Ante el
alud de series de televisión de calidad que han surgido en los últimos quince o
veinte años resulta una tarea difícil la elección. Sin el estímulo propio de
un seriófilo o seriófago que, de
manera inopinada, destina la franja nocturna a ver uno, dos o tres capítulos
(si se tercia) diarios entre semana y presumiblemente también durante los fines
de semana, a sugerencia de Antònia Pizà (alguien que conoce particulamente mis
gustos en materia cultural) me decanté por ver, junto a mi pareja Esther Solías, Breaking Bad (2008-2013). Iba con la
mirada límpia, desconociendo la práctica totalidad del contenido de la serie,
salvo algunas de las premisas iniciales. Confieso que los capítulos de arrance
de la serie me descolocaron un tanto y en mi subconsciente se iba forjando la
idea que los excelentes resultados cosechados, en su globalidad, por A dos metros bajo tierra (2001-2005)
distarían de repetirse. Pero pronto esa impresión de contacto sufriría un
paulatino giro atendiendo a que el juego comparativo para con Six Feet Under no daba lugar.
Si ambas militan en la
Categoría de Honor de la Liga de las Series Norteamericanas
concebidas en el presente siglo las tácticas empleadas por el equipo comandado
por Michael Ball y el de Vince Gilligan difieren ostensiblemente. Dos temporadas
han bastado para certificar que Gilligan, el alma mater del proyecto producido
por la cadena televisiva AMC (siglas de American Movie Classics), trabajaría sobre un diseño táctico armado con una
línea defensiva rocosa (un cuerpo de secundarios de contrastada solvencia, del
que destaca el carisma del miembro de la DEA Hank
Schrader/Dean Norris) y un par de estiletes arriba, Jesse Pinkman (Aaron Paul)
y Walter White AKA Heinsenberg (Bryan Cranston) que se adueñan (por separado o formando parte)
del 80-85 % de las escenas de un total de veinte episodios. Al cabo, Jesse y
Walt demuestran que saben rematar la jugada
interpretativa desde distintas posiciones (dramáticas, cómicas y/o tragicómicas),
facultando a que el resultado final imaginado en la pizarra de Gilligan y su equipo de colaboradores fuera favorable a
sus intereses. Esa «extraña pareja del siglo XXI» a la
que alude Gilligan, en tono jocoso, en una de las entrevistas incluidas en la
edición en formato digital editada por Sony de Breaking
Bad daría cara a los espectadores, por consiguiente, muchas noches de
gloria a una serie que, como A dos metros
bajo tierra, alcanzaría su quinta temporada de emisión.
En sintonía con lo que entiendo básico a la
hora de extraer conclusiones sobre el carácter intemporal de un largometraje de
ficción que funciona por capas, es decir, propone diferentes niveles de lectura —de lo
epidérmico a lo medular—, Breaking
Bad nos descubre, en primera instancia, un relato en negro que pivota sobre la vida de Walt White, al que la detección
de un cáncer de pulmón estimula a pensar que la cuenta atrás se ha iniciado
para el profesor de química de un instituto de Alburquerque (Nuevo México). Producto
de la reacción de la desmotivación que conlleva dar durante veinticinco años
las mismas asignaturas con una leve variación del temario y de un diagnóstico letal, Walt asume una metamorfosis en su
comportamiento; un cambio de muda.
Las dotes camaleónicas de las que hace acopio Cranston obran el milagro de hacernos verosímil un
personaje desbocado que pone sus conocimientos científicos a disposición de la construcción de un laboratorio rodante (leit motiv de no pocos episodios, algunos instalados en el surrealismo). Junto
a Jesse —uno de sus antiguos alumnos, no precisamente aventajado, de familia noble— Walt
se convierte en muñidor de ingentes
cantidades de dinero provenientes del narcotráfico a través de la puesta en
circulación de una droga sintética de gran pureza. Veinte episodios que, cuál
cadena de aminoácidos, forman un cuerpo proteíco de férrea estructura, sin
apenas fisuras en su superficie. Poco importa quién haya dirigido cada uno de los
equipos para sintetizar semejante proteína televisiva —con
todo se agradece la presencia tras las cámaras de John Dahl (Rounders, La última seducción), artífice del episodio “Down”, el cuatro de la magistral segunda temporada—.
Existe, eso sí, un brain man («cerebro»),
Vince Gilligan, capaz de trazar con precisión las líneas dramáticas de una
serie que progresa merced a la estrategia que una puerta (léase un giro
argumental imprevisible) abre otra y así sucesivamente. En esta dinámica ningún
personaje —Skyler White (Anna Gunn), Walt Jr. (RJ
Mitte, poco creíble en su papel de afectado de parálisis cerebral: una de las
pocas deficiencias del casting), Marie
Schrader (Betsy Brandt) y el citado Hank, entre otros— que se
habían posicionado en la línea de salida queda descolgado, manteniéndose o
incluso incrementándose el interés por los mismos. A ello cabe añadir la
llegada de nuevos personajes mediada o en los estertores de la segunda temporada, en
especial el abogado Saul Goodman (impagable Bob Odenkirk), más que un personaje una
abstracción de ese mundo de la judicatura al que los guionistas de Breaking Bad lanzan sus dardos
envenenados, en proporción similar a los que se sitúan en la diana de la
institución sanitaria —memorable la secuencia en que Walt Sr.
asiste atónito al desglose de la factura impresa por una operación quirúrgica
mientras la empleada del centro le coloca en la palma de su mano una chapa con
la escueta inscripción Hope («esperanza»)—, de la
gubernamental o de la policial. Esa última
especialmente activa dada la complejidad social propia de una zona fronteriza; rutas de ida y vuelta entre los Estados Unidos y México para dealers, piezas clave en el organigrama
de un negocio de elevada rentabilidad económica pero que coloca el miedo en el
cuerpo al más pintado. Solo los que no tienen nada que perder se sienten inmunes frente al adversario. Pero las
cosas cambian cuando los diagnósticos se equivocan... para bien. ¿Será
demasiado tarde? La respuesta se dará con el visionado de las siguientes temporadas de esta serie
categoría «A»
producida por una cadena más bien modesta que apostó por la propuesta de
Gilligan (antiguo guionista de Expediente
X) sin fruncir el ceño y dando por válido el contenido íntegro de la misma. Ver para creer.
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