Pocas fechas antes de publicarse —en noviembre de 2009— mi libro Neil Young: una leyenda desconocida (2009, T&B Editores) llevaba meses acumulados escuchando a diario al genio canadiense, a la par que visitaba fondo bibliográfico en torno a su biografía y su actividad artística. Necesitaba descansar, distanciarme de su música para, al cabo, volver a motivarme sus escuchas, seguir despertándome el mismo interés que me había llevado a escribir la monografía. Creo que esa actitud la hubiera aprobado Neil Young. Me di cuenta que mientras me sumergía en el conocimiento del personaje y de su obra, tenemos personalidades muy similares: podemos obsesionarnos con un determinado trabajo y luego pasamos al siguiente, sin importarnos un bledo la trascendencia o la repercusión que aquello pueda representar. Ese permanente empezar de cero. Solo así se entiende que Neil Young nunca se canse de lo que hace; continuamente su cabeza está imaginando nuevos proyectos para acabar plasmándolos. Nunca le he escuchado en declaraciones escritas, radiadas (las menos) o televisadas jactarse de uno solo de sus muchos logros. Me encanta esta mentalidad y por eso, a diferencia de la plana mayor de sus compañeros de profesión pertenecientes a su generación, no puedes decir que solo el pasado explica su grandeza. Su grandeza es como una llama incandescente, que no se agota.
A lo largo de este par de años y medio entiendo que algunos de los rusties (término con el que, en la jerga musical, se conoce a los fans de Neil Young) se hayan sentido algo decepcionados conmigo al no participar de una manera más activa en las propuestas, en la difusión, al cabo, del legado del «tío» Neil en distintos foros, preferentemente de Internet. Pero de la misma manera que estas ausencias responden a una mentalidad neilyoungera (antes un servidor ya lo era; no es que la inmersión a su vida y obra me hubiera "reconvertido" a la "causa", que conste) por excelencia, regreso sobre esos espacios que me provocaron tanto placer y bienestar de la mano de una música que me acompañará para siempre. Buscaba un motivo para ese retorno al «universo Neil Young» y no puede ser mejor que en compañía de los rusties de este bendito país, consagrados algunos de ellos desde hace semanas, sino meses, a la celebración los días 6 y 7 de julio del III Rust Festival, en la localidad de Torredembarra, un precioso enclave de la costa tarraconense. Para los interesados, todos los datos sobre el evento se localizan en una página web (Ir a enlace) creada para la ocasión por Pepe Vaquero, Ángeles Gutiérrez, Cristina Costales y David Funes. Si lo hacen aplicando una milésima parte del amor que profesan por el multidisciplinar artista canadiense, el éxito está asegurado. Allí, sin duda, se darán cita los Crazy Ponys en un concierto que activará, a buen seguro, el capítulo nostálgico-emotivo, y la nómina de rusties inscritos a ese excepcional blog (En la playa de Neil Young) con Antonio Casado y el gran Daniel Ruiz, entre otros colaboradores. Espero compartir con todos ellos un par de días inolvidables en el verano de 2012. Cuarenta años después de esa cosecha del 72 y veinte de esa cosecha lunar del 92. El tiempo pasa pero la música de ese río caudaloso llamado Neil Young y sus múltiples afluentes (entre otros, Crazy Horse, Buffalo Springfield, Crosby, Stills, Nash & Young o Booker T. James, uno de cuyos miembros, Donald «Duck» Dunn conocí, a través del blog de la playa, la noticia de su muerte) sigue viva, luminosa, en constante movimiento. Entre canción y canción, intentaré ponerme al día de la actualidad relativa a la obra de Neil. Quizás para entonces ya habremos escuchado el nuevo —el enésimo— disco del «tío» Neil, Americana (2012) con versiones de lo más variopintas, entre las que destaca God Save the Queen. Para este esperado comeback con la "tribu" de los Crazy Horse, podríamos complacernos proclamando «God Save the King»... el único e indivisible: Percival Neil Young, en arte (mucho arte), Neil Young.
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