Tildado por un ejército de detractores (localizados sobre todo entre la clase política) de agorero, de apocalíptico de pacotilla y un sinfín de descalificaciones, el
profesor Santiago Niño Becerra ha vuelto a clavar sus predicciones al calor de
la realidad financiera de algunos de nuestros bancos, a cuyo rescate ha tenido que acudir
el gobierno de turno en forma de financiación con dinero, al fin y al cabo, público. Ya lo hizo en
sus estimaciones sobre el crecimiento del paro y del efecto inocuo de una
reforma del mercado laboral perpetrada por el PP, el partido en el gobierno. Igualmente,
en la realidad de nuestros días podemos ir constatando que el panorama que se
dibuja en un futuro sino inmediato, cercano, se corresponde con la proyección
que hace Niño Becerra del crecimiento de sectores dedicados al ocio acomodados
a colocar "paneles" que impidan ver a trasluz la situación de la vida cotidiana
en que se va marcando una falla más evidente entre clases ricas y pobres. Corporaciones
consagradas al ocio dispuestas a crear espejismos; el cine en particular en
tiempos de crisis se cobra un auge de las producciones de superhéroes para
mantener distraída a la clientela, elevando a los altares a figuras salvadoras
de las amenazas a las que se ve sometida la población de una determinada zona o
ciudad, país o continente. Y ya se sabe cuando crece un gran "árbol" en taquilla —Los vengadores (2012), dicho sea de
paso, basado en uno de mis cómics favoritos de la adolescencia—, su alargada sombra
procura poco espacio para que broten otros.
La antítesis de esa enésima entrega de la
factoría Marvel se corresponde con Miss
Bala (2011), una producción que viene al pelo hasta qué punto esa ventana a la realidad que representa la
televisión y, en particular, sus telediarios, distorsiona la verdad de los
hechos. Dudo que fuéramos pocos los que en su día —en vísperas de la Navidad de hace tres años— no diéramos crédito al contabilizar a Miss Sinaloa’08 —Laura Elena Zúñiga— entre los
“trofeos” exhibidos por la policía azteca, todos ellos a priori pertenecientes
al Cártel de Juárez, uno de los más peligrosos que siguen operando en México. Por el contrario, muchos debieron validar la información en el sentido de resolver una
sencilla ecuación en que interviene el factor del poder y su alianza con otro
elemento indispensable en el condimento
de esa realidad lacerante enquistada en el contiene norteamericano: el
narcotráfico. Por ello, al interés que despierta una cinematografía en alza, de
la que han surgido algunas de las voces más interesantes en el panorama audiovisual
actual –Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro, Alejandro González Iñárritu, etc.—,
se redoblaría para un servidor en el caso de Miss Bala por conocer el detalle de esa verdad cercenada,
manipulada y definitivamente quebrada en la pequeña pantalla. Amparada en un
concepto de docudrama y en el manejo del plano-secuencia, el director y coguionista Gerardo Naranjo descubre a aquellos no
familiarizados con la realidad de su país una mirada que irradia verismo y nos
atrapa en un remolino de angustia y miedo. Al final de la proyección podemos
llegar a hacer un diagnóstico mucho más certero sobre ese mundo de violencia y
pánico que va minando la moral de la población. Miles de víctimas mortales computan en el
curso de una docena de años en el nuevo siglo derivados del narcotráfico en el país azteca es una cifra
que solo lo aguanta el papel. Miss Bala
nos muestra esa red de intereses que genera el negocio del narco, implicando a policías, cuerpos de seguridad, los
propios cappos del narco,
instituciones políticas y militares. Una red difícil de desentramar y aún más
compleja de «aislar». Creo
que este debería ser uno de los títulos de obligada visión para ir conociendo
el detalle de la verdad de las cosas, y así colocar en cuarentena ciertas imágenes —por ejemplo, la de Laura Zúñiga (su alter ego en pantalla con idéntico nombre de pila pero con diferente apellido, el de Guerrero, en la piel de la actriz Stephanie Sigman), escondiendo la cabeza y maniatada, en un gesto
que puede derivar en la asunción de su culpabilidad cuando, en realidad,
expresa su condición de víctima— demasiado tentadoras para que derive en un
comentario en torno a la mesa o apostados en el sofá del calado de «se presentó a un concurso de belleza, luego vino
sus insinuaciones con el poder y ahí meterse en el narcotráfico solo fue otro
paso más. Qué desperdicio de vida». La
conclusión puede que certeza; el “circuito” trazado, erróneo. Suerte que existen
propuestas del alcance de Miss Bala,
capaces para orientarnos en esta selva informativa donde lo fácil es mostrar
una “foto” pero se nos priva de la “secuencia” completa. Cada vez más un
servidor se aparta de esas ventanas “oficiales” catódicas de la información
para buscar, rastrear en otros espacios, inclusive el de una a priori ficción
audiovisual con una base documental sólida y robusta, la presentada por Naranjo y su equipo.
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