sábado, 6 de noviembre de 2010

PIRATAS DE LOS «MARES» DE INTERNET: PRACTICANTES DE LA DOBLE MORAL

A propósito de una entrevista que leí en un periódico, haciendo acopio de documentación para mi primer libro —La generación de la televisión, en su primigenia versión en lengua catalana—, el realizador Martin Ritt vislumbraba que las incipientes cintas de vídeo que aún se encontraban en fase de experimentación —corría 1970, al calor de la promoción de La gran esperanza blanca, rodada parcialmente en Barcelona, la «Ciudad Papal» en estos días por obra y gracia divina— podrían considerarse obras de arte en sí mismas, equiparables a los libros que conforman nuestras bibliotecas particulares. Una imagen de futuro mostrada por alguien que paradójicamente tuvo los pies puestos en el suelo de una realidad que demandaba posicionamientos críticos, pero que me debió parecer sugerente en su momento y que recojo, cuarenta años más tarde, para constatar que buena parte de nuestra sociedad no se encuentra en disposición de comulgar con ruedas del pasado... Sencillamente, en los albores del siglo XXI ha calado entre un amplio sector la idea de que el acto de robar no está asociado con el hecho de bajarte n películas, documentales, videos musicales y demás al precio «módico» de cero euros o de la moneda de curso legal que corresponda. Eso sí, las quejas del poco nivel de una gran parte de las producciones que vemos en la gran pantalla arrecian por doquier, sin reparar que esa política personal que unos muchos practican en el sobreentendido que mejor bajarte esto o aquello gratis, no reparan en la circunstancia que la industria se va empobreciendo cada vez más al no ser retribuidos creadores de todo estilo y disciplina. Siempre he abominado de esa política de pura hipocresía que practican muchos mientras luego se rasgan las vestiduras sobre los resultados de determinados productos. En eso el cine español no se ha resentido en demasía porque ya llevaba arrastrando desde años la política del «Juan Palomo, yo me lo guiso y me lo como», tirando de subvenciones para cubrir la inmensa parte de un presupuesto convenientemente hinchado. Pero cuando traspasamos fronteras comprendemos que algo serio ocurre cuando se ha abierto la veda para que las producciones escatimen partidas presupuestarias de obligado cumplimento en un pasado no muy lejano, convirtiendo, por ejemplo, a nombres propios de la calidad de James Newton Howard o Harry Gregson-Williams en meros djs al servicio de títulos como Salt (2010) o The Town (Ciudad de ladrones) (2010), en detrimento de elaborar sendas partituras con una música que invite al juego de matices verbigracia de la contratación de una orquesta por limitada en efectivos que ésta sea.
De esta paulatina pero inexorable pérdida de unos estandares de calidad —a todos los niveles— creo que cabe buscar parte de la culpa en aquellos que se amparan en el manto de la impunidad de internet por acumular en los discos duros de sus PC's una ingente cantidad de títulos de todos los formatos a coste nulo. Un private pleasure que provoca una sangría cada vez más acusada en el sector audiovisual (música, DVD's... y los e-books a la vuelta de la esquina para proceder a su expolio), que se las ingenian para atraer al hipotético comprador con precios ajustados, y con la recurrente fórmula del 2x1 por si el plan B falla. Si se tuviera en mente que a mediados los años ochenta en los videoclubs para hacerte socio se debía pagar unas 20.000 Ptas de la época por tener en préstamo o propiedad un VHS —según las condiciones de cada superficie— y que ahora por mucho menos tenemos esa misma película con una calidad de imagen y de sonido muy superior, provista de la versión original y la doblada (el algunos casos con subtítulos en varios idiomas) y con material extra concerniente al rodaje, al contexto de la época en que se filmó, piezas sobre el director y/o los intérpretes, algunos deberían bajar la cabeza y entender que con algunas de sus prácticas onanísticas están dinamitando la industria. Descargarse películas con total impunidad en determinados sectores está visto como algo cool, que llama más al colegueo que a otra cosa. Bien es cierto que un servidor ha tenido que recurrir a copias bajadas de la red suministradas por algunas personas pero con el deber de cubrir algún flanco profesional referido al comentario de bandas sonoras o de producciones no disponibles /agotadas en el mercado del DVD.  
Sigo quedándome, pues, con esa imagen profética del hoy olvidado Martin Ritt, dando una importancia pareja a un DVD, un libro o una pieza musical, ocupando plaza en algún rincón del hogar, prestos a ser degustados como obras de arte que son. Pasar por una tienda no es grato para el bolsillo de nadie pero saber que ese dispendio por determinado producto puede redundar a favor de la cultura es un acto que debería formar parte de nuestro ADN. Con someterse a la dictadura de «bajo todo lo que pillo» en la red estamos consolidando una sociedad cada vez más pobre, mezquina y que da la espalda a los creadores, algunos de los cuales han debido de cambiar el traje de artistas y ponerse el de sucedáneos de los mismos. Sus nombres, entre una infinidad de grandes talentos, dj Newton Howard y dj Harry Gregson-Williams, residentes en el New-Hollywood que, a este paso, dentro de varias centurias tendrá un aspecto más desolador que los estudios de la Twentieth Century-Fox cuando, entre otras lindezas, los sobrecostes generados por la mastodóntica producción Cleopatra (1963) le dejaría a las puertas de la bancarrota. Y ya se sabe que la historia tiende a repetirse, aunque los motivos de las debacles sean bien distintas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

? Y ES LICITO QUE ALGUEN POR HACER UNA SEUDO OBRA DE ARTE (JULIO IGLESIAS POR EJEMPLO)TENGA MILLONES DE DOLARES EN SU CUENTA CORRIENTE Y EN SU PATRIMONIO? O QUE ALGUIEN CON EL DON DE LA INTERPRETACION GANE EN UN MES LO QUE UN CIENTIFICO DE RENOMBRE EN TODA SU VIDA?

Christian Aguilera dijo...

Hola:

Dejando al margen la explotación que cada uno haga de su obra (particularmente el ejemplo de Julio Iglesias me vale como alguien sobredimensionado por el efecto de campañas que poco o nada tienen que ver con su calidad como cantante)pienso que el hecho de comprar una obra original es una forma de premiar a ese cantante, grupo,compositor, director de cine, película, intérprete o creador(es) que a uno le gusta. Si uno se baja de internet una determinada obra o pieza flaco favor se le(s) hace(n), aunque tengan las arcas bien repletas. Esa no debería ser la vara para medir, pienso humildemente. Respecto a la equiparación entre lo que cobra una estrella de cine o un científico, por descontado que me parece una desproporción injustificable. Lo mismo sucede con deportistas de élite. La comunidad científica me parece, en términos generales, que debería tener una remuneración económica de media muy por encima de deportistas, cantantes o intérpretes, pero generalmente el rendimiento de los primeros es al largo plazo y lo que cuenta, además de la repercusión mediática, desgraciadamente son los beneficios al corto plazo.

un saludo