Según recogen los atlas virtuales o en papel, el paralelo
62 atraviesa el Océano Atlántico, y los continentes de Norteamérica, Europa y
Asia, siendo en esas latitudes el sol visible casi veinte horas durante el
solsticio de verano y poco más de cinco horas durante el solsticio de invierno.
En los estertores de esta última estación llegaría a otro Paralelo 62, el
correspondiente a la Sala Barts
de la Ciudad Condal ,
un camello sediento del favor del público
arraigado en su mayoría en la capital catalana. Esa era una cita a la que
muchos no podíamos faltar sobre todo por un acto de justicia y de consideración
para la que, a buen seguro, ha sido una de las bandas fundamentales dentro del rock progresivo o sinfónico con denominación de origen. La bondad en lo climatológico durante
la tarde-noche de ese 18 de marzo de 2014 auguraba que los asistentes al acto gozaríamos en ese encuentro con la historia,
la de un grupo cuyo eje motor obedece al nombre de Andrew Latimer. No había
margen para la duda. La oportunidad se brindaba por sí sola después de las
noticias de unos años atrás que habían encendido todas las alarmas sobre la
pervivencia de Camel toda vez que Andrew Latimer estuvo debatiéndose entre la
vida y la muerte a causa de una enfermedad rara, atacando con fiereza su
sistema inmunitario. Sin él, Camel se podía haber expendido su certificado de “defunción”.
Afortunadamente, la recuperación del frontman
de Camel provocaría de facto que la
formación británica volviera a levantar el vuelo. Un vuelo suave y majestuoso,
limpio y elegante que rezuma el buen gusto por dotar a cada instrumento de una
fuerza expresiva propia. En este sentido, Snow
Goose (1974) puede ser un perfecto corolario del arte cameliano, afinado en un concepto instrumental que hizo las
delicias del casi millar de espectadores que se congregaron en el recinto
barcelonés dotado de una excelente acústica. La sapiencia de Eduardo Martín (la elección
de su nombre ya vaticinaba una anglofilia a prueba de bomba) me acompañaría a
lo largo de esa velada presta a degustar las esencias de una banda a la que
Latimer imprime un sello distintivo en la ejecución a la guitarra, la flauta y
en las cuerdas vocales, además de ofrecer un carisma del que no podía ni debía
quedar exenta su propia tragedia personal, por fortuna superada. Lejos quedaban
los debates sobre el reparto de protagonismo en el seno de Camel, en especial
cuando Peter Bardens trataba de “cuestionar” el liderazgo de Latimer. Desde el
primer instante del último martes del mes de invierno supimos, por la pura
disposición del quinteto de integrantes de Camel, quién sigue siendo el alma del grupo inglés. Pocos acordes
bastaron para mirarnos los unos a los otros y sentenciar, prácticamente leyéndonos
el pensamiento: «Andy ha vuelto». En esa primera parte del concierto, la dedicada a
repasar el álbum al completo de Snow
Goose, no cabía más que la salva de aplausos en su inicio y en su cierre. El
repóker de músicos debía hilar fino para ofrecer ese efecto mágico que
demandaba un disco conceptual surgido en plena efervescencia creativa de Camel,
favoreciendo la inclusión de nuevos arreglos en sintonía con los nuevos
tiempos. El escenario se vistió de tonalidades azuladas y rojizas, pigmentando
su superficie cuál escenario nevado. Después de un interludio que no se alargó
más allá de los diez minutos, Camel regresaría a ese “teatro de los sueños”, aquel
habilitado para que resplandecieran temas de antaño, de las épocas doradas y
menos doradas de la formación británica. La maestría de Mr. Latimer quedaría
nuevamente al desnudo, sobre todo cuando su figura delgada se compactaba para
arrancar cada una de las notas de su Gibson. En ese punto de la noche el público
no parecía dar crédito. Asistimos a un recital Latimer, quien había dejado atrás
la sombra de la muerte para buscar la luz de la inspiración, al abrigo de unos
aficionados entregados a una sola idea, un pensamiento que no podía
desprenderse del valor de la emoción. En el ecuador de esa segunda parte Latimer
armaría el brazo derecho para proyectar en cada una de sus notas el recuerdo
del padre a través de la canción The Hour
Candle, extraído del disco Harbour of Tears (1996) de resonancias celtas. Salvado ese compromiso celestial, tocaba repartir cartas y el
eventual protagonismo recayó en el resto de componentes de la banda, con
especial significación para su fiel escudero Colin Bass. Su aspecto zorruno casaría con la magistral
interpretación vocal y a la guitarra del tema Fox Hill. Acto seguido, las voces de Bass y Latimer se aplicarían
en similares registros para la canción For
Today, que colocaría el punto y seguido a una velada inolvidable. Latimer,
tocado en lo anímico, parecía gozar cada instante de aquella gloria bendecida
por un público al que se había colocado en el bolsillo a las primeras de
cambio. Una vez cumplido el ritual de citar a cada uno de los miembros de la
banda (el teclista Guy LeBlanc y el batería Denis Clement y, a modo de guest star para la gira que finaliza su periplo europeo en Italia, el teclista Jan Schelhaus), Banks, con aire dicharachero, devolvió el gesto y extendió su brazo
izquierdo mientras vocalizaba con una dicción so british el nombre de Andy
Latimer. Para entonces, el líder de Camel sabía que la conexión tenía lugar.
Quedaba la propina. Menuda propina. Lady Fantasy, pieza angular del álbum Mirage (1973), ofrecía nuevos bríos a un Latimer exultante,
adueñado de una maestría que la historiografía musical hasta la fecha, salvo
excepciones, no le ha hecho justicia. No hubo tiempo para más. Al filo de la medianoche,
cuál cuento de hadas, tocaba citarse con la realidad una vez abandonado ese “teatro
de los sueños” y enfilar cada uno de nosotros hacia sus respectivos hogares. A
la mañana y al día siguiente ni rastro de la actuación de Camel en Barcelona en
los rotativos de ámbito local o nacional. Sin embargo, para los que asistimos
quedará grabado ese concierto, a buen seguro, por tiempo indefinido. Esa será
nuestra dicha, aunque los silencios de la prensa nos muestren una vez más la
cara bien visible de una triste realidad de un país que se mueve en paralelo a la insensatez a la hora de no saber discernir entre músicos con talento y simples operaciones de márketing
prefabricadas en el backstage de la industria discográfica.
Existe vida después del cine. Muchos me vinculan a este campo. Este blog está dedicado a mis otros intereses: hablaré de música, literatura, ciencia, arte en general, deportes, política o cuestiones que competen al día a día. El nombre del blog remite al nombre que figura en mi primera novela, "El enigma Haldane", publicada en mayo de 2011.
jueves, 20 de marzo de 2014
CAMEL EN EL PARALELO 62: EL AÑO DEL RESURGIMIENTO DEL (NEO)PROG ROCK (II)
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