Sábado, 13 de mayo de 2017. En un punto equidistante entre
la casa de mis padres y el instituto donde cursé estudios medios, en las
inmediaciones del barrio de Sant Josep de L’Hospitalet de Llobregat tenía una
cita con la banda adscrita al neo-rock progresivo o post-rock progresivo
Riverside. Llama a la estupefacción que un grupo que aglutina un número creciente
de seguidores, situándose entre lo más granado del progresivo continental en la
actualidad, se le reserve plaza en Salamandra, una modesta sala de concierto “de
barrio” con un aforo que con dificultades caben tres centenares de personas.
Espacio, pues, más propicio para el fogueo de bandas locales o grupos que
cursan billete a la desaparición o, cuanto menos, en franco declive. Con todo,
una oportunidad pintiparada para posicionarse cerca de un escenario que se
eleva metro y medio por encima de la línea del suelo del local de marras con
una arquitectura que recuerda de soslayo a Razzmataz, el espacio que hubiera
resultado más propicio para acoger a Riverside en tierras catalanas. Apostado
en primera línea, a lo largo del concierto las espaldas me las guardarían una
familia proveniente de Jaén con el hijo adolescente Darío especialmente atento
a las evoluciones del batería Piotr Kozieradzki. Él fue el primero en saltar al ruedo con un notable retraso sobre el horario previsto —las ocho de la tarde de un caluroso sábado de
primavera—, seguido del frontman Mariusz Duda, el teclista Michal Lapaj y el guitarrista
Maziesj Meller. El privilegio de situarse en primera fila permitía recrearse en
el detalle de los gestos y de los ademanes, ilustrativos a la hora de tomar la
temperatura sobre el estado de ánimo de una banda que, en buena lid, acusaría
el golpe de la pérdida, a principios del año pasado, del guitarrista y
cofundador —junto a Kozieradzki y Duda— de Riverside, Piotr Grudzinsky. En los primeros
compases de la actuación, Duda se acogió a la primera enmienda de todo aquel artista con ganas de agradar al
respetable. Con el deseo formulado en palabras que las dos docenas largas de
espectadores saliéramos de la sala al final de la actuación esbozando una
sonrisa de satisfacción, la música de Riverside empezó a tronar, emergiendo el poder vocal de Mariusz Duda, quien entre el
pliegue de sus expresiones se le adivinaba un cierto sentimiento de aflicción,
de extraña melancolía verbigracia del recuerdo de su fiel escudero Grudzinsky.
Dos horas de
concierto bastaron para tratar de “descodificar” la singularidad musical de la
banda polaca, en que convergen una amalgama de influencias provenientes del
metal rock, el rock progresivo (más formulada sobre bases propias de grupos
como Porcupine Tree que de los genuinos Yes o Genesis), la psicodelia
(decantado sobre todo hacia los dominios de Pink Floyd), el techno (no en vano,
Duda había participado en el proyecto Xanadú en calidad de teclista) e incluso
un rock que hunde sus raíces en el folclore propio del extremo sur del
continente europeo. Mariusz Duda buscó ese juego de complicidades para con los espectadores a través, por ejemplo, de
una versión acústica de “Lost (Why Should I Be Fightened by a Hat?)", en el ecuador
de un programa de actos que concluyó con el tema “Where the River Flows” (una
suerte de himno para su cuerpo de seguidores), en el tiempo de descuento
reservado a los bises. En ese lado del Río
Llobregat se proyectó, pues, la imagen de una banda del centro de Europa que
tras contemplar compungidos el vuelo de las cenizas de Grudzinsky a mar abierto
toca el turno de amueblar un discurso musical encofrado de diamantes. Cenizas y diamantes, tal como reza el título
de la novela de Jerzy Andrzejewski, que sirviera de base para la película de
otro artista polaco desaparecido en 2016, Andrzej Wajda. Un título que se
corresponde con la postrera entrega de la denominada «Trilogía de la Guerra ».
Asimismo, Riverside adoptaría un pronunciamiento conceptual/temático en forma
de trilogía —bajo el genérico «Reality Dream»—,
integrada por los discos Out of Myself
(2004), Second Life Syndrome (2005) y
Rapid Eye Movement (2007), pórtico de
entrada al conocimiento de una banda que, a mi juicio, sufrió un severo traspiés
con la publicación de un disco enteramente instrumental, Eye of the Soundscape (2016), con una vocación experimental que se ahoga al observar en retrospectiva la
carrera de una banda cuyo caudal
creativo reposa en la figura de Mariusz Duda, más que nunca consagrado a
liderar un proyecto que precisa recomponerse necesariamente a través de esos
conciertos en directo, dispuestos a tratar de llenar un vacío emocional fruto
de una pérdida tan significativa como la de Grudzinsky. Aunque los medios locales no lo recojan (la
cultura musical sigue siendo una asignatura pendiente que se arrastra desde
tiempos inmemoriales en nuestro país), L’Hospitalet de Llobregat fue testigo
del rearme de un grupo con solera. Allí estuve para testimoniar, pese a los
contratiempos, el buen estado de forma de Riverside, actuando en un local
situado a poco más de medio kilómetro de distancia del Institut Mercè Rodoreda
donde empecé a forjar mi amor incondicional por el rock progresivo y sus múltiples
variantes.
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