Hace poco más de un mes, por no sé que motivo salió a
colación el fatídico 23-F en el curso de una charla con unos amigos de la
infancia que acudían a la presentación de mi último libro, Historia del cine británico (T&B Editores, 2013) en la Tecla Sala de
L’Hospitalet de Llobregat. Uno de ellos, Agustí Borras, trataba de refrescarme
la memoria que ese día estuvo en mi casa. Pero, en ese momento, me mostré
incapaz a la hora de recordar al detalle las personas que estaban a mi
alrededor, salvo padres y hermanos. La televisión y la radio se habían
convertido en los “protagonistas” de aquella velada, la puerta de entrada para
conocer la realidad de un país que había padecido cuarenta años de dictadura y
que, tan solo un lustro después de haber entrado en un proceso democrático, la
alargada sombra del poder militar se cernía sobre el órgano donde reside la
máxima representación de la soberanía popular, esto es, el parlamento. Al
viajar en el tiempo hacia ese momento concreto de la historia de nuestro país
mi mente procesaba la información bajo un manto de maniqueísmo. Esa es la
lectura que extraje a mis trece años: el Bien había triunfado sobre el Mal. De
la tensión, la zozobra y la inquietud de las primeras horas de la tarde cuando el coronel de la Guardia Civil Francisco Tejero irrumpió en el Congreso amb
tricorni i metralleta (La
Trinca dixit), al
respirar hondo, al alivio cuando amanecía el día martes 24 de febrero de 2014.
Como si se tratara
de un relato bíblico, treinta y tres
años después Operación Palace (2014)
“resucita” el tema del 23-F en la programación dominical para batir récords de
audiencia en una televisión que ya no es ni de lejos la del UHF y el VHF; más
bien se cuentan por decenas las cadenas televisivas prestas a satisfacer una variopinta
selección de propuestas apta para todos los paladares.
Tampoco hay rombos que valgan, en forma de balizas que indiquen sobre el
peligro de ver determinados canales por parte de los más pequeños de la casa.
En ese periodo en plena Transición, el contenido de Operación Palace no hubiera sido observado lesivo para los
intereses de infantes o adolescentes por temas relacionados con la violencia o
el sexo. Pero sí que cabía, a día de hoy, una nota de aviso para un amplio
sector de la población que pasó realmente miedo ese fatídico 23-F, y ni
siquiera el paso del tiempo ha borrado ese amargo recuerdo. No obstante, en esa
jungla tan solo apta para depredadores en la que se ha convertido
la televisión con el fin de preservar el share
conquistado frente a los competidores, la Sexta movería ficha y, a golpe de teaser, avivarían el interés para que
los españoles nos sentáramos frente al televisor el domingo 23 de febrero de
2014 y sintonizáramos con la emisión
de Operación Palace, encubierto de
una especie de “especial” a la sombra de Salvados, dirigido igualmente por
Jordi Évole. Solo hubo un consejo por parte de la Sexta : que no nos
perdiéramos el final. Vamos, que no nos fuéramos a la cama cuando aparecieran
los títulos de crédito. No obstante, hice caso omiso al aparato publicitario de
la Sexta —un
canal que solemos frecuentar en casa, dicho sea de paso— y orientamos la antena hacia otra cadena más con un ánimo prosaico
que por dar con alguna auténtica gema en
prime time. A la mañana siguiente, los posicionamientos en contra y a favor
sobre el especial de marras tuvieron ocupados a gran parte de la nómina de
asiduos de las (mal) llamadas redes sociales. Entonces, me mostré un tanto
ambivalente, esquivo a situarme en una posición firme del signo que fuera. Simplemente,
no había visto el programa y, por tanto, no podía emitir un juicio con todas
las de la ley. Hubo un hecho, en cambio, que me llamó poderosamente la atención
cuando Antonio García Ferreres, el conductor de Al rojo
vivo de la Sexta ,
entrevistó a Jordi Évole a pie de obra,
es decir, en la redacción en que, al fondo figuraban varios de sus
colaboradores con las miradas absortas en sus trabajos. Al ser abordado por
Ferreres con una pregunta relativa a la comparación que había generado
Operación Palace con la narración radiofónica de La guerra de los mundos por
parte de Orson Welles, el periodista catalán tiró del manual de la modestia,
apelando al sonrojo que le generaba el solo acto de citar al multidisciplinar
artista norteamericano. El vocablo “genio” no asomaría al referirse a la
persona de Orson Welles, pero sí cuando hizo mención a, por ejemplo, el ex miembro de La Trinca Josep María Mainat, quizás por aquello de la cercanía. La misma cercanía que había
llevado a razonar a Jordi Évole que el “equivalente” de Stanley Kubrick en Operación Luna (2002) —el mockmentary que, según confesión propia, le había servido de
inspiración— para ser para otra Operación, la del Palace, un cineasta madrileño
batido en retirada tras el último fiasco en taquilla, de nombre de pila José
Luis, y que adquiriría el álias de Garci
al eliminar la última vocal de su recurrente apellido en los listines
telefónicos. Garci, atrincherado en los despachos de su productora Nickelodeon,
aceptó el envite. Él mismo se prestaría a un juego que pasaba, entre otros
asuntos, que el plan pergeñado en el Hotel Palace por personajes de la vida
pública situada en las altas esferas del poder, tuviera una recompensa para José Luis Garci en forma de Oscar a la Mejor Película
de Habla No Inglesa por Volver a empezar
(1982). La sola presencia del cineasta madrileño en esta Operación Palace me hubiera hecho torcer el gesto al acudir a la
convocatoria “catódica” del día 23-F de 2014. Rocambolesca, sin duda, resulta
el relacionar su estatuilla dorada conquistada en Hollywood con su
participación en un asunto de estado perpetrado en la trastienda del poder.
Pero lo que definitivamente desmonta el
ardid es la explicación que Garci ofrece a cámara en torno a la película
escogida por el ente de RTVE para amenizar una velada que se hizo eterna para tantos conciudadanos
españoles. Protagonizada por Bob Hope y Virginia Mayo, El corista y el pirata (1945) no figuraría ni entre las 10.000
películas que Garci hubiera seleccionado para emitir, máxime tratándose de una
producción sin púrpura en la silla
del directed by, reservada en esta
ocasión a David Butler, un auténtico desconocido incluso entre la cinefilia más
recalcitrante. Con este par de
“detalles” me bastó para que la propuesta de Évole y su equipo acabaría
diluyéndose, asomando en su
superficie un espléndido trabajo visual, marca Salvados, pero bajo la misma un arabesco que apenas sostiene el edificio narrativo. Un edificio que se
desmorona desde la distancia una vez los explosivos se activan francos a
dinamitar las versiones oficiales, las que se llevan arrastrando año tras año
hasta sumar treinta y tres. Évole se daba por satisfecho con que el experimento
sirviera para que el espectador reflexionara sobre si la mentira se ha
instalado definitivamente en nuestros días al asomar periódicamente a la ventana
de la información, la que ofrece Internet, la televisión, la prensa escrita o
la radio. Una información presa de intereses políticos, financieros,
económicos, sociales y/o ideológicos, difícil de procesar cuando su caudal es
abundante y baja con fuerza, erosionando en sus laderas ese periodismo a la vieja usanza en el que el primer
mandamiento deviene la verdad. Évole faltó ese 13/12/014 a la cita con la
verdad, leit motiv de Salvados para
buscar precisamente el reverso de la misma, el de una mentira encofrada en una
mentira. Él lo sabía pero se la jugó, en un gesto de gallardía que tiene un
arma de doble filo. Más que perseguir una comparativa con la locución
radiofónica de La guerra de los mundos,
de la que el oyente estuvo advertido del relato ficticio desde el principio de
su emisión, según el prisma de un servidor, Operación
Palace responde mejor a los paralelismos con otra producción arbitrada por
Orson Welles, titulada F for Fake
(1973), un mockmentary en toda regla.
23-F… de Fraude, el título escogido
para el estreno en nuestro país del que acabaría resultando el canto del cisne
de Welles cineasta. Otro canto de cisne
se adivina en el horizonte profesional de Évole si vuelve a incurrir en el «falso
documental» una vez puestos en una balanza los pros y los contras de un
experimento tan fallido como afortunadamente lo fue el golpe de Estado un día
del primer invierno de la década de los ochenta.
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