miércoles, 22 de julio de 2020

«KON-TIKI» (1950): SETENTA AÑOS DESPUÉS DEL DOCUMENTAL SOBRE UNA ODISEA MARINA


A la altura de mediados los años cuarenta del siglo pasado aún seguía prevaleciendo el pensamiento entre expertos en la materia que las islas que conforman la Polinesia tuvieron en el continente asiático (la cuna de  la civilización) sus primeros moradores. Así pues, se encontraban en minoría los que sostenían el razonamiento que provenían de América del Sur, pero su demostración pasaba por la prueba empírica de un viaje a mar abierto reproduciendo similares condiciones a las empleados siglos atrás. Thor Hegerdahl (1914-2002), atraído desde hacía tiempo por ese enclave del planeta y poseído por un espíritu aventurero que no tuvo límite hasta el fin de sus días, convenció a cuatro de sus compatriotas noruegos —Tornstein Raaby, Knut Haugland, Herman Watzinger y Erik Hasselberg— y al sueco Beng Danielsson con el ánimo de construir una balsa de madera bautizada con el nombre Kon-Tiki («dios blanco del sol»). Antes de partir con el artilugio flotante, la teoría sostenida por Hegerdahl era que podrían alcanzar el objetivo propuesto (desembarcar en una de las islas de la Polinesia) merced a los vientos alíseos que se mostraban imperturbables en la dirección adoptada desde tiempos inmemoriales, las propias de la edad de la tierra. Planteado en términos de desafío procurado por un sexteto de escandinavos que, a juicio de una pléyade de expertos, éstos no parecían encontrarse en sus cabales, Hegerdahl se puso al frente del timón de la nave Kon-Tiki. La habilidad de Hegerdahl y su equipo no recaló tan solo en atender a cualquier tipo de contratiempo que se interpusiera en el camino con tal de lograr tamaña proeza partiendo desde el puerto de Callao (Perú) en 1947, sino en dejar constancia visual de la expedición de la Kon-Tiki, surcando las aguas del Pacífico. En tiempos que la ficción cinematográfica empezaba a tejer historias libradas en alta mar
    Rodado en blanco y negro, aunque se conservan imágenes en color tal como atestigua el material extra que acompaña la edición en formato digital de Kon-Tiki: el documental (1950), la “proeza” fílmica administrada por la cámara de Hegerdahl obtuvo la recompensa de un Oscar en su categoría. Lejos de obedecer al “mandato” de una estrategia comercial dispuesta a situar a Kon-Tiki en una posición franca a alcanzar la preciada estatuilla dorada, su premio obedece a cuestiones que escapan a la comprensión de sus principales artífices, al frente de los cuales asomaría la figura de Hegerdhal. Su carácter de leyenda quedaría plenamente refrendado al calor de nuevos retos que él mismo se consagró a filmar, imbuido de una orientación de documentalista pionero al más puro estilo de Robert J. Flaherty. De tal suerte, el “héroe nacional” noruego natural de Larvik dirigió los documentales Galápagos (1955), Aku-Aku (1960) y Ra (1971), completando así una tetralogía con el leit motiv de expediciones que aportaron conocimiento a aquellas comunidades científicas donde el testimonio de Hegerdhal a veces parecía generar un pozo de controversia. No en vano, él había colocado sobre el tapete una realidad enfrentada a ciertos razonamientos que se habían convertido en una especie de dogma de fe.
   Poco después de haber fallecido, a los ochenta y siete años de edad, bajo pabellón noruego se llevó a cabo una producción cinematográfica, en clave dramática, con idéntico título al del documental de marras. Un título que, al cabo, sería observado en forma de talismán ya que Kon-Tiki (2012) mereció una nominación al Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa. Más que el noruego, el lenguaje que se habla en esta producción es el propio de la gramática marina, aquella dispuesta a mostrar una realidad minada de adversidades (arrecifes, tiburones, oleajes, etc.) antes de llevar a buen puerto una hazaña con aroma de utopía. 

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