A finales del año pasado apareció en las librerías reales y las
virtuales —a través de la plataforma Kindle— el ensayo Sybil Exposed (2011) de Debbie Nathan. El personaje de Sybil/Shirley
Ardell Mason (1923-1998) me había intrigado desde que tuve conocimiento hace
relativamente poco tiempo de la existencia de Sybil (1976) y Sybil
(2007), sendas producciones televisivas basadas en idéntico texto novelado
escrito por Flora Rheta Schreiber y publicado en 1974. Del primero, a buen seguro me hubiera
acordado de haberla visto dado que Sally Field interpreta a una joven que cree
poseer una multiplicidad de personalidades. Por su parte, Sybil (2007), una producción televisiva con un conglomerado de países
que intervinieron en su financiación, pertenece a ese cuerpo de tvmovies o películas de bajo presupuesto
participadas por Jessica Lange en la primera década del siglo XXI que han pasado de
puntillas de manera harto injusta, ya sea por las salas de cine o en el mercado del formato digital (Nación Prozac, Normal, Grey Gardens, El viaje de
nuestra vida) a los ojos de los aficionados al cine y de la rubia actriz en
particular. Lange, quien se había dado a conocer para el gran público —en un remake de King Kong (1933)— prácticamente a la par que Sally Field con su performance de Sybil en la tvmovie dirigida por el canadiense
Daniel Petrie, debió haberle llegado por distintos canales información sobre
Shirley Mason. No en vano, ambas nacieron en el estado de Minnesotta, aunque
pertenecen o pertenecieron a generaciones distintas. Hace un lustro, difícilmente
a Lange le hubieran ofrecido el papel de Sybil; se “conformaría”, sin embargo,
con dar vida a la doctora Cornelia Wilbur (1908-1992), la psiquiatra cuya labor
se puso en tela de juicio, sobre todo a raíz de la publicación del texto de
Schreiber.
Autora de un ensayo
referencial dentro de la psiquiatría moderna, Homoesexuality: A Psychoanalitic Study of Male Homosexuals, Wilbur,
no obstante ganaría relieve en especial a su trabajo desarrollado en torno a
Shirley Mason, llegando a la conclusión tras once años de aplicación de un exhaustivo
programa de investigación psiquiátrica que ésta padecía Desorden de la Personalidad Múltiple. Schreiber recogería el testimonio de todo este trabajo
para plasmarlo en un libro que nacería con la controversia bajo el brazo. La
producción televisiva manufacturada por Petrie no fue más que una "soflama",
colocando en el ojo del huracán a Wilbur de las sospechas de manipular la realidad, siendo Rheta Schreiber su “cómplice” en esta manera de proceder que
arrojaba numerosas dudas. Según lo que constaba en los informes de la
psiquiatra, Sybil presentaba un total de dieciséis personalidades.
Fallecida Wilbur en la
primavera de 1992, su colega Debbie Nathan tomaría el testigo del interés sobre
el personaje de Sybil —cierto consenso se daría sobre la infancia de ésta condicionada por maltratos por parte paterna—, tratando de reconstruir las distintas piezas
que conforman el puzzle gigante de la
oriunda de Minnesotta. Gran cantidad de correspondencia, de informes cruzados
entre psiquiatras (algunos se opusieron frontalmente a las tesis sostenidas por
la doctora Wilbur) y de entrevistas cercanas al entorno de la mujer sometida
durante años a tratamientos terapéuticos, derivarían en la confección de un
ensayo, Sybil Exposed, que invita a
replantearnos todo aquello concerniente a la dama en cuestión. En cierta forma,
Nathan abre la puerta a la posibilidad de que Wilbur y Sybil hubieran llegado a
“beneficiarse” de la situación, fabulando sobre una realidad que, según los más
críticos con los informes presentados en su momento, nunca existió. Sea como
fuere, sabiéndose que el asunto la estaba desbordando, a finales de los años
setenta Wilbur buscaría la colaboración de Billy Milligan —sin relación alguna
con el legendario jugador de béisbol—, el primer hombre en acogerse para su
defensa a su condición de víctima de una disfunción múltiple de la
personalidad. Daniel Keyes, el autor del clásico Flores para Algernon (1963) —la historia de un retrasado mental
que, mediante unos ensayos clínicos, va procesando cada vez una inteligencia
mayor—, realizaría un “trabajo de campo” con el convicto que, al cabo, se
tradujo en la publicación de The Minds of
Billy Milligan y otro ensayo más, The
Milligan Wars. De facto, el individuo al que se le calcula un total de
catorce personalidades que fue colocado en el “microscopio” de Mr. Keyes, me
sugiere un film dirigido por David Fincher y guionizado por su “socio” Aaron
Sorkin. Una opción, se me antoja más atractiva que un hipotético remake de La reencarnación de Peter Proud (1975) —un proyecto que llevan tiempo
acariciando—, la adaptación de la novela de Max Ehrlich que contribuiría al
repunte del interés de la industria audiovisual estadounidense por temas
cautivos de la psiquiatría en su derivación de los desajustes de una personalidad
que se multiplica hasta crear unidades con capacidad de “autogestionarse”.
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