
La noticia de la muerte de Robert Enke se suma a una lista de fatalidades de distinta índole en la que se han visto involucrados porteros a escala mundial, la mayoría una vez abandonada la práctica deportiva profesional como el caso de Jesús Castro –muerto en una playa de la cornisa cantábrica tras tratar de rescatar a un niño a punto de ahogarse–, hermano menor del legendario Quini, o Javier Urruticoechea, entre otros. Enke, sin embargo, ha dejado el mundo de los vivos en ese punto de su carrera que aún no había mostrado signos descendentes, no se habían encendido las alarmas de un ocaso al haber consolidado la titularidad en el Hannover 96 y, poco después, haber cubierto la portería de la selección alemana con miras a ser pieza básica en el Mundial de 2010, a celebrar en Sudáfrica. Paradojas de la vida: el día que Alemania mostraba al mundo la conmemoración del 20 aniversario de la caída del Muro de Berlín, una noticia de agencia hubiera podido enmendar la plana a esa majestuosa fiesta de luz y colorido en que la capital germana se había convertido. A centenares de kilómetros de Berlín, Enke había decidido arrojarse a las vías del tren. El cancerbero natural de Jena, ciudad que perteneció a la antigua RDA, había perdido el tren de la vida, pero en su ánimo quizás ese sentimiento lo había tenido tres años antes, a partir de que el maltrecho corazón de su pequeña de dos años dejó de latir. Cerca de Hannover, Louis Van Gaal, actual residente en el banquillo del Bayern de Munich, debió compartir con mayor intensidad si cabe que otras personalidades del firmamento balompédico, el dolor por el fallecimiento de Enke, ya que había convencido al staf técnico del Barça para que lo ficharan en 2002. Su paso fue efímero por el FC Barcelona –como asimismo por el CD Tenerife o el Fenerbaçhe turco– , pero me quedo con el semblante del argentino Roberto «Tito» Bonano, quien trataba de sacar fuerzas de flaqueza al tratar de recomponer el perfil humano del Enke que había conocido durante su paso por la Ciudad Condal. El ex guardameta Bonano contenía el aliento al rememorar la bondad de un hombre que no podía por menos que pararse si veía en la cuneta un perro sin amo. Eso nunca debió trascender a los medios de comunicación, pero con seguridad resultaría trascendente para la suerte de los canes que acabaron al cuidado de Enke. Quizás todo ello nos sirva para saber valorar más al ser humano que al deportista. Una lección de vida, una más que anotar, aunque resulte paradójico, a partir del conocimiento de una muerte. Descanse en paz el que hubiera podido ser un símbolo para el barcelonismo pero que acabaría siéndolo del humanismo. No solo las personas llorarán tu desaparición, Robert.
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