en negro que debería cubrir de vergüenza al  PP (Partido Popular) con su nefasto Presidente del Gobierno Mariano Rajoy al frente. Ni una sola traza de humanidad se pudo leer en sus labios al omitir a las más de ochocientas víctimas de la población civil cuando hizo acto de presencia en esta, la noche más oscura donde actuaron a sus anchas uniformados en tierra hostil, algunos de los cuales solo les faltaba lucir en sus cascos la leyenda «Born to Kill»mientran blandían sus porras.
  Aún con los ojos humedecidos solo quiero expresar mi convicción que existe la esperanza de volver a reconstruir esos puentes que han tratado de dinamitar auténticos descerebrados. Ante la historia Mariano Rajoy quedará como el máximo responsable de una de las peores decisiones que ha conocido nuestro país. La llave que puede abrir una eventual solución se llama PSOE (Partido Socialista Obrero Español), dando por descontado que Unidos Podemos demostrará una vez más su visión de estado y acierto en el diagnóstico de situación. Lo dice un catalán que les seguirá votando, aún con el corazón compungido y con la certeza que asimismo Carles Puigdemont y Oriol Junqueras deben rendir cuentas con la Historia, a pesar que sean convertidos en mártires por una significativa porción de mis conciudadanos. En la irresponsabilidad de ambos por crear un espejismo en forma de referéndum ilegal en el oasis catalán radica una de las razones del porqué de la situación creada en nuestro territorio. El tiempo, dicen, lo cura todo. Habrá, pues, que poner pronto el contador a cero para volver a dinámicas de antaño, en que iguales podrían discrepar ideológicamente, pero la convivencia en paz se presumía como una de las principales conquistas tras la dictadura franquista, aquella en la que en el imaginario de algunos sigue bien presente.   

  

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