Al arrancar la última hoja del calendario solemos repasar
nuestras agendas en papel o virtuales para actualizar las mismas. La mente
humana está diseñada conforme al funcionamiento orgánico de una empresa: activamos el “alta” de amigos y a otros los damos de “baja”. Causa de “despido”: absentismo
en nuestras relaciones, falta de "productividad", incompatibilidad “laboral”...
En esas agendas virtuales se nos advierte, casi como un último aliento, recapacitar sobre nuestra decisión: «¿está seguro que desea borrarlo?». Vacilamos unos instantes, postergamos la decisión
unas horas, quizás unos días y, a la postre, decidimos en un sentido u otro.
Cuando la respuesta es afirmativa, esos “amigos” se integran en el "disco duro" de esa segunda memoria de nuestro "ordenador", que por muchos resets que hagas sigue permaneciendo allí,
oculta, insondable, agazapada en nuestro interior. Esas personas forman parte
de nuestras vidas pero queremos olvidarlas, ignorarlas, aparcarlas... En la
naturaleza del ser humano funciona ese sentido “transaccional” de la vida.
Ofrecemos una amistad para recibir algo a cambio. Cuando ese algo se reduce al
simple afecto o la idea de compartir la experiencia de vivir sin más, esa amistad empieza
a cotizar a la baja hasta que sus acciones tienen un valor nominal próximo al
cero... infinito. En un tarde nublada, en la entrada del otoño o en el frío
invernal nos sobreviene el recuerdo de esos amigos “perdidos”; espectros del
pasado que parecen llamar a nuestra puerta interrogándose del porqué se puso
distancia de por medio. Los puentes ya no existen. En nuestro cuadro mental
aparece un paisaje en neblina y una silueta fantasmagórica.
Más veces de lo
que hubiera podido imaginar me sobreviene el recuerdo de esos amigos “perdidos”.
Trato que aflore un pensamiento común: espero que les vaya bien. Todos
conocemos cuál será nuestro destino, pero no lo que la vida nos puede deparar
por el camino. Cada uno de nosotros tiene memorizados algunos números
imborrables. Al cabo, hacemos una enmienda a rescatar de nuestro "disco duro" algunos
de esos números con la invitación expresa a pensar que entre éstos se encontrará
el de algún amigo “perdido”. Volvemos a grabarlo en nuestro móvil o apuntarlo en
el margen de un papel emborronado. Tenemos la tentación de llamarlo pero por
temor a no violar su intimidad, a abrir una puerta que permanecía cerrada a cal
y canto, ofrecemos otro acto de cobardía humana. Algunos lo llaman eufemísticamente
prudencia. Simplemente, desearíamos saber si les van bien las cosas, alguna
pregunta banal que otra, sin otro propósito que fuera más allá de lo estrictamente pertinente. Pero ese acto escapa a nuestro modus operandi y volvemos a mirar al
frente, retirando de la memoria ese eco del pasado que, al caer la noche, suena
tenue, lejano hasta desaparecer... y volver a reflotar en nuestro océano vital.
Para los que nos
solemos dedicar al oficio de escribir la memoria deviene nuestra principal
herramienta. Necesitamos de esa memoria para bucear en ella, tratando de
conectar, de levantar de nuevo puentes entre esas dos partes compartimentadas
de nuestro “disco duro”. La una funciona en una primera línea; la otra se
encuentra en una zona “abisal” de nuestro pensamiento. Allí donde cohabitan los
amigos “perdidos”, de los que echamos mano para alguna ficción literaria. En una nueva muestra más de la paradoja en la que se ve envuelto el ser humano, no me desmentirán muchos de los que se dedican al noble
arte de escribir —independientemente de si ello conlleva un cariz profesional o
amateur— que, en el cómputo global, la presencia de esos fantasmas del pasado
se encuentran más presentes de lo que hubiéramos podido presumir al iniciar
nuestros relatos. Es, por tanto, en la ficción literaria a esos “amigos
perdidos” que les insuflamos vida, les otorgamos un protagonismo que no tiene
asidero en nuestras realidades cotidianas. La explicación plausible de todo
ello es que las obras de ficción se escriben primero en la mente antes de ser
plasmadas en el papel o en el ordenador. Y es en el fondo, en lo más recóndito de
esa mente donde se localizan esos amigos "eliminados" al renovar nuestras agendas
anuales. Quizás esa sea una manera de vengar
semejante “olvido”.
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