Hasta no hace demasiado tiempo, los directivos de los equipos en apuros en la tabla de clasificación de la División de Honor de la Liga Española de Fútbol presentaban como recambio de entrenador una terna de futuribles en que generalmente siempre sonaba el nombre de Radomir Antic. Habitual colaborador radiofónico, con una voz inconfundible (pasto propicio para imitadores en tiempo de juego), a medida que el entrenador serbio iba perdiendo protagonismo en esas quinielas, algunas de las cuales se improvisaban en el antepalco de estadios mientras se escuchaba un runrún de fondo de desaprobación de la afición, Javier Clemente (Baracaldo, País Vaco, 1950) parecía dispuesto a retomar su actividad de entrenador «de club» tras su etapa de seis años al frente de la Selección Española. Clemente cosecharía buenos números con la roja, pero sin dejar de evitar mostrarse como un Miura en esa sacrosanta casa de la Federación Española , con Ángel María Villar (su presidente) ejerciendo de principal avalador. El de Baracaldo no rehuía al cuerpo a cuerpo con periodistas, colegas de profesión, directivos, deportistas y lo que se terciara sobre el ruedo del balompié. Entonces, ya evidenciaba ese regusto por ser el Oscar Wilde de la lírica balompédica, con frases ocurrentes, a ratos ingeniosas y otras tantas (del todo) desafortunadas. En un país cainita por naturaleza, estaba claro que la visión del personaje en cuestión solo se podía entender desde los extremos.
Confieso que, al bucear en la memoria, el recuerdo de aquellas salidas de tono de Clemente podían llegar incluso a despertarme ciertas simpatías y no podía por menos que valorar su labor al frente del banquillo del Athletic de Bilbao, con la conquista de dos ligas y una Copa del Rey, de excepcional. «No hay mal que por bien no venga» reza el refrán a propósito de esa lesión ocurrida a los veintidós años, capaz de truncar una carrera futbolística que apuntaba alto en el Athletic, mostraría el camino para la “redención” a través de los banquillos. Su palmarés con el equipo bilbaíno certificaba el buen ojo del cuerpo directivo del Athletic al colocarlo al frente del primer equipo apenas superados los treinta años. A los cuarenta y dos años llegaría su incorporación a la selección española tras haber encadenado varias temporadas gloriosas con el RCD Español. Pero aún así la polémica estaba servida cuando Clemente parecía tomarla con algunos de los jugones de los equipos que iba entrenando, creando "conflictos de intereses" serios. Así pues, su concepto de fútbol directo, a la inglesa, iba tomando cuerpo y poco casaba el “vedetismo” de determinados jugadores que no aportaran ciertas dosis de brega y sacrificio. Víctimas de este estilo ya los hubo por aquel entonces (Manu Sarabia en el Athletic, Michel en la Selección , etc.) y el tiempo no haría más que certificar una manera de entender el fútbol acorde a patrones allén de las fronteras españolas mirando hacia el norte. Raro fue que Clemente no recalara en un club británico. Alguna que otra oferta debió llegar pero los cantos de sirena de la Federación Española fueron demasiado poderosos para que Clemente dejara perder la ocasión. Al cumplir esa etapa, su hambre de banquillo no concluiría ni de lejos y prácticamente recorrió de punta a cabo la península ibérica librándose al mejor o al único postor del momento... Betis, Español (en su segundo ciclo con el equipo periquito), Real Sociedad, vuelta al Athletic, Valladolid... y Gijón como última parada hasta la fecha. Tampoco haría ascos a entrenar otras selecciones, como la de Serbia y la de Camerún, los otros leones indomables, pero los del continente africano.
Sometidos a ese potro mecánico que en no pocas ocasiones se convierten las ruedas de prensa —la reiteración de ciertas preguntas (extradeportivas) tiene un tanto de tortura— para los entrenadores, éstos suelen valerse del manual de los tópicos. Pero Clemente siempre ha hecho gala de una fuerte personalidad enfundada de soberbia, sarcasmo, ironía o mala leche… a veces todo revuelto. Antítesis de Josep Guardiola a la hora de medir las palabras, Clemente entra en el lodazal que propone cierta prensa y habla pensando en sí mismo, no a quien representa. Han cambiado tanto los decorados (con el preceptivo escudo de cada club o selección) en los últimos tiempos que Clemente va por libre, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo. Cuando un entrenador empieza a dejarse querer por los equipos en vías de descenso, mala señal. Terreno resbaladizo donde es fácil ir manchando un historial profesional del calado del vasco. En esa balanza virtual demasiadas “operaciones rescate” con triste final afloran en la cuenta de resultados de la trayectoria profesional de Clemente. La puntilla, ese Sporting de Gijón 2011-12 entregado al descenso, sin alma. Esa alma que sí supo inculcar a sus jugadores el gran Manuel Preciado y que se fueran o no a Segunda, estoy convencido que hubiera tenido a la mayor parte de su afición de su lado. Música de viento se avecina para las próximas semanas en El Molinón con Javier Clemente a cubierto en su banquillo. El enésimo que ocupa en una de las trayectorias en más franco declive que haya conocido un entrenador de fútbol nacido en el estado español. Pálido reflejo, pues, de lo que Clemente fue en un tiempo en el que los jugadores saltaban al terreno de juego con la numeración del 1 al 11 y las victorias se contabilizaban de dos en dos.
1 comentario:
Molt bona reflexió.
Una gran abraçada.
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