El
dramaturgo William Inge dijo en cierta ocasión que «los
halagos astutos complacen más a quienes lo realizan que a sus receptores».
Para un país en que la envidia es el combustible
dispuesto a revolucionar el motor de las vidas de buena parte de su
población, escuchar over and over a
Pep Guardiola elogiar al contrario, ensalzar sus virtudes —pese a que se
tratara de un equipo modesto condenado a bregar por salvar la categoría— y
deshacerse en parabienes con sus colegas de profesión ha sido uno de los
aspectos que me han ganado sobremanera y me han hecho sentir próximo a la forma
de pensar del carismático entrenador del FC Barcelona. En su nueva etapa en el club
barcelonés, Guardiola, paradigma del seny y de la rauxa catalana, ha sabido asimismo manejar un vestuario en que se
eliminara de raíz cualquier factor desestabilizador, transmitir esa pasión por
el juego que debe o debería ser la práctica del fútbol. Cuatro temporadas de
gloria, de excelencia sin sacrificar un ápice un sentido del equilibrio y de la
mesura que ha guiado la manera de ser del que antaño se había convertido en uno
de los estandartes del barcelonismo sobre el terreno de juego. Pep Guardiola
deja tras de sí un proyecto sólido, rocoso, pero del que se advierten pequeñas fisuras si el recambio de algunos
jugadores no llega a tiempo debido, en buena lid, a ese intangible llamado “servicios
prestados” (hay decisiones que se toman desde el corazón), un aval difícil de
soslayar cuando esas tardes o noches de blanco satén se agolpan en la memoria.
Según mi juicio, este ha sido uno de los elementos clave para entender el porqué
Pep Guardiola ha decidido no renovar su contrato con la entidad blaugrana: hay “sentencias”
que uno se niega a firmar. Especialmente dolorosa hubiera sido la imagen de Pep
acompañando en la rueda de prensa de despedida de Xavi Fernández, la brújula que da sentido y orientación
(además de gol) al equipo, por mor de una lesión cronificada. A su estela le
hubiera llegado el turno a Carles Pujol, otro de los capitanes cuyo compromiso prorrogado con la
selección española no fue del agrado de Guardiola sabedor que el físico del
defensa blaugrana pudiera estar al borde del colapso.
Podemos llegar a razonar de que Pep Guardiola es una pieza más dentro de un engranaje deportivo ideado para crear un estilo de juego reconocible y admirado en todo el mundo a través de labrar un trabajo al largo plazo desde la cantera. Sin la
aportación en su momento de los holandeses Johann Cruyff y Frank Rijkaard, la
suerte de Guardiola hubiera sido bien distinta. Los fundamentos estaban ahí
para que Guardiola diera ese paso al frente con la insolencia y el arrojo propio
de alguien que sabe aprovechar la confianza depositada por un cuerpo técnico (Txiqui
Beguiristáin, luego otro vasco, Andoni Zubizarreta con la llegada de Sandro Rosell
a la presidencia de la entidad blaugrana) que comulga con sus principios futbolísticos. Y la rueda no se detendrá con la salida del noi de Sant Pedor: ahí está Tito Vilanova (su amigo del alma desde los tiempos de la Masia) presto a tomar el relevo y proseguir por el mismo camino.
Todos
sabemos que el éxito une y el fracaso nos aleja de esos “socios” de la vida. Pero
también tomamos conciencia de que los fracasos no forman parte del “programa de
actos” de los equipos estelares (léase Madrid y Barça) del balompié de nuestro
país, sopena que la cuerda vuelva a romperse por el sitio más débil, el del
banquillo. En cualquier equipo de tabla media para abajo, la conquista de una
Copa del Rey equivale a la gesta de una década, quizás de un siglo; en esas dos entidades que figuran a perpetuidad (junto al Athletic Club de Bilbao) en la Primera División desde su
arranque, puede traducirse en un balance tirando a discreto. La medida de ese
cambio operado por Pep Guardiola y su equipo ha hecho posible un pequeño
milagro cuando, una vez el niño Fernando Torres se reivindicaba con un gol al contraataque —al más puro estilo de ese
Atlético de Madrid del que formaba parte antes de emigrar a las Islas Británicas
no sin antes haber sido sondeado por
el club blaugrana—, la puntilla definitiva a la eliminatoria de semis a favor del Chelsea, el público,
puesto en pie, ovacionaba a su equipo. Entonces, Pep respiró tranquilo,
aliviado y mirando al cielo. Él ha contribuido a cambiar una mentalidad que
rehuye al simple acto-reflejo de la ecuación victoria-aplausos/derrota-silbidos. Un espíritu
importado de las Islas Británicas, el espacio donde aguarda a Pep Guardiola
después de tomarse un año sabático. Pero no me cabe duda que Guardiola regresará
algún día a la entidad que le vio crecer como persona y futbolista. Solo
entonces la ovación que le tribute el Camp Nou pueda ser comparada con la que
reciba el próximo día 5 de mayo frente al RCD Español en el partido de cierre de la Liga BBVA
2011-2012. Trocando el pronombre de la canción de su admirado Coldplay que, a
buen seguro ha sonado en sus oídos en la previa de tantos partidos, You Never Change. Gràcies, mestre.
En homenaje a Pep Guardiola, invitación a ver y escuchar en Youtube el videoclip de la canción We Never Change, perteneciente al álbum Parachute (2000) del grupo Coldplay, uno de mis favoritos del panorama musical actual.
En homenaje a Pep Guardiola, invitación a ver y escuchar en Youtube el videoclip de la canción We Never Change, perteneciente al álbum Parachute (2000) del grupo Coldplay, uno de mis favoritos del panorama musical actual.
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