Si hay algún documental sobre Neil Young que cumpla, desde
mi perspectiva, el requisito de ser visitado varias veces éste sería Heart of Gold (2006). Se trata de una
producción Shakey Pictures dirigida por Jonathan Demme, poblada de pequeños
detalles que nos descubren muchos aspectos sobre el músico canadiense. Así
pues, entre sus pliegues podemos
observar cómo la emoción embarga a Neil Young cuando interpreta el tema It’s a Dream, en memoria de su padre
Scott Young, cuyos últimos años de su vida los pasó padeciendo demencia senil.
No me equivocaría demasiado si manifestara que uno de los factores básicos para
entender que Neil Young iniciaba una nueva etapa de su actividad artística incluyendo
la labor de escritor, vino derivado de la pérdida de su progenitor. En cierta
manera, Neil Young trataría de tomar el testigo del popular periodista
deportivo canadiense conforme a la idea de preservar su recuerdo y tratar así
de rendirle tributo. Pero para alguien que sigue teniendo tantos frentes
abiertos —desde el plano familiar, artístico
y empresarial— el momento para poner a prueba su vertiente
de escritor se iría postergando hasta que un incidente en la piscina de su
primera residencia —situada a las afueras de
San Francisco, California—
parecía dictado a
través de la providencia. Una providencia presta a que el reposo obligado por
la fractura detectada en el dedo meñique de su pie derecho le llevara a
situarse frente al ordenador y, al cabo, escribiera unas cien mil palabras,
traducido en formato libro, a unas cuatrocientas cincuenta páginas, con una
treintena de fotos en blanco y negro intercaladas en las mismas. Más que unas
memorias, Neil Young iría conformando un itinerio sin orden ni concierto por
una vida trufada de suculentas anécdotas, de desgracias, de sinsabores pero
también de momentos de esplendor, de brillo. “Conociendo” al personaje tras
haber cumplimentado una monografía de carácter analítico que no desdeña el
componente biográfico, sabía en primera instancia, antes de consagrarme a la
lectura, que Neil Young actuaría a “campo abierto” sin encomendarse ni a Dios
ni al Diablo. Lo caótico configura parte de su paisaje discográfico, descartando un proyecto para cabalgar a lomos de otro, volviendo la mirada hacia
atrás y así hasta.... el infinito. Neil
Young: el sueño de un hippie (2014, Malpaso Ediciones) no es más que una traducción al papel de ese
universo un tanto deslavazado que no ha buscado ni pretendido buscar el anzuelo de la comercialidad, sino que ha
tratado de amueblar un discurso musical trazado por lo artístico. Una vez
advertido, prácticamente a las primeras de cambio, que el sentido acronológico
dominaría el texto, me puse a leerlo con fruición. Tan solo necesité de
dos o tres “tomas” para hacer un “barrido” por esta producción literaria que hábilmente
los editores de nuestro país han titulado El
sueño de un hippie y, de esta manera, se han desmarcado del original Waging Heavy Peace, un juego de palabras
en verdad “intraducible”. No todos los libros tienen esa cualidad: la lectura
que pasa a velocidad de vértigo, abriendo y cerrando páginas en un santiamén, así
hasta un total de poco más de cuatrocientas, algo inferior en volumen a la
edición seminal, con un texto que “respira” más espacios en blanco. Algunos lectores podrán argüir que estamos ante una letra sin música, la que descuida un lenguaje de mayor riqueza y variedad expresiva. Pero Neil Young, en su primera tentativa en calidad de escritor, se decanta por un lenguaje más llano, directo, que trate de conectar de inmediato con el lector, sin menoscabo de practicar el arte de la digresión que me ha recordado de soslayo las postreras obras de Kurt Vonnegut Jr, evaluadas desde una perspectiva autobiográfica, a modo de ir cerrando el círculo.
Favorecido por
una encomiable labor de traducción a cargo de Abel Debritto, Memorias de Neil Young: el sueño de un
hippie aborda, desde esa premisa intencionadamente caótica, su autor
desgrana numerosos aspectos que competen a su vida personal, familiar y
profesional. Se trata de un libro observado desde el prisma del continuo
agradecimiento, de una deuda no siempre reconocida en su momento por el propio
Neil Young. La existencia de Neil Young ha ido girando sobre esos círculos de amistad, básicamente
confeccionado por colegas de profesión. Para preservar semejante entorno no ha
dudado en ahuyentar a la prensa
codiciosa de un enfoque sensacionalista, la inherente a un genio recluido en su "Sangri-La" con dos hijos afectados de parálisis cerebral —Ben y Zeke— fruto
de la relación con sendas parejas sentimentales, la conformada por la actriz Carrie
Snodgress y su actual esposa, the real
love, Pegi Young, constante fuente de inspiración en su obra musical. El
carácter estrafalario de Neil Young gana dimensión a través del relato
decididamente desordenado que hace de sus múltiples aficiones con un afán de coleccionista
mórbido (los trenes eléctricos, al
punto de ser accionista de una marca de prestigio internacional cuya fábrica se
localiza desde hace años en China; los automóviles accionados por
biocombustible, aparatos antiguos de grandes dimensiones que un día formaron
parte del parque de turismos preferentemente de los años 50; su propio legado
musical y cinematográfico que administra cuál orfebre, etc.) al que no parece
haber puesto freno con el paso de los años. En esa dimensión seguramente el
buen conocedor de la obra musical de Neil Young, que ha repasado una y mil
veces en los entresijos de las grabaciones de discos memorables y no tan
memorables, encontrará los mayores estímulos para la lectura de El sueño de un hippie porfiado en la
idea que su perenne sentido por reinventarse deviene una rara avis entre los músicos de su generación que aún se sostienen en pie. Por ventura, después de haber
sufrido toda clase de penalidades en lo físico, ese árbol de más de ciento ochenta centímetros se sostiene en pie a
los sesenta y ocho años, con una endiablada capacidad por buscar nuevos retos (su última obsesión, la aplicación Pono que preserva una calidad de sonido muy superior a las administradas por formatos como mp3),
entre ellos el que se dirime en el terreno literario. Hasta un total de cuatro ideas
de proyecto relativas a proseguir su veta de escritor he contabilizado a lo
largo de las páginas de la presente obra. Dado el cúmulo de proyectos que
tiene en marcha o en stand by, difícilmente
todos ellos tendrán cabida al corto o medio plazo, pero nunca se sabe cuando se
trata de Neil Young. Si la musa
musical no le acompaña o, cuanto menos, con la frecuencia de antaño,
posiblemente asistamos a una sucesión de obras escritas por Neil Young con el “membrete”
de su carácter osado y desprejuiciado, siguiendo a pies juntillas el enunciado
de una frase que solía repetir su productor y amigo del alma David Briggs: «destaca
o desaparece».
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