Arena en sala Bikini (Barcelona) el día 17 de abril de 2015. Foto: Christian Aguilera. |
17 de
abril de 2015, 20 h oo, sala Bikini de Barcelona. Los sospechosos habituales del (neo)
prog rock nos dirigíamos a la entrada de una sala emblemática de la década
de los 60 y 70 en la ciudad Condal que desde hace años acoge espectáculos
musicales con una cabida nunca superior a los tres centenares de personas.
Aforos, por tanto, limitados que se disputan aquellas bandas o solistas
nacionales o internacionales que no arrastran consigo masas, por lo general
permanecen opacas a la difusión de los medios de comunicación oficiales y se
enorgullecen de complacer a una parroquia
fiel. Sin contar con los teloneros de rigor, Arena saltaría al ruedo de la
sala Bikini minutos antes de las nueve de la noche para brindar un espectáculo
de dos horas de duración, especialmente motivados por el hecho de presentar su
octavo disco en estudio, The Unquiet Sky (2015),
en plena celebración del veinte aniversario de la fundación de la banda británica.
En la recta final de la gira, Arena actuaría en tres ciudades del estado español,
la primera de las cuales, Barcelona, contaría con un centenar largo de
espectadores entregados a la causa de
un metal / rock progresivo “incendiario”
en algunos pasajes de un show
renovado verbigracia de un disco que se presentaba en sociedad y de la
presencia del front men Paul Manzi, aún
con pocas horas de vuelo en la nave nodriza pilotada por Clive Nolan, a la sazón teclista de Pendragon, y Mick Pointer, ex batería en la etapa primigenia de Marillion. En mi primer contacto en directo con la propuesta de
Arena advertí desde la segunda fila que John Mitchell —el
tercero en orden de reparto de galones en el grupo nacido a mediados los 90— mantenía de inicio una actitud un tanto
distante. Luego tuve constancia que sus juegos
a la guitarra —con fraseos que remiten a la «Escuela David Gilmour»— demandan del calentamiento pertinente, siendo
el bufón Manzi el encargado de encender los ánimos de ese centenar de espectadores, algunos de ellos presumo labrados
en mil batallas en la arena del (neo) prog
rock, otros procedentes del heavy metal o el hard rock y los menos jóvenes
en torno a los dieciocho años, intuyo considerados por sus compañeros de pupitre auténticos
marcianos que escuchan y asisten a conciertos de grupos exentos de abalorios y de
una potente mercadotecnia, solo guiados por el sentido de hacer la música en la que creen. Más allá de contemplar con una cierta incredulidad
los pies desnudos de Mitchell u observar los cambios de vestuario de Manzi —en el
acto final tocado por un sombrero de copa y ataviado de una chaqueta un tanto
raída: la ecuación parecía proyectar la sombra de otro mago de la escena, la de Juan Tamariz—, el
fundamento orgánico de la música concentraría toda la atención del respetable,
llamando poderosamente la atención la riqueza estilística del último trabajo de
la banda, The Unquiet Sky. Además del
tema que da nombre al disco (sugerido por John Mitchell), otros cuatro temas
recién horneados se integrarían en un set
list que dejaría a relucir las prestaciones de tenor de Manzi con un cover de Queen.
De la experiencia vivida en la sala Bikini en
una noche primaveral extraigo la importancia de calibrar el verdadero peso de una
banda en directo, allí donde los defectos o las virtudes quedan al descubierto
sin mediar filtro alguno. Más que
ninguna de las bandas del neo prog rock
que alcanzan a mi conocimiento, Arena enarbola la bandera de un metal destilado en la trastienda del "alquimista Nolan", que
como Tony Banks durante una etapa de Genesis, en su condición de teclista (y en
su caso letrista half time) ha
asumido las riendas de un proyecto que cumple su veinte aniversario, jalonado
por ocho discos en estudio y otros tantos en directo que han merecido edición
discográfica. No faltan, empero, los pasajes inherentes a una herencia del rock
sinfónico, que cobran una nueva dimensión en la portentosa voz de Manzi, a mi
juicio un músico capaz de llevar a Arena a otros espacios estilísticos poco o hasta
la fecha jamás transitados por un quinteto con visos a consolidarse si la
apuesta del bajista Kylan Amos sale bien parada. Al escuchar over and over The Unquiet Sky llego al convencimiento del enorme fichaje que ha
supuesto la inclusión de Manzi, haciendo patente su progresión desde Seven Degrees of Separation (2011). Un recambio
que amplia el repertorio vocal de Rod Snowden, quien desde la barrera intuyo
que debe asistir con una actitud ambivalente a la (necesaria) evolución de un
grupo del que había sido parte activa desde The
Visitor (1998) hasta los últimos conciertos en directo celebrados en 2010, a un lustro vista de
un año que, a buen seguro, marcará un punto de inflexión de una banda cuyas
espaldas —asimismo desde el plano metafórico/escénico— están bien
guardadas por los veteranos Nolan y Pointier, “almas gemelas” de un proyecto
que quisieron poner en valor en los estertores del siglo pasado y que sigue
funcionando con el mismo propósito de enmienda: explorar nuevos territorios
del rock sinfónico sin desfallecer en el intento.
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