domingo, 13 de agosto de 2017

«WAYWARD PINES» (2015, TEMPORADA 1): MI IDAHO PRIVADO

De manera simultánea al “resurgimiento” de M. Night Shyamalan dentro de la escena cinematográfica con la estimable La visita (2015) y la magnífica Múltiple (2016) –un auténtico magisterio interpretativo por parte del escocés James McAvoy, el cineasta de origen hindú se sumó a la participación en la elaboración de series de televisión pero con una condición previa. Ésta razona sobre la voluntad de dirigir nada más que el episodio piloto de Wayward Pines (2015-     ), cuyo material de partida deviene la trilogía escrita por Blake Crouch. Prácticamente coincidiendo con la entrada del tercer volumen en imprenta The Last Town— el canal Fox dio luz verde a la puesta en marcha de una serie que concitaba, más allá de los seguidores que arrastraba la obra pergeñada por Crouch, un interés nada desdeñable la presencia al frente del reparto de Matt Dillon y de Shyamalan asumiendo el bastón de mando a través de posicionarse en el cargo de productor ejecutivo. Con ello, Shyamalan se garantizaba que su primer envite televisivo, en cierta forma, entrara en “armonía” con su propia obra cinética, a pesar que él no se responsabilizara de la firma de los guiones. Mas, el reparto de papeles dentro del apartado técnico estaba asignado de antemano, siendo Chad Hodge el showrunner de Wayward Pines, un título cuya “sonoridad” recuerda de soslayo a la serie Twin Peaks, hoy en día en boga verbigracia de la salida a la luz de nuevos episodios para regozijo de la “parroquia” lynchiana. Bien es cierto que en una primera aproximación a Wayward Pikes podemos colegir que el universo creado por Mark Frost y David Lynch para Twin Peaks favorece a alimentar ciertos paralelismos entre sendas series norteamericanas. Pero, más allá de esta primeriza impresión, a las que podría añadirse idílicos pueblos del interior del país estadounidense plasmados en la gran pantalla el Lumberton de Terciopelo azul (1986) del propio Lynch, o el enclave pictórico de Big Fish (2003), maniobrada tras las cámaras por Tim Burton, Wayward Pines, excusa decirse, participa de un tratamiento narrativo “hermanado” con propuestas anteriores de Shyamalan –en especial, El bosque (2004) en cuanto a la concepción de una sociedad secreta, hermética y jerarquizada— y sobre todo con la obra de Stephen King. No en vano, en determinados pasajes Wayward Pines adopta un carácter mimético en relación a piezas literarias de King socorridas por nocios simples, pero efectivas, caso de Los chicos del maíz.
    A estas alturas, resulta difícil aseverar si Wayward Pines ha resultado un ejercicio de “distracción” prescindible por lo que atañe a la singladura profesional de Shymalan, o por el contrario, podríamos tildarlo de un ejercicio estimulante que, lejos de colisionar con el corpus de su obra, lo complementa. En cualquier caso, Wayward Pines bebe de las mismas fuentes que ese manantial de esos mundos futuros manufacturadas con una orientación a caballo entre la utopía y la distopía que ataca al corazón de series coetáneas como El cuento de la doncella (2016-) a partir de la novela homónima de Margaret Atwood, una influencia más que presumible en los trabajos de Crouch o Westworld (2015-). A efectos historiográficos vinculados al análisis de la «Edad de Oro de las series de televisión» en el siglo XXI este carácter ambivalente es el que legitima el interés por Wayward Pines, independientemente del apunte que comporte que su primer episodio hubiese sido dirigido por un destacado enfant terrible finisecular como Shyamalan. Ciertamente, el autor de El sexto sentido marca su propio estilo –patente, por ejemplo, en esos trávelings circulares que envuelven, en esta ocasión, al personaje del agente del FBI reciclado a sheriff local Ethan Burke (Dillon)--, aunque Wayward Pines no anda corto de directores de cierta enjundia. Entre éstos figuran James Foley y Tim Hunter (por dos veces: The Friendly Place On Earth y Cycle), un viejo conocido de Matt Dillon tras haberlo dirigido en Ángeles sin cielo (1993). Ambos se despiden de la serie en el episodio postrero, cerrando así un círculo que da paso a uno nuevo ya sin el concurso de algunas de sus piezas principales del tablero, el propio Dillon y Toby Jones, en el rol de un científico-visionario que juega a ser Dios en ese «Idaho Privado» bautizado con el nombre de Wayward Pines. Eso sí, repiten Melissa Leo, Carla Gugino y Hope Davis para una segunda temporada que había quedado en stand by durante unos meses, a la espera de confirmación oficial para una eventual renovación.                  

No hay comentarios: