jueves, 20 de marzo de 2014

CAMEL EN EL PARALELO 62: EL AÑO DEL RESURGIMIENTO DEL (NEO)PROG ROCK (II)

Según recogen los atlas virtuales o en papel, el paralelo 62 atraviesa el Océano Atlántico, y los continentes de Norteamérica, Europa y Asia, siendo en esas latitudes el sol visible casi veinte horas durante el solsticio de verano y poco más de cinco horas durante el solsticio de invierno. En los estertores de esta última estación llegaría a otro Paralelo 62, el correspondiente a la Sala Barts de la Ciudad Condal, un camello sediento del favor del público arraigado en su mayoría en la capital catalana. Esa era una cita a la que muchos no podíamos faltar sobre todo por un acto de justicia y de consideración para la que, a buen seguro, ha sido una de las bandas fundamentales dentro del rock progresivo o sinfónico con denominación de origen. La bondad en lo climatológico durante la tarde-noche de ese 18 de marzo de 2014 auguraba que los asistentes al acto gozaríamos en ese encuentro con la historia, la de un grupo cuyo eje motor obedece al nombre de Andrew Latimer. No había margen para la duda. La oportunidad se brindaba por sí sola después de las noticias de unos años atrás que habían encendido todas las alarmas sobre la pervivencia de Camel toda vez que Andrew Latimer estuvo debatiéndose entre la vida y la muerte a causa de una enfermedad rara, atacando con fiereza su sistema inmunitario. Sin él, Camel se podía haber expendido su certificado de “defunción”. Afortunadamente, la recuperación del frontman de Camel provocaría de facto que la formación británica volviera a levantar el vuelo. Un vuelo suave y majestuoso, limpio y elegante que rezuma el buen gusto por dotar a cada instrumento de una fuerza expresiva propia. En este sentido, Snow Goose (1974) puede ser un perfecto corolario del arte cameliano, afinado en un concepto instrumental que hizo las delicias del casi millar de espectadores que se congregaron en el recinto barcelonés dotado de una excelente acústica. La sapiencia de Eduardo Martín (la elección de su nombre ya vaticinaba una anglofilia a prueba de bomba) me acompañaría a lo largo de esa velada presta a degustar las esencias de una banda a la que Latimer imprime un sello distintivo en la ejecución a la guitarra, la flauta y en las cuerdas vocales, además de ofrecer un carisma del que no podía ni debía quedar exenta su propia tragedia personal, por fortuna superada. Lejos quedaban los debates sobre el reparto de protagonismo en el seno de Camel, en especial cuando Peter Bardens trataba de “cuestionar” el liderazgo de Latimer. Desde el primer instante del último martes del mes de invierno supimos, por la pura disposición del quinteto de integrantes de Camel, quién sigue siendo el alma del grupo inglés. Pocos acordes bastaron para mirarnos los unos a los otros y sentenciar, prácticamente leyéndonos el pensamiento: «Andy ha vuelto». En esa primera parte del concierto, la dedicada a repasar el álbum al completo de Snow Goose, no cabía más que la salva de aplausos en su inicio y en su cierre. El repóker de músicos debía hilar fino para ofrecer ese efecto mágico que demandaba un disco conceptual surgido en plena efervescencia creativa de Camel, favoreciendo la inclusión de nuevos arreglos en sintonía con los nuevos tiempos. El escenario se vistió de tonalidades azuladas y rojizas, pigmentando su superficie cuál escenario nevado. Después de un interludio que no se alargó más allá de los diez minutos, Camel regresaría a ese “teatro de los sueños”, aquel habilitado para que resplandecieran temas de antaño, de las épocas doradas y menos doradas de la formación británica. La maestría de Mr. Latimer quedaría nuevamente al desnudo, sobre todo cuando su figura delgada se compactaba para arrancar cada una de las notas de su Gibson. En ese punto de la noche el público no parecía dar crédito. Asistimos a un recital Latimer, quien había dejado atrás la sombra de la muerte para buscar la luz de la inspiración, al abrigo de unos aficionados entregados a una sola idea, un pensamiento que no podía desprenderse del valor de la emoción. En el ecuador de esa segunda parte Latimer armaría el brazo derecho para proyectar en cada una de sus notas el recuerdo del padre a través de la canción The Hour Candle, extraído del disco Harbour of Tears (1996) de resonancias celtas. Salvado ese compromiso celestial, tocaba repartir cartas y el eventual protagonismo recayó en el resto de componentes de la banda, con especial significación para su fiel escudero Colin Bass. Su aspecto zorruno casaría con la magistral interpretación vocal y a la guitarra del tema Fox Hill. Acto seguido, las voces de Bass y Latimer se aplicarían en similares registros para la canción For Today, que colocaría el punto y seguido a una velada inolvidable. Latimer, tocado en lo anímico, parecía gozar cada instante de aquella gloria bendecida por un público al que se había colocado en el bolsillo a las primeras de cambio. Una vez cumplido el ritual de citar a cada uno de los miembros de la banda (el teclista Guy LeBlanc y el batería Denis Clement y, a modo de guest star para la gira que finaliza su periplo europeo en Italia, el teclista Jan Schelhaus), Banks, con aire dicharachero, devolvió el gesto y extendió su brazo izquierdo mientras vocalizaba con una dicción so british el nombre de Andy Latimer. Para entonces, el líder de Camel sabía que la conexión tenía lugar. Quedaba la propina. Menuda propina. Lady Fantasy, pieza angular del álbum Mirage (1973), ofrecía nuevos bríos a un Latimer exultante, adueñado de una maestría que la historiografía musical hasta la fecha, salvo excepciones, no le ha hecho justicia. No hubo tiempo para más. Al filo de la medianoche, cuál cuento de hadas, tocaba citarse con la realidad una vez abandonado ese “teatro de los sueños” y enfilar cada uno de nosotros hacia sus respectivos hogares. A la mañana y al día siguiente ni rastro de la actuación de Camel en Barcelona en los rotativos de ámbito local o nacional. Sin embargo, para los que asistimos quedará grabado ese concierto, a buen seguro, por tiempo indefinido. Esa será nuestra dicha, aunque los silencios de la prensa nos muestren una vez más la cara bien visible de una triste realidad de un país que se mueve en paralelo a la insensatez a la hora de no saber discernir entre músicos con talento y simples operaciones de márketing prefabricadas en el backstage de la industria discográfica.     

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