lunes, 20 de junio de 2011

KENNEDY-LINCOLN: EXTRAÑAS COINCIDENCIAS

Generalmente reviso el capítulo de las escenas eliminadas —si las hubiere— que se encuentran entre el material de extras de los largometrajes de ficción editados en DVD ó Bluray sabedor de antemano que pocas sorpresas me puedo llevar al respecto. A grandes rasgos, se trata de material de derribo, reiteraciones sobre algún aspecto que ya queda reflejado en el metraje estrenado en salas comerciales, o colas de escenas que redundan sobre un mismo concepto. Empero, hace tiempo reparé en los contenidos adicionales de Gattaca (1997) —la deslumbrante opera prima de Andrew Niccol— una de cuyas secuencias hubiera merecido acoplarse a su final cut. Se trata, en concreto, de la escena final alternativa (Ver enlace) en que el objetivo de la cámara del cineasta neozelandés se proyecta sobre un cielo de estrellas donde van desfilando figuras reconocidas en distintos ámbitos —el artístico, científico o político, entre otros— mientras se lee a pie de foto la enfermedad hereditaria que padecieron cada uno por separado. Ello no fue óbice para que desarrollaran sus capacidades innatas y/o adquiridas, destacando en distintas áreas del conocimiento a escala internacional. Ese determinismo genético por el que se conduce el plot de Gattaca en el marco de una sociedad futurista donde los viajes planetarios son moneda de cambio común, hubiera provocado un efecto de cribado sobre esos seres que mostraban algún «defecto de fábrica» en su ADN, obteniendo como respuesta la condición de «no-aptos» para dar descendencia. Dos de esas personalidades que se citan en ese cielo ataviado de riguroso negro por Niccol se aplicarían en el campo de la política: Abraham Lincoln (1809-1865) y John F. Kennedy (1917-1963). Curiosamente, a ninguno de ellos las enfermedades genéticas que padecieron les imposibilitaría el desarrollo del ejercicio de sus profesiones por muy exigentes que estas fueran. Se sabe que Lincoln sufrió el síndrome de Marfan —la extensión de sus dedos y lo angulado de su rostro delatan algunos rasgos de esta enfermedad autosómica (ligada al sexo) dominante— y, por su parte, el mayor de los hermanos Kennedy se vio afectado por el síndrome de Addison —relativo a un déficit hormonal— combinado con un hiperitoidismo que crearía un cuadro de dependencia farmacológica de por vida desde el periodo —al poco de cumplir los treinta años— que le fue diagnosticado. De la lista de los cuarenta y cuatro Presidentes que ha tenido, a fecha de hoy, los Estados Unidos, John F. Kennedy y Abraham Lincoln fueron los únicos —al menos, que se sepa de una forma fehaciente— de haber padecido enfermedades hereditarias que, si bien no se contabilizan entre las más severas, hubieran condicionado su calidad de vida en una vejez que, por desgracia, ninguno de ellos alcanzaría. A partir de ese conocimiento sobre esas realidades consustanciales a sus respectivos ADN’s que no trascenderían en la época de sus mandatos, fui tirando del hilo hasta el extremo de descubrir una multiplicidad de conexiones entre uno y otro mandatario que abonan el terreno de la casuística pero, de carambola, el de la fiebre por las teorías conspiradoras.
   Hace unos días un enigmático correo redireccionado por mi buen amigo Jordi Marí me colocaría nuevamente frente a ese juego de espejos que representan, en no pocos aspectos, las personalidades de John F. Kennedy y Abraham Lincoln. La lista de coincidencias podría resultar prolija y un tanto cansina. Pero lo que resulta más chocante de todo es que en su conjunto muy pocas personas de este planeta, sin vínculo sanguíneo alguno y que no formen o formaran parte de una misma época, atesoran tantos puntos de conexión a nivel de fechas, datos, etc. como John F. Kennedy y Abraham Lincoln. Cualquiera mínimamente casado con el sentido común abriría los ojos como platos al llegar a la enésima coincidencia entre sendos moradores de la Casa Blanca. Pero basta para que se sostenga una verdad como un templo —la miríada de conexiones están allí y tan sólo hace falta ciertas dosis de paciencia para cotejar y contrastar datos en distintas fuentes bibliográficas, ya sea en papel o servidas por la red— para que alguien se afirme en sentido contrario. A lo uno siempre le surge su opuesto. El pan nuestro de cada día. En ese ejercicio de negacionismo se encomienda uno de los firmantes de los apartados que documentan la biografía de Abraham Lincoln en Wikipedia. Si Abe Lincoln y John Kennedy fueron asesinados un viernes, claro, la probabilidad es de 1 a 7; si los presidentes que les sucedieron se llamaban Johnson (Andrew y Lyndon Byron) se entiende que es un apellido bastante común; si fueron elegidos por el congreso con una diferencia exacta de cien años (1846 y 1946) tampoco representa algo revelador; si sus presuntos verdugos tenían nombres compuestos (John Wilkes Booth y Lee Harvey Oswald), ya se sabe que es un elemento que se suele repetir entre los asesinos psicópatas que alcanzaron fama por la significación de sus víctimas a lo largo de la historia contemporánea (a ello me referiré en un futuro post)… Pero, una vez más, los árboles no dejan ver el bosque. Ese bosque, el de la combinación de innumerables conexiones, algunas más obvias, otras tantas que llaman al asombro (en particular, me quedo de piedra cuando releo que Lincoln fue asesinado en el Ford Theatre mientras que el coche fabricado por la Ford donde realizaría su último viaje JFK era un Lincoln…), nos debería llevar al convencimiento que dos de los máximos mandatarios de la Casa Blanca más carismáticos debieron o han debido conocerse en algún que otro momento en una vida paralela… La cinematográfica podría ser una de ellas: las líneas de diálogo se escriben por sí solas. La explicación del porqué el celuloide o el digital no se ha encargado aún de plasmar ese encuentro en la cumbre celestial entre Lincoln y John F. Kennedy —departiendo amistosamente sobre esas interminables coincidencias que les conectan fuera y dentro del despacho Oval— se debe, en buena medida, al respeto cuando no veneración que siguen despertando sendas personalidades en los Estados Unidos. En particular, a pocos años de celebrarse el centenario de su nacimiento, buena parte de la sociedad norteamericana sigue vistiendo de luto sus pensamientos al rememorar a JFK. No pierdo, sin embargo, la esperanza de que esa idea se traduzca en la gran pantalla a través de cineastas militantes de la heterodoxia del perfil de los dos «Nicolas» aún en activo —Roeg y Meyer (el de Los pasajeros del tiempo, of course), o de un Oliver Stone de retorno a sus orígenes delirantes —Seizure (1974)—, y con las antenas nuevamente orientadas hacia la Casa Blanca. Stone podría completar, de esta forma, su particular póker de Presidentes de los Estados Unidos (Lincoln, Kennedy, Nixon, George W. Bush) retratados a través de su cámara. De ser así, otro motivo de coincidencia se daría en el ínterin: nació el mismo año que Kennedy resultó electo por el congreso —1946— y, por consiguiente, cien años después que lo hiciera Lincoln. Suma y sigue.             

1 comentario:

Jordi Marí dijo...

Ho vas dir i ho has fet.

Bon article.

Una abraçada.