martes, 8 de enero de 2019

«ESTUDIOS DE LO SALVAJE» (1904) de BARBARA BAYNTON: UNA PIONERA EN LAS ANTÍPODAS

Salvo para una ínfima parte del público lector en lengua castellana, la literatura australiana sigue siendo una auténtica desconocida. Presumo que por iniciativa de Pilar Adón traductora al castellano de Picnic en Hanging Rock (1967) de Joan Lindsay, la primera novela aussie en formar parte del selecto catálogo de Impedimenta, una de las obras pioneras de la literatura australiana, Estudios de lo salvaje (1904) de Barbara Baynton (1857-1929), fue una de las apuestas del sello madrileño que vio la luz en las librerías en el último trimestre de 2018. En el último suspiro del año di cumplida cuenta de la lectura de esta pieza literaria que recopila un total de seis relatos “La soñadora”, “La compañera de Squeaker”, “Mano tullida”, “Billy Skywonkie”, “Una iglesia en la maleza” y “El instrumento elegido”, complementado por un prefacio a cargo de la propia Adón, a la sazón responsable de una traducción que ha tratado de preservar un lenguaje enrraizado en la tradición oral de lo que se conoce como el bush, una zona geográficamente intermedia a la costa australiana –allí donde se concentra la inmensa mayoría de la población de un país con dimensiones de continente— y el outback, un área infinita presidida por un clima árido y (semi)desértico. De hecho, esta pieza literaria fechada a principios del siglo pasado, fue rebautizada con el título bush stories, ya sea en una edición soportada únicamente por el sexteto de relatos o bien con el «añadido» de la única novela que Barbara Baynton llegó a publicar, Human Toll (1907). Las dimensiones de esta última equivalen en extensión a los relatos cortos oriunda de Scone, una población rural situada en Nueva Gales del Sur— compilados por Baynton bajo el genérico bush stories, en los que aflora una firme voluntad por describir una forma de vida de una zona concreta, pero extensible a otros rincones del país oceánico. Óbviamente, la nula familiaridad en nuestro país con el término «bush» hizo inevitable buscar una alternativa lo más “ajustada a derecho” posible, optando por el vocablo «salvaje». De algún modo, semejante alternativa abarca, por una parte, el propio comportamiento de individuos (preferentemente machos) que se mueven por los cauces de un aliento primitivo en el trato con las féminas, y por otra parte, la importancia que cobra en entorno natural virginal, en que una vez se traspasa la divisoria (invisible) que separa el bush del outback si se penetra en un territorio plagado de peligros al albur de la presencia de ofidios y vertebrados de comportamiento, en determinadas circunstancias, nada predecibles.
   En plena vorágine de conflictos amorosos llegó a casarse hasta en tres ocasiones, de perfiles disímiles cada uno de ellos (Alexander Frater, con una vida sojuzgada por sus desvaríos amorosos, el doctor Thomas Baynton y el Barón Headley), ya cumplidos los cuarenta años, Barbara Baynton decidió colocar rumbo a la escritura de historias que gozarían de un tardío reconocimiento en su país de origen, refractarios en primera instancia a dar validez a una visión edificante sobre el being australian de cara a la imagen que debía computar cara al exterior. Tal como relata en el prefacio Adón, la fortuna sonrió a Baynton cuando, de manera fortuita, se cruzó en su camino el influyente crítico literario de la época Edward Garnett, al que D. H. Lawrence agradeció que se involucrara en el proceso editorial de la masterpiece Hijos y amantes (1911). Éste hubiese sido un título pertinente para una suerte de autobiografía de la escritora aussie, pero no llegó a formalizarla. Eso sí, llegó a consignar Estudios de lo salvaje contra viento y marea, en lo que vino a ser una evocación de sus experiencias en suelo australiano ante de emigrar a Gran Bretaña. El suyo sería un camino de «ida y vuelta» constante entre la reina patria para gran parte de los australianos y el país oceánico que, al cabo, reconoció la impronta literaria de Baynton, al punto que bush stories sigue siendo un título de obligada lectura en ámbitos docentes. De la misma se extraen algunas peculiaridades del habla autóctona en aquel periodo a caballo entre el siglo XIX y XX, y de determinados prejuicios raciales y de un modelo patriarcal que por ventura ha ido transformándose en una realidad mucho más igualitaria entre hombres y mujeres. En buena lid, este es uno de los aspectos más reseñables que se pueden extraer de la lectura de una obra escrita por Barbara Baynton, que ganó a la influencia para autoras como la citada Joan Lindsay (1896-1984), Patrick White (1912-1990) el autor de la excelente Voss (1957), igualmente publicada hace pocas fechas por el sello Impedimenta o Doris Pillington (1937-2014), cuya pieza literaria Follow the Rabbit Proof-Fence prorroga, en cierta manera, esa mirada sobre la «Australia blanca», próxima a los postulados eugenistas, que servía de eslogan de un país sumido en pleno debate de identidad nacional, y al que la escritora de Nueva Gales del Sur quiso ofrecer su propia perspectiva (nada edulcorada; más bien en sentido contrario) de la realidad.           

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