domingo, 25 de marzo de 2012

SUIZA, CANTERA DEL CICLISMO, DE LA «A» DE ALBASINI A LA «Z» DE ZÜLLE

Para los que amamos el ciclismo, primavera suele ser la estación del año por antonomasia presta a desempolvar esos aparatos de dos ruedas propulsados por las fuerzas y esa fe de cada uno que ayuda a subir montañas. Tiempo para ir cogiendo la cadencia del pedaleo, volver a familiarizarse con la liturgia a la que todo ciclista sea o no profesional— se acoge en aras a quebrar cualquier amago de monotonía en la práctica de este maravilloso deporte. Todo ello para encarar la siguiente estación perfectamente aclimatado a los rigores de un sol que aprieta en horario de sobremesa y hacer buena esa expresión que tributa en el campo de las obras teatrales con membrete español: Las bicicletas son para el verano. Allí donde florece la gran prueba por etapas del calendario internacional el Tour de Francia, flanqueada en los últimos años por el Giro –da su inicio en las primeras estribaciones del mes de mayo— y la Vuelta en septiembre, mes de “recuperación” para algunos de los suspendidos en pruebas anteriores de máxima exigencia. Una prueba de veintitantas etapas que había concentrado antaño la atención de los aficionados ante el televisor o a pie de carretera en época primaveral, una estación minada de clásicas de un día, vueltas de una semana, a modo de ejercicios preparatorios de cara a afrontar para algunas de sus vedettes los grandes objetivos de la temporada, léase Tour, campeonato del mundo o, cada cuatro años, las Olimpiadas toda vez que el profesionalismo ha entrado casi de lleno en el espíritu de este evento que traspasa las fronteras de lo meramente deportivo. Entre esos ejercicios de evaluación, a modo de parciales si hacemos una extrapolación del ámbito académico— la Vuelta a Suiza o el Tour de Suisse sigue atesorando una notable importancia. A punto de cumplirse el 80 aniversario de su creación, esta vuelta que cuenta con nueve etapas y que desde el año pasado forma parte de la primera categoría de la denominada UCI ProTour, tiene en el rojo su color dominante y en una cruz su forma más recurrente dentro del palmarés de su ya larga historia. Muestra fehaciente que muchos ciclistas con pasaporte helvético han sido o fueron profetas en su tierra. Una tierra bendecida por una orografía, una naturaleza franca a la práctica de un deporte tan exigente como el ciclismo en un espacio relativamente pequeño en contraste con las dimensiones propias del viejo continente. Ningún país, empero, perteneciente a Europa puede presumir de contar a lo largo de la historia reciente y no tan reciente con más ciclistas de alto nivel por kilómetro cuadrado… excepción hecha que queramos convertir la anécdota en categoría, la de los hermanos Frank y Andy Schleck coronado vencedor del Tour 2010 por la gracia divina de la UCI, en una de esas decisiones que rayan el puro delirio en detrimento de los intereses de Alberto Contador, oriundos de Luxemburgo. De ahí que no me ha extrañado en absoluto ver inscrito en lo más alto del podio de la Volta de Catalunya ‘012 –otro de esos tests a tomar en consideración para equipos aún en fase de rodaje antes de dar el asalto definitivo a las grandes pruebas el nombre de Michael Albasini, cuya etimología de su apellido puede llevarnos al pensamiento de una nacionalidad la italiana— que no se corresponde con la real.  Situación parecida a la que en su día hubieran podido despertar los nombres de Mauro Gianetti o Leonardo Piepoli, un grimpeur habilitado para las grandes gestas cuando la carretera se empinaba.
    Me alegra pensar que con Albasini la tradición helvética de grandes ciclistas prosigue y habrá una nueva hornada dispuesta a tomarle el relevo, entre éstos, Noé Gianetti el hijo de Mauro. Un fenómeno digno de estudio con un sentido de diáspora acoplada por limitaciones espaciales, en que tuvimos en un pasado lejano que no remoto— dos de sus máximos baluartes Tony Romminger (tres veces vencedor de la gran ronda de nuestro país) y Alex Zülle (su falta de visión ocular estimuló su sentido del olfato para leer las circunstancias de carrera de la mejor manera posible) campando a sus anchas por tierras españolas. Mi primer recuerdo, sin embargo, referido a un corredor suizo toma a Urs Zimmermann como protagonista, rocoso escalador que se colaría en el podio de la edición de 1986 del Tour de Francia, cubriendo un año de gloria conquistó la clásica Dauphine Liberée, el Giro de Italia y el Critérium Internacional, amén del Tour de la Suisse— para su propia satisfacción y para un deporte nacional huérfano de rutilantes estrellas fuera de los denominados deportes de invierno. La leyenda de Zimmermann contribuiría a seguir alimentando la cantera de ciclistas helvéticos evaluando, al cabo de los años, la presencia en el seno del pelotón mundial de auténticos fueras de serie caso de Fabian Cancellara u Oscar Camenzind, hijos de los Alpes Suizos.

1 comentario:

Eva PS dijo...

Buenos días,

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Eva