martes, 8 de noviembre de 2022

«FÁBULAS DE ROBOTS» de Stanislaw Lem: CÁPSULAS (LITERARIAS) DEL TIEMPO EN ESPACIOS REMOTOS.

Hace aproximadamente cien años el escritor checo Karel Kapek (1890-1938) utilizó por primera vez el término Robot, a propósito de la obra teatral R. U. R. (1921) que concibió con tan solo veintidós años. Declinación del vocablo checo Robota que significa en la lengua eslava Estatua humana, a partir de la tercera década del siglo pasado la expresión Robot quedó fijada a la piel de innumerables relatos o novelas de autores de ciencia-ficción, desde la «A» de (Isaac) Asimov a la «z» de (Roger) Zelazny, pasando inexcusablemente por la «L» de (Stanislaw) Lem. Nacido el mismo año que Kapek dio acomodo a su visionaria pieza teatral, Lem no tardó en familiarizarse con aquellas historias de «máquinas seudohumanas» que atraía a un público lector de Centroeuropa, a modo de válvula de escape de la triste y gris realidad que les envolvía en los tiempos de postguerra. Ya instalado en los años sesenta su febril actividad de escritor dio carta de naturaleza a «hibridar» distintos géneros literarios tan del gusto de Lem, valiéndose en ocasiones del relato corto para urdir pequeñas piezas hiladas bajo la noción de «fábula». Campo abierto, pues, para hacer volar una desbordante imaginación que parece —parafraseando el subtítulo de la biografía de Lem elaborada por Wojciech Orliński— que no es de este mundo. A diferencia de muchos escritores de su generación y sobre todo de posteriores, Stanislaw Lem (1921-2006) no parecía cómodo autocensurándose temas o diversas cuestiones que hubiesen podido acarrearle un progresivo escoramiento hacia lo marginal, quedando reducido su campo de influencia a estudiosos de su prolífica obra. Muestra inequívoca que su imaginación no parecía conocer de límites, autoimponiéndose –eso sí—un conocimiento previo en múltiples disciplinas inherentes a la ciencia —en consonancia con su coetáneo Isaac Asimov— apto para ser repercutido en sus textos literarios, deviene Fábulas de robots. Una quincena de relatos cortos que oscilan ente las siete páginas —«Los tres electroguerreros»— y las dieciocho páginas —«Los consejeros del Rey Hidropsio»— conforman este volumen editado por el sello Impedimenta —con traducción de Jadwiga Mauritzio— que tiene un encaje fácil dentro de la cosmogonía del escritor de origen polaco. Lo es por su desbocado sentido de la inventiva, por el contorsionismo de una narración que rehúye de los moldes del cánon, por una voz que resuena con un velo de humor (más irónico que mordaz) y una mirada que sirve del concepto de fábula para tejer un manto de historias que socavan una perspectiva humana de la vida, cediendo el testigo a robots que habitan, por lo general, en espacios palaciegos en tiempos remotos. Más que aplicarse a un proceso creativo en que cada expresión, cada palabra, cada frase debe ser medida y sometida a una perenne revisión antes de ser librada al editor de turno, Stanislaw Lem concibió la escritura (casi) como un acto de pura combustión, en que las ideas debían quemarse para adoptar una forma (indefinida) sobre el papel. Ciertamente, la voz anárquica de Lem se puede sentir en cada párrafo de Fábulas de robots, al tiempo que habitan reflexiones de carácter filosófico y humanista en su núcleo duro, aquel que parece inexpugnable a los ojos de lectores prestos a acercarse a un universo literario de unas proporciones gigantescas. Quizás Fábulas de robots no sea la mejor puerta de entrada principal al mundo de Lem, pero si una trampilla por la que se puede acceder al mismo y, una vez superada la experiencia lectora, tener el convencimiento que la sed de conocimiento sobre uno de los grandes pensadores del siglo XX no ha sido saciada en absoluto.


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