sábado, 11 de junio de 2011

BERNARD HERRMANN (1911-1975): EL COMPOSITOR QUE SABÍA DEMASIADO

Me produce un cierto hastío contemplar como los programadores de las salas de concierto se empecinan una y otra vez en incluir repertorios de música de Bach, Liszt, Mozart, Beethoven, Johann Strauss, el Carmina Burana de Carl Orr…(dicho sea de paso, todos ellos compositores o composiciones de incontestable calidad). Es como si de un bucle se tratara, sabedores que los asistentes a esos actos el valor de la tradición y de la liturgia juega a favor de una corriente de aguas calmas, un remanso de paz en forma de urna de cristal en contraposición con la realidad social convulsa que los circunda. Las razones de esta cerrazón de determinados programadores culturales se debe, además de los costes económicos que comporta la adquisición de partituras del siglo XX para ser reproducidas en las salas de concierto, a una actitud un tanto displicente para con aquellos compositores forjados en el audiovisual y, por tanto, facultados para ofrecer un despliegue de la mal denominada «música programática», que necesita de las imágenes para ser comprendida en toda su intensidad. Solo desde esta mentalidad se entiende que en el cumplimiento del centenario del nacimiento de Bernard Herrmann (1911-1975), acaso uno de los mayores talentos de la composición —no tan sólo cinematográfica— que se paseó a lo largo del siglo pasado, haya quedado fuera de cobertura de la práctica totalidad de las salas de concierto de nuestro país. Por un efecto meramente residual, pinceladas de sus composiciones, aventuro, se podrán escuchar en las programaciones de festivales o certámenes especializados en música de cine, del estilo del de Úbeda o Tenerife, o bien se acomodarán ciclos-homenajes en Filmotecas como la de Catalunya.
    Entre los títulos que la Filmoteca de la Generalitat presenta en este ciclo dedicado a Bernard Herrmann se encuentran algunas de mis composiciones favoritas del autor neoyorquino. Echando la mirada hacia atrás, recuerdo aquel día en que debí esbozar una sonrisa de satisfacción al comprar a un precio un tanto prohibitivo para mi maltrecho bolsillo en época preuniversitaria y tener entre mis manos una edición en disco compacto de The Ghost and Mrs. Muir (1947), con música conducida por Elmer Bernstein para la London Symphony Orchestra. Desde entonces, lo habré escuchado infinidad de veces, la que debía ser la puerta de entrada a la adquisición de una larga lista de CD’s con el sello de distinción de Mr. Herrmann. En las composiciones de Bernard Herrmann aprendí cuán importante es una partitura para una producción cinematográfica. Existe un efecto «sublimador» de las mismas en buena parte de su serie de films para Alfred Hitchcock El hombre que sabía demasiado (1956), Con la muerte en los talones (1958), Vértigo / De entre los muertos (1959), Psicosis (1960), Marnie, la ladrona (1964), pero fuera de este binomio establecido con el orondo director inglés, Herrmann contabiliza, al menos, una veintena de trabajos de una categoría que raya la perfección. Era evidente que en ese Hollywood clásico al que Herrmann perteneció sobre todo bajo los auspicios de la Fox--, muchos de sus colegas de profesión procedían del viejo continente Franz Waxman, Hugo Friedhofer, Dimitri Tiomkin, Bronislau Kaper, etc.— y, en cierto modo, compartían un similar tronco común en relación a los estandartes de la música clásica, desde el barroco hasta el postromanticismo. Pero en todo ese proceso de ir madurando conceptos e ir asimilando patrimonio europeo, Herrmann tomaría distancia con todos ellos, en buena lid, porque estuvo al amparo de la RKO, una de las grandes productoras situada en un peldaño inferior  a nivel de infraestructura y disposiciones presupuestarias de las majors, que alentaba a la experimentación en todos sus géneros y estilos. En esa disposición se moverían cineastas como Orson Welles (Ciudadano Kane, El cuarto mandamiento) o William Dieterle (El hombre que vendió su alma), asociados a un Herrmann impelido a crear su propio lenguaje musical evitando, en la medida de lo posible, seguir a rebujo de los clichés dictados por Alfred Newman o Max Steiner para las majors en las que operaban con un concepto bastante rígido (sobre todo este último) delo que debía ser la escritura para la gran pantalla. El otro factor que contribuiría a observar la música con un carácter diferencial en relación a sus coetáneos y a compositores que le precedieron, se debió a que la plana mayor de ellos posaban sus miradas en el espacio continental mientras que Herrmann, anglófilo confeso, descubrió no pocos referentes en las Islas Británicas. De tal suerte, Theodor Delius (1862-1935) se significa como un claro referente de Herrmann, en ese dibujo bucólico, pastoral de sus composiciones que juegan, a modo de contraste, con esos efectos bizarres, macerados por la sección de cuerda, que le daría carta de naturaleza en, por ejemplo, Concierto macabro (1945) o Psicosis (1960).Entre una y otra composición, Herrmann trabajaría con denuedo en el ámbito de la Fox, donde además de la magistral The Ghost and Mrs. Muir bordaría partituras para producciones, algunas de ellas no demasiado significativas desde el prisma artístico, pero que la música se sitúa por encima de las mismas con notable suficiencia. Hace unos años, coincidiendo con el estreno del nuevo milenio, Varése Sarabande sacaría al mercado una serie de tres compactos bajo el genérico Bernard Herrmann at Fox. Una buena manera para tomar conciencia que lejos de la órbita Welles o la de Hitchcock, el talento de Herrmann tuvo asidero en múltiples producciones. Pero ya se sabe que la historiografía cinematográfica suele formularse en función del mayor o menor conocimiento/significación de un determinado director. Conforme a ello, la reivindicación no ocupa plaza cuando se trata de directores de segundo nivel o perfil bajo John Cromwell, John Brahm, Henry King, Roy Boulting, etc.— Si dejamos al margen estos prejuicios, al visitar cualquier producción que lleve incorporada en su pista sonora el sello de Bernard Herrmann podremos extraer conclusiones aunque sea a través de determinados timbres, resoluciones melódicas, formas de orquestar, etc.— que hablan a favor de la inmensa categoría del autor de la partitura de Taxi Driver (1976), un precioso colofón, a ritmo de jazz, a una carrera transitada por una absoluta clarividencia de lo que demanda cada unas de las imágenes a las que debió enfrentarse. Gracias, Benny, por esa obra descomunal que se ofrece hoy en día como una de esas balizas que lucen con mayor intensidad en el inmensidad del océano de la música clásica del siglo XX.    


Invitación a escuchar en Youtube un fragmento de la banda sonora del CD de Ghost and Mrs. Muir que me abrió las puertas al cielo musical de Mr. Herrmann        

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