Al
tirar del hilo de cómo y dónde se produjo la fractura de cadera de Juan Carlos I
hemos sabido que el monarca español no fue a Botswana a solidarizarse con un
país con una tasa de paro pareja a la nuestra, en torno al 20-23 %. Más bien,
se trataba de participar de una cacería de elefantes. Caza mayor la de
paquidermos sin atender a la sangría de matanzas que ha experimentado este
mamífero en el curso de las últimas décadas. A Don Juan Carlos tal cuestión le
debe traer al pairo y ni tan solo debió reparar en la circunstancia de que aún sigue siendo Presidente de Honor de la World Wide Fund for Nature, cuyo principio activo deviene velar por la conservación de la diversidad biológica. Pelillos a la mar, él debió razonar, con esa monarquía en franca descomposición, sálvese quien pueda y a
disfrutar al máximo de una jubilación costeada por el erario público.
En la era de Internet, los ebooks, los móviles y las mal llamadas
redes sociales, las Monarquías europeas de real abolengo dejan a las claras que
precisan de un plan «renove» o bien están condenadas a desaparecer. La nuestra
desempeñó un papel —mal que les pese a algunos— destacable en la Transición Democrática ,
pero da síntomas de languidecer a golpe de escándalos que han acabado por
afectar a su núcleo duro. Y es un escándalo que el jefe de gobierno del Estado
español se vaya de cacería mayor sin ofrecer “parte” a la Moncloa y más aún si cabe
a costa de una especie en vías de ingresar en la casilla de extinción en los
próximos decenios. Gratificante ha sido la declaración de Tomás Gómez, en
representación del PSOE de la Comunidad de Madrid, en que ha retado al monarca
a que si vuelve a incumplir sus obligaciones de Jefe de Estado abdique. Unos
podrán argüir tacticismo por parte de Gómez de cara a reconciliarse con un
sector de la izquierda que "acusa" al PSOE de mostrarse beligerante solo con su “eterno
rival”, el PP. Sea como fuere, algo parece moverse al atreverse una porción de
la clase política a poner en entredicho actitudes y aptitudes de esa monarquía borbona
de la que hasta hace no demasiado tiempo representaba todo un tabú referirse a
la misma en los medios de comunicación. Esos representantes políticos a los que el pueblo les ha depositado
su confianza tienen "órdenes" concretas de que no se puede defender lo uno y su
contrario y que, por tanto, se apliquen en un razonamiento dictado por el
sentido común y la coherencia. Tomás Gómez ha entendido el mensaje y no se ha
andado con medias tintas. Seguramente, la Casa
Real pagará con el silencio, en sintonía con esa cúpula del PP en que su máximo dirigente, el
presidente del gobierno Mariano Rajoy, espera reunirse con su pool de asesores para determinar a que burladero se encomiendan. Alguien mueve los hilos en esa Moncloa
tapizada de azul, en que Rajoy se muestra bravo
con unos y manso con otros. En su
fuero interno el mandatario gallego debe meditar la idea de no meterse en una
nueva zanja —esta no arada por el
PSOE que, dicho sea de paso, dejó el huerto hecho unos zorros—, la que
compromete a la Monarquía
española en su particular Annus horribilis.
Las desgracias nunca vienen solas, por su parte, debe cavilar un convaleciente
Juan Carlos I. Le aguarda un periodo de reposo en que presumiblemente no tendrá
entre sus lecturas La soledad de la Reina (2011, Le esfera de los libros) de
Pilar Eyre, y el seguimiento informativo, con riqueza tipográfica, de las
andanzas judiciales de su yerno Iñaki Urdangarín en el «caso Nóos» y derivados.
A buen seguro, le salvará la chequera imperial
al ex jugador de balonmano de un eventual ingreso en prisión. Demasiadas
facturas por abonar y demasiadas
fracturas que debe soportar un maltrecho cuerpo para retomar el empeño de la
caza mayor. Ahora asiste a una caza real,
la de un sector de la clase política escorada a la izquierda que ha encontrado
una improvisada “alianza” en su voluntad, al medio plazo, de retornar al poder.
Con las Infanta Cristina y Elena mudas y la Reina
Sofía aferrándose a sus creencias religiosas para pasar el
trago en soledad —Eyre dixit—, todas las miradas se conducen
hacia el príncipe Felipe. O le vemos reinando en breve (no nos esperemos
cambios de tono ni salidas de pata de banco: es el formalismo elevado a la
enésima potencia) o este país ya no está para soportar otro mensaje navideño
con el renqueante monarca leyendo el teleprompter y apelando nuevamente a tomar ejemplo y a estrecharnos el cinturón. Pues eso,
con una nación al borde del rescate Su Majestad no pudo elegir mejor "ocurrencia" que coger
los bártulos y visitar a sus amigos de Botswana en aras a “regular” el “tráfico”
de paquidermos a golpe de escopeta. A este paso quedarán menos juancarlistas librados al "Partido" presidido por Jaime Peñafiel que elefantes blancos en el continente africano.
2 comentarios:
A pesar de que odio tanto las interpretaciones psicoanaliticas tanto como la monarquía, eso del Rey fotografiándose con un elefante me dice mucho sobre la monarquía actual; el rollo ese los colmillos de marfil, "El Cementerio de los Elefantes", "Cazador Blanco, Corazón Negro" y tal...
Hablemos de cosas serias:
Por cierto Christian, tus artículos sobre J. L. Mankiewicz me han parecido sencillamente sublimes.
¡Un fuerte saludo!
Gracis Oncle Jones.
Supongo que te refieres a los del libro "JL Mankiewiz: un renacentista en Hollywood". Estoy contento de su resultado. Lo digo porque también he escrito algunos artículos sobre este gran director en cinearchivo.
Un saludo para tí también
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