domingo, 14 de marzo de 2010

EL «TESORO» DE LIANG BUA: EL MUNDO PERDIDO DE LOS «HOBBITS»

Después de un par de años de relativa calma mediática, la República de Georgia ha vuelto a saltar al ruedo en función de dos noticias de cariz disímil La primera de ellas hace mención del propósito de la Agencia del Registro Civil de Ministerio de Justicia de Georgia para que una de las conciudadanas de la ex región de la antigua Unión Soviética entre a formar parte del Récord Guinness por su longevidad; en julio cumplirá 130 años. Al alcanzar tan «hiperprovecta» edad, Antisa Jvichawa, que así se llama la dama en cuestión, se convertirá de facto en el ser humano más longevo del planeta tierra. Un tiempo vivido que la ha permitido asistir a un siglo completo para levantar acta de las cuitas políticas y de los movimientos beligerantes suscitados en una región «caliente» desde la era zarista hasta la llegada de la Pereistroka y con ello, la proclamación de la independencia de Rusia, una condición de la que ya había gozado durante un breve periodo de entreguerras. En verano de 2008 la Rusia de Vladimir Putin enseñaría músculo ante la república báltica exhibiendo la presencia de tanques en los aledaños de la capital, Tiflis, al más puro estilo «Primavera de Praga». Pero la sangre no llegaría al río Kura y esas dotes de ostentación castrense orquestadas por el poder político instaurado en Moscú quedarían como un anticipo, según algunos analistas, de lo que podría deparar el futuro. La segunda noticia precisamente alude al repunte de esa «Guerra Fría» suscitada entre Rusia y Georgia —«Goliat» contra «David»— cuando la televisión estatal de esta república báltica abrió esta semana su telediario con la «buenanueva» que las tropas rusas estaban tomando con sus tanques algunos puntos estratégicos con vistas a una operación reconquista de un espacio que había pertenecido in ilo tempore al Imperio soviético. La guerra de los mundos, en una alucoción con acento eslavo, soliviantaba los ánimos del pueblo reclamando la cabeza de los responsables del ente público... cant(ic)os gregorianos que, sin embargo, no llegarían a quedar complacidos con una simple nota informativa de disculpa ante semejante broma de mal gusto o imprudencia de peor gusto.
Al calor de lo leído estos días en el número de enero de 2010 de la revista Investigación y ciencia una tercera noticia podría referirse a la nación báltica, aunque lo fuera de una manera indirecta. Partiendo de que en la República de Georgia se había localizado el registro fósil más antiguo correspondiente de la especie Homo erectus fuera de los dominios de África, los descubrimientos recientes en el campo de la paleontología de los que da fe el artículo de Kate WongNueva luz sobre el hombre de Flores  (pág. 60-67), pueden echar por tierra esta realidad «contenida» en las entrañas de nuestros ancestros en la cadena evolutiva. En 2004, en la cueva de Liang Bua, situada en la isla de Flores (Indonesia), se descubrió el esqueleto parcial de una hembra que pronto quedaría asociado al apelativo de «hobbit» (más que el primero que recibió en la pila bautismal de los paleontólogos, el de LB1)  porque su estatura —en torno al metro— y aspecto de otro tiempo caminaba parejo al de la criatura imaginada por el talento de J. R. R. Tolkien. En términos científicos aquella diminuta criatura se correspondía con la especie Homo floresiensis. A lo largo de un lustro, los análisis sobre el esqueleto de «hobbit» parece sugerir una interesante teoría que habla de la convivencia/competencia de éste con el Homo erectus —el antecedente directo del Homo sapiens— y el Hombre de Neanderthal. De hecho, los Homo floresiensis no llegarían a extinguirse hasta hace únicamente 17.000-18.000 mil años, varios miles de años después de que lo hicieran las especies citadas. Wong en su artículo detalla en una gráfica las similitudes morfológicas del «hobbit» en relación a los simios y los australopitecus, cuya antigüedad se remonta 3,2 millones de años en el tiempo. Lo curioso y, a la par, lo paradójico es que de semejante comparativa se deriva que el Homo floresiensis ofrece una mixtura de rasgos Homo —la parte del cráneo— con otros inherentes a los primates —la parte de las extremidades—. Como toda ciencia que se precie, el debate en torno a los análisis de los descubrimientos de Liang Bua ha quedado polarizado. Los unos creen que debe reformularse los esquemas de la escala evolutiva que habíamos interiorizado hasta ahora mientras que los otros sostienen que el esqueleto LB1 del Homo floresiensis encontrado en Indonesia cuadra con la hipótesis de que se tratara de un ser de pequeñas dimensiones a causa de algún tipo de patología congénita que afectara el balance de la hormona de crecimiento. En cualquier caso, es uno de los debates más interesantes que ha suscitado la ciencia en los últimos tiempos y habrá que seguir la pista en un futuro próximo. Para los paleontólogos ausies e indonesios que siguen trabajando codo con codo en Liang Bua sus mentes les direccionan hacia un espacio demasiado cercano en la escala evolutiva, hace 18.000 donde los «hobbits», nuestros ancestros Homo erectus y nuestros primos que se disiparon en la neblina del tiempo —el Hombre de Neanderthal— parecían dividirse el territorio insular. Y mientras tanto, el resto de los Homo sapiens seguimos calibrando que es prácticamente un milagro que alguien nacido en 1880 siga contándose entre los vivos... Además de presumir de pasar a ser el humano más longevo del planeta, Antisa Jvichawa es quien más acorta distancias temporales entre los de nuestro Reino en relación a esa criatura bautizada con nombre de robot y que obedece al sobrenombre de una figura clave de la descomunal obra maestra de Tolkien con espacio literario propio. Por su parte, la historia de la paleontología no tardará, al parecer, en reservar un espacio «literario» circunscrito a la figura de ese Homo de largo recorrido que un día emigró para recalar en la Isla de Flores, entre otros espacios aún por descubrir.

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