Hace algo más de tres años recibí una
notificación sobre la presentación de un nuevo proyecto denominado Phenomena,
tomado prestado del título de la película dirigida por Dario Argento en 1985. El
planteamiento de base era recuperar títulos en pantalla grande que formaron
parte del imaginario colectivo de una generación. A bote pronto, la propuesta
me parecía condenada al fracaso atendiendo a que las reposiciones prácticamente
habían desaparecido de las carteleras y los datos sobre la asistencia a la Filmoteca de la Generalitat de
Catalunya (con una nueva ubicación en pleno barrio del Raval de Barcelona) no ofrecían
la medida de un repunte al alza de la cinefilia. Para mi sorpresa, a través de facebook pude contemplar una imagen de cómo
la cola generada con el pase del "programa doble" compuesto por Tiburón (1975) y Alien, el
octavo pasajero (1979) en el cine Urgell daba la vuelta a la manzana. Nacho
Cerdá, el impulsor del proyecto, había dado en la diana. Transcurridos tres
años desde entonces, una vez "fidelizado" a un público entusiasta parecía que las cuentas salían para invertir en un
proyecto mucho más ambicioso al albur del inusitado éxito de las sesiones
mensuales de Phenomena registradas indistintamente en Barcelona y Madrid. El
cierre de los cines Urgell —con un aforo apto para más de 1.400 personas— había precipitado
el peregrinaje de Phenomena por otros cines de la Ciudad Condal. Así pues, Nacho
Cerdà y su equipo capitularon y se embarcarían en la necesidad de remodelar el
cine Nápoles, situado cerca de la Sagrada
Familia , y casi en tiempo récord —a diferencia de
la majestuosa construcción ideada por Antoni Gaudí— podíamos leer en la marquesina de los
cines el título de Phenomena. Acompañado de la liturgia pertinente, el
pistoletazo de salida se dio el pasado 19 de diciembre de 2014, volviendo a
programar, a modo de talismán, Tiburón y Alien, el
octavo pasajero. Los medios de comunicación locales se hicieron eco del
evento, desprendiéndose de las entrevistas que le hicieron a Cerdà un
sentimiento ambivalente: por una parte, el orgullo de haber sido el factotum del proyecto, y por otro, el
que si el mismo fracasaba, le llevaría a citarse más veces de las necesarias
con las entidades bancarias.
Cuando equivoqué el pronóstico en torno a la acogida de la primera
proyección de Phenomena no tuve en cuenta el factor de la nostalgia que, por
una hora y media o dos horas, podía devolver a los espectadores del cine Urgell
a una suerte de “regreso al pasado”. Principalmente, este mecanismo de
razonamiento obedece a que soy una persona que siempre tiene puesta la mirada
en el presente y en el futuro, y rara vez me dejo seducir por los cantos de
sirena de un tiempo pretérito por muy satisfactorios que hayan resultado. Ello
no es óbice para seguir tratando a las personas que han formado parte de mi
vida, en virtud de calibrar hasta qué punto todos nosotros hemos ido
evolucionando y madurando. En cambio, los asistentes a esa sesión de Phenomena
perseguían un viaje en el tiempo, cuando el placer del cine se calibraba en términos
de una actividad que implicaba a un colectivo y no conforme a un acto onanista
que suele ser moneda común (salvo en sesiones concretas) cuando visitamos las
multisalas de nuestra ciudad. El título del relato corto escrito por Philip K.
Dick Podemos recordarlo por ud. al por
mayor —inspirador de la cinta Minority
Report (2002)— hubiera podido servir
de eslógan de la campaña viral de los
responsables de comunicación de Phenomena. Los tráilers, los anuncios
Movierecord, el calor generado por el público, la salva de aplausos durante los
créditos iniciales, el decorado de la sala... contribuían a modelar una especie
de ilusión colectiva. La ingesta de ese cóctel
de imágenes y de sonido se disolvía en la mente de unos espectadores, algunos
de los cuales abrazaban la cincuentena, otros se habían instalado en la
cuarentena y una nueva generación se sumaba a esta serie de citas mensuales,
alentada por el entusiasmo expresado por padres y tíos, o amigos de la familia
con vocación cinéfila. Un público heterodoxo que disfrutaba de estas sesiones
medida en términos de grandiosidad. Como toda sustancia adictiva que penetra en
nuestro cuerpo y afecta al sistema motor
de nuestros sentimientos, la experiencia precisaba de repetirse over and over. El éxtasis llegaría con la obertura del remodelado cine Nápoles —que había hechado
el cierre tiempo atrás—, incluido un vestíbulo de aires retro a juego con la propuesta del sello Phenomena. Esa misma antesala en
la que me había citado con Nacho Cerdá el día 17 de enero de 2015, al filo de las nueve de la noche, para la
presentación del libro sobre Jerry Goldsmith publicado por T&B Editores
recientemente. Al cabo, me dirigía a un centenar de personas que
ocupaban las partes centrales de un aforo que cuadruplicaba esa cifra de asistentes. Lo
primero que hice fue preguntar cuántas personas conocían la existencia del
libro. Solo cuatro o cinco personas alzaron las manos. Hablé de manera casi
telegráfica del contenido del libro, me deshice en elogios hacia la persona de
Cerdá y de su equipo, y agradecí al público por haber confiado en una empresa
de este tipo. Concluidos los cinco o seis minutos de presentación, Nacho Cerdá
se perdió en la oscuridad, a mi derecha, sin apenas mostrar un ademán de
gratitud. Dado lo parco en palabras que se mostró, parecía leer en su mente: «haz lo que
quieras, me voy a ver la película (Atmósfera
Cero) y luego la siguiente (Capricornio Uno)». Los días pasaron y no hubo sorteo de los libros en las páginas de
Facebook de Phenomena que llevé para los asistentes a ese «programa doble» Goldsmith-Peter Hyams.
Salí solo de la sala sin que nadie me acompañara. Frente a las taquillas me
esperaba Esther, mi compañera de viaje. Al salir, alcé la mirada y me recreé en
esa palabra mágica para muchos: Phenomena. Luego cavilé. «salvo honrosas
excepciones, solo les interesa ver películas, una tras otra, que les devuelva a
un lejano pasado. ¿A dónde conduce que les hables de la importancia de la música
en películas como Atmósfera Cero o Capricornio Uno?. A nada. Ellos quieren
ser niños, adolescentes. Solo eso». Por su parte, ya pocas cosas me
sorprenden de la actitud de Cerdá. No se había preparado nada sobre lo que he
hecho a lo largo de veinte años en el mundo del cine. Parecía navegar por las
aguas de un pasado remoto, sin reparar en el presente, el que debía convocarle
frente al espejo de un comportamiento acorde con su edad. El otro fracaso de Phenomena, el que no guarda relación con los números, puede darse si siguen descuidando ese trato afectivo para con personas
que hemos contribuido al conocimiento sobre cine en nuestro país, a través de
la puesta en funcionamiento de webs, escritura de libros, publicación de
revistas, artículos, etc. No solo las cifras miden el fracaso o el éxito de una determinada empresa. Por
tanto, este es mi informe de la minoría
de los que seguimos
pensando que el conocimiento del cine no proviene solo de ver películas sin
solución de continuidad. Hay algo más o quizás mucho más.
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