Este pasado verano se cumplía cuarenta años
de la desaparición de Vladimir Nabokov (1899-1977), considerado uno de los
grandes escritores del siglo XX. En el tramo final de su trayectoria vital
Nabokov compaginó su pasión por cazar mariposas –presumía de una colección de
coleópteros de incalculable valor que acabaría quedando a resguardo de la
Universidad de Harvard y de Lausana, la ciudad donde pereció— con la confección
de ensayos críticos, la elaboración de novelas (cuyas ediciones se dilataban
más en el tiempo) y en la revisión de textos con arreglo a ser publicados en
lengua inglesa. Entre éstos figura Podvig
(1932), la última de una serie de nueve escritas en su lengua materna (el ruso)
y que demandaban tener su correspondiente traducción en la lengua de John
Milton. Podría interpretarse que los casi cuarenta años que separan la
publicación en inglés de Podvig en
relación a la salida al mercado de su original en ruso se debe a que el propio
Nabokov podría mostrar un cierto desdén en torno a una «obra de
juventud» que pivota sobre el personaje de Martin Edelweiss, con pasaporte
ruso pero con un apellido de una fonética netamente centroeuropea y que, a su vez, remite al nombre alternativo de la mariposa llamada «La flor de las nieves» o Leontopodium alpinum. Consumadas
las ediciones de sus “obras mayores” quedaba, pues, que un sexagenario Nabokov aceptara de buen grado sacar a la luz un material desconocido incluso
para aquellos seguidores y/o admiradores de su prosa ubicados en suelo
norteamericano o en Gran Bretaña. Para los que sostenemos que Vladimir Nabokov
poseía un don a la hora de escribir mayoritariamente en prosa, el hecho que a la
conclusión de sus treinta y tres años de vida acumulara un total de nueve
novelas publicadas deviene un síntoma que en ese “curso acelerado” de escritura
que le llevó a ir puliendo un estilo intransferible a lo largo de una docena de
años, lo que contaba era dejar constancia de una agilidad mental que maniobraba
para acometer obras armadas más desde conceptos, ideas que desde una sólida estructura
narrativa bien trabada a través del desarrollo de una serie de personajes y
situaciones. Ciertamente, a renglón seguido de la elaboración de Soglyadatay («El ojo») (1931)
Vladimir Nabokov anduvo resuelto a formular otra de esas piezas con el brillo propio
de un lenguaje que desobedece el marco de una ortodoxia narrativa que abominaba
y persigue un ejercicio de abstracción. La forma, pues, importa sobremanera en
la literatura de Nabokov, empeñado de manera sistemática en que buena parte de
los personajes en danza en Podvig —Gloria para su traducción en castellana
a cargo de Anagrama, aunque otro título hubiera podido ser el de "orgullo", desde una perspectiva patriótica y/o de realización personal— sean “interpelados” por esa mirada entre refinada,
displicente e irónica de su autor. Destellos de una personalidad propia que
recorre la espina dorsal del (anti)héroe de la función, Martin Edelweiss, cuyo
periplo europeo permanece salpimentado por toda clase de situaciones, algunas
de ellas rocambolescas y otras tantas adueñadas de una acerada crítica sobre
los modos y costumbres de determinados habitantes del corazón del viejo continente. En su búsqueda de un amor que se
proyecta en el cuerpo y alma de
Sonia, Martin se enfrenta a sus propias contradicciones que le conducen a
sentir nostalgia de su país de nacimiento y, al mismo tiempo exhibir una
actitud crítica para con esa Rusia pre-revolucionaria. Una vez más, a cuenta de
una galería de personajes pintorescos, Nabokov hace gala de su exquisita
precisión en el uso del lenguaje, arremolinado en su voluntad porque la lectura
de cada página merezca un sentimiento íntimo de júbilo en el receptor de un
aficionado no necesariamente asistido por un interés primario en el seguimiento
de una determinada trama. Haciendo un símil con una de sus prácticas
predilectas, Nabokov caza al vuelo expresiones preferentemente en francés, prestas a formar parte de una colección de especies literarias sojuzgados por un
porcentaje elevado de críticos de obras en peligro de extinción. Lo es merced
al uso de un lenguaje que debía ser procesado en la destilaría de la familia Nabokov con una disribución de funciones
perfectamente delimitada: mientras su hijo Dmitri iba sentando los pilares de
una eventual traducción al inglés, el padre Vladimir remataba la faena
recubriendo las paredes de un edificio de altura media (el equivalente a unas
doscientas treinta páginas, descontadas las páginas introductorias escritas por
el propio autor) con esa gracia innata a la hora de armonizar un texto en cuya
prescripción se recomienda ser leído en ese marco de tranquilidad y calma
necesaria para que cada expresión, cada nota de humor y timbre crítico pase
como una fragancia cerca de nuestras fosas nasales. Hay libros que deben ser
leídos con el sentido del tacto (el papel), la vista (sobre el papel) y el
olfato (alrededor del papel) perfectamente alineados. Este es uno de ellos.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
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