domingo, 3 de febrero de 2019

«EL INVIERNO DE MI DESAZÓN» (1961) de John Steinbeck: DE RATONES Y HOMBRES EN LA AMÉRICA PRÓSPERA

Al razonar sobre el modelo de sociedad estadounidense que ha servido de espejo para diversos países del orbe mundial nos podemos mostrar ambivalentes. De un tiempo a esta parte semejante ambivalencia se acentúa si cabe aún más al observar a través de distintas ventanas los periódicos, la televisión, internet, las mal denominadas redes sociales, etc.— la falla creada en el seno de una sociedad en que operan los opuestos en materia educativa, sanitaria, armamentística, etc. Llegados a este punto, resulta pertinente aproximarse a las voces de esos grandes escritores norteamericanos del siglo XX que fueron notarios de la “actualidad” de la pasada centuria, ubicados en esas trincheras del progresismo con la decidida voluntad de levantar acta sobre esa clase proletaria –la que se encuentra en la «sala de máquinas» de un barco llamado América-- que transita por un camino minado de obstáculos, a menudo pasando por un auténtico via crucis donde el vocablo «esperanza» puede llegar a perder su verdadero significado. Por ello cabe saludar la publicación de El invierno de mi desazón (1962) título extraído del speech de Gloucester en Ricardo III de William Shakespeare por parte de Nørdica, que se incorpora de esta forma a una suerte de «Biblioteca John Steinbeck» dentro del sello madrileño. En la misma habitan la obra de no ficción Viajes con Charley (1962) y Los crisantemos (1937), un librito ilustrado que representa un canto al anhelo de la emancipación de la mujer. Así pues, el tercer título escrito por John Steinbeck (1902-1968) que entra a formar parte del catálogo de Nørdica —con el precedente de su publicación en la Editorial Aleph en 2002, en conmemoración del centenario del natalicio de su autor deviene el primero en adoptar la categoría de novela, publicada en el original, a un año de vista de ser acreedor del Premio Nobel de Literatura «por su escritura realista e imaginativa, combinado con su humor simpático y esa clase de percepción social». Los Académicos no dejaron pasar la ocasión para poner en valor el contenido de El invierno de mi desazón, cuyas críticas recibidas en los Estados Unidos no parecían corregirse para servir de aval añadido de cara a la obtención de una de los máximos honores que pueda recibir un escritor. Aún por aquel entonces seguí colgando sobre la persona de Steinbeck la etiqueta de «novelista del proletariado», en razón de sus obras más celebradas, De ratones y hombres (1937) y Las uvas de la ira (1939), popularizadas asimismo a través de las numerosas adaptaciones teatrales, cinematográficas y televisivas de sendas piezas maestras.
   En cumplimiento de ese «deber» autoimpuesto por editoriales que, como Nørdica, tienen una visión medida al medio o largo plazo, con la idea fijada en robustecer su catálogo, sus responsables han entendido la conveniencia de ir completando en la medida de lo posible esos flancos desasistidos de escritores de la significación de John Steinbeck, quien condensó su actividad literaria en veinticinco años. Un periodo que le bastó para acreditar su condición de prosista first class, culminando —eso sí, contra su voluntad— su actividad de novelista con El invierno de mi desazón con la vocación de servir de alegoría de esa América devorada por el materialismo, situada fuera del carril de unos principios que guardan estrecha relación con la ética y la moral. Más de cuatrocientas contiene esta pieza literaria que puede sorprender a los que solo conozcan de oídas a Steinbeck, asociado a la noción de altavoz de las clases más desfavorecidas, fijado al periodo de la Gran Depresión. El acercamiento al contenido de El invierno de mi desazón nos ayuda a atender a otra dimensión literaria de Steinbeck, un virtuoso del lenguaje (se rescata la traducción de Miguel Martínez-Lage para Aleph, quien no duda en tirar de expresiones propias de la lengua castellana que no encuentran equivalencias en inglés) que demostró su capacidad para adaptarse a la condición de cronista de esa América próspera, en plena expansión (a todos los niveles) durante los años cincuenta, pero sin abandonar una pluma incisiva que escudriña en esas partes débiles del ser humano, aquellas prestas a caer en la trampa tendida por un capitalismo desbocado. Es un tendero llamado Ethan Allen Hawley el hilo conductor de un relato que avanza no sin generar un cierto desconcierto en el lector al calor de la continua entrada y salida de personajes que pululan a su alrededor hacia un tramo final donde confluyen distintos planos de una realidad en torno a una comunidad del interior de los Estados Unidos, en que las entidades bancarias sirven de palanca para que se de un escenario donde los principios morales y éticos pueden saltar por los aires. De ahí que de su lectura, junto a la reciente publicación en catalán de El número u (2018, Adesiara Editorial) de John Dos Passos, podamos extraer algunas certezas sobre la realidad de los Estados Unidos del siglo XXI en la que los hijos y los nietos de Allen Hawley presumiblemente hayan sido firmes votantes del ínclito Donald Trump, epítome de empresario manejando los hilos de la política más allá de la perspectiva que se pueda derivar del contenido de innumerables obras audiovisuales.
  

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