De manera simultánea al “resurgimiento” de
M. Night Shyamalan dentro de la escena cinematográfica con la estimable La visita (2015) y la magnífica Múltiple (2016) –un auténtico magisterio
interpretativo por parte del escocés James McAvoy—, el cineasta de origen
hindú se sumó a la participación en la elaboración de series de televisión pero
con una condición previa. Ésta razona sobre la voluntad de dirigir nada más que
el episodio piloto de Wayward Pines
(2015- ), cuyo material de partida
deviene la trilogía escrita por Blake Crouch. Prácticamente coincidiendo con la
entrada del tercer volumen en imprenta —The
Last Town— el canal Fox dio luz verde a la puesta en marcha de una serie
que concitaba, más allá de los seguidores que arrastraba la obra pergeñada por
Crouch, un interés nada desdeñable la presencia al frente del reparto de Matt
Dillon y de Shyamalan asumiendo el bastón de mando a través de posicionarse en
el cargo de productor ejecutivo. Con ello, Shyamalan se garantizaba que su
primer envite televisivo, en cierta forma, entrara en “armonía” con su propia
obra cinética, a pesar que él no se responsabilizara de la firma de los
guiones. Mas, el reparto de papeles dentro del apartado técnico estaba asignado
de antemano, siendo Chad Hodge el showrunner
de Wayward Pines, un título cuya “sonoridad”
recuerda de soslayo a la serie Twin Peaks,
hoy en día en boga verbigracia de la salida a la luz de nuevos episodios para
regozijo de la “parroquia” lynchiana.
Bien es cierto que en una primera aproximación a Wayward Pikes podemos colegir que el universo creado por Mark Frost
y David Lynch para Twin Peaks favorece
a alimentar ciertos paralelismos entre sendas series norteamericanas. Pero, más
allá de esta primeriza impresión, a las que podría añadirse idílicos pueblos
del interior del país estadounidense plasmados en la gran pantalla —el Lumberton
de Terciopelo azul (1986) del propio
Lynch, o el enclave pictórico de Big Fish
(2003), maniobrada tras las cámaras por Tim Burton—, Wayward Pines, excusa decirse, participa de un tratamiento
narrativo “hermanado” con propuestas anteriores de Shyamalan –en especial, El bosque (2004) en cuanto a la
concepción de una sociedad secreta, hermética y jerarquizada— y sobre todo con
la obra de Stephen King. No en vano, en determinados pasajes Wayward Pines adopta un carácter
mimético en relación a piezas literarias de King socorridas por nocios simples,
pero efectivas, caso de Los chicos del maíz.
A estas alturas, resulta difícil aseverar
si Wayward Pines ha resultado un
ejercicio de “distracción” prescindible por lo que atañe a la singladura
profesional de Shymalan, o por el contrario, podríamos tildarlo de un ejercicio
estimulante que, lejos de colisionar con el corpus
de su obra, lo complementa. En cualquier caso, Wayward Pines bebe de las mismas fuentes que ese manantial de esos mundos futuros
manufacturadas con una orientación a caballo entre la utopía y la distopía que
ataca al corazón de series coetáneas como El
cuento de la doncella (2016-) —a partir de la novela homónima de Margaret
Atwood, una influencia más que presumible en los trabajos de Crouch— o Westworld (2015-). A efectos
historiográficos vinculados al análisis de la «Edad de Oro de las series de televisión» en el siglo XXI este
carácter ambivalente es el que legitima el interés por Wayward Pines, independientemente del apunte que comporte que su
primer episodio hubiese sido dirigido por un destacado enfant terrible finisecular como Shyamalan. Ciertamente, el autor
de El sexto sentido marca su propio
estilo –patente, por ejemplo, en esos trávelings circulares que envuelven, en
esta ocasión, al personaje del agente del FBI reciclado a sheriff local Ethan
Burke (Dillon)--, aunque Wayward Pines no anda corto de directores de cierta
enjundia. Entre éstos figuran James Foley y Tim Hunter (por dos veces: The Friendly Place On Earth y Cycle), un viejo conocido de Matt Dillon
tras haberlo dirigido en Ángeles sin
cielo (1993). Ambos se despiden de la serie en el episodio postrero,
cerrando así un círculo que da paso a uno nuevo ya sin el concurso de algunas
de sus piezas principales del tablero, el propio Dillon y Toby Jones, en el rol
de un científico-visionario que juega a ser Dios en ese «Idaho Privado» bautizado con el nombre de Wayward Pines. Eso sí, repiten Melissa Leo, Carla Gugino y Hope
Davis para una segunda temporada que había quedado en stand by durante unos meses, a la espera de confirmación oficial
para una eventual renovación.
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