En la
década de los veinte nacieron algunos de los escritores que dieron carta de
naturaleza a obras que han servido para cartografiar
un particular mapa del ser humano
vinculado a su relación con la guerra con una orientación netamente crítica, al
albur de uno de los episodios más cruentos vividos durante la centuria pasada. La
mayor parte de estos autores proceden del continente norteamericano, caso de Norman
Mailer (1923-1997) —Los desnudos y los
muertos (1949)—, William Wharton (1925-2008) —A Midnight Clear (1982)—, Joseph Heller (1923-1999) —Trampa 22 (1961)— o Kurt Vonnegut Jr
(1922-2007) —Matadero Cinco: o la cruzada
de los niños (1969)—, siendo el medio cinematográfico el que contribuiría
a popularizar sendos textos. Este escenario, en cambio, no ha podido darse con El desertor (1952), la segunda novela
escrita por Siegfried Lenz (1926-2014), pero que no sería publicada hasta el
año pasado en Alemania y, en lengua castellana y catalana en el año en curso.
Bien es cierto que Lenz hubiera podido plegarse a las sugerencias de su editor
de Hoffman & Campe, Rudolf
Soelter, quien a su vez había contratado los servicios de Otto Görner para
someter a revisión el manuscrito librado por el emergente escritor de origen
prusiano. No obstante, tal como se detalla en las últimas páginas de la edición
en castellano a cargo de impedimenta, Lenz se mantuvo firme en su propósito de
sacar adelante su propia visión de una historia que le había convocado
infinidad de horas frente al papel, escribiendo a mano para luego su esposa
Liselotte proceder a mecanografiarlo. Sometido al ejercicio de revisionar lo
escrito y ampliar determinadas partes del libro en ciernes, Lenz confiaría en
su talento a la hora de armar un relato del que sentía especialmente
satisfecho, pero que no dudaría a renunciar a su publicación si ello comportaba
una modificación sustancial de su sustrato literario y de lo que, a la postre,
serviría para que se alineara en su espíritu crítico para con la guerra con las
piezas escritas por los citados de Mailer, Wharton, Heller y Vonnegut.
Sesenta y cuatro años después de haber sido
entregada una segunda versión de Oberläufer —traducible por El desertor, aunque inicialmente
había previsto el título …da gibst’s ein
Wiederseben / Habrá un reencuentro,
tomado de una estrofa de una popular canción teutona—, la misma editorial a la
que Lenz fue fiel hasta el último aliento, Hoffman
& Campe, se avino a publicar la segunda de las novelas completadas por
un autor que en vida recibió multitud de distinciones y reconocimientos en
Alemania, pero asimismo en distintos puntos de la geografía mundial. Presumiblemente
sin merecer en nuestro país la consideración de sus compatriotas Heinrich Böll o
Günther Grass, empero, de un tiempo a esta parte la obra de Lenz ha ido ganando
terreno al conocimiento de los lectores a través de la publicación de una parte
significativa de sus novelas y de sus relatos cortos. A la determinación de los
sellos Tusquets —Campo de maniobras
(1988), El usurpador (1990), La prueba acústica (1993)—, Akal —El legado de Arne (2002), Duelo con la sombra (2006), Objetos perdidos (2008)—, Maeva —Minuto de silencio (2009), El teatro de la vida (2011)— y Ediciones
del Viento —Qué tierno era Suleyken
(2008)— se ha sumado Impedimenta con la publicación de El barco faro (2014), Lección
de alemán (2016) y El desertor
(2017), esta última con traducción a cargo de Consuelo Rubio Alcover. Ciertamente, se trata de tres piezas que dan fe de las hechuras de
excelente escritor de Lenz, para quien su opera prima Es waren Habitche in der Luft (Azores
en el aire) serviría de salvoconducto para lograr su meta: dedicación plena
a su profesión. Solo así entendía que su talento innato —vitaminado con su
formación como Filólogo en Lengua Inglesa— llegara a buen puerto en la
adecuación, por ejemplo, de un relato —El
desertor— que parece navegar entre dos aguas; el de una reconstrucción sumamente
realista —el detallismo a la hora de describir escenarios y personajes devino
una de sus principales bazas— y, a la par, dotada de un aliento de ficción. En
este último plano es donde descansan los puntos
de fuga de la existencia del soldado prusiano Walter Proska, hilo conductor
de un relato evocador de un mundo en que asistimos a la radiografía de las miserias del ser humano en el campo de batalla
en los estertores de la Segunda Guerra Mundial. A imagen y semejanza de la
pieza literaria librada por Kurt Vonnegut a finales de los años sesenta, El desertor infunde, además de un componente poético, un soterrado humor
que opera por debajo de esa capa de realidad que trata de anular la capacidad
de decisión individual frente al valor hegemónico de lo colectivo. Proska
decide, por su cuenta y riesgo, salirse de ese marco de represión y
sometimiendo, algo que iría en contra de los principios que aún seguían
rigiendo en la Alemania de postguerra en ciertas instancias de ámbito cultural —léase
editoriales—, incluso en aquellas regladas para dar cobertura a los
librepensadores como Lenz, luego alineado con el asentamiento de la
socialdemocracia en el país germano. A tres años del deceso de Lenz, pues, cabe
celebrar la llegada a las librerías de El
desertor, una pieza profundamente humanista que contribuye a ampliar el
conocimiento sobre uno de los más insignes escritores alemanes de la segunda
mitad del siglo XX.
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