domingo, 21 de noviembre de 2010

EDWARD BUNKER: DE PRESIDIO A PRIMERA PÁGINA

Edward Bunker
A propósito de una conversación mantenida durante una comida y su posterior sobremesa con un grupo de personas en un clima de cordialidad y afabilidad encomiables, surgió a colación la figura de Edward Bunker (1933-2005). Algunos asociarán a Bunker como el Mr. Blue de Reservoir Dogs (1991), pero aquel hombre al que llegué a conocer a lo largo de una ya lejana edición del Festival de Cine de Gijón y que se colocaría a mi espalda mientras se proyectaba en 16 m/m Libertad condicional (1978) (debo confesar que mi atención a la pantalla no fue completa), basada en sus propias experiencias vitales que cobraría forma en los libros No Beast So Fierce (1973) y Mr. Blue: Memoirs of  a Renegade (1999), se cuenta entre aquellos self made men en presidio... para la causa literaria. En su momento, dentro de este mismo blog me ocupé de las andaduras de Sir Jeffrey Archer (Ver enlace post Haldane), dejando una invitación para hablar más adelante de otros personajes que desfilaron por penitenciaría y que obtendrían su rehabilitación cara a la sociedad a través de la escritura. En cuanto a Bunker, éste me revelaría en el curso de una larga entrevista (al final la misma quedaría inédita por motivos insondables) que leía un ritmo de dos o tres libros de media a la semana, cuestión básica para ir capturando vocabulario y estructura narrativa para dar acomodo a sus propios escritos. No obstante, el «toque Bunker» quedaría preservado en la asimilación propia de la jerga utilizada por adolescentes o jóvenes delincuentes dentro de su particular serie negra de obras, un par de cuyos títulos han visto la luz recientemente en las librerías. Se trata de Perro corre perro (2010) y Stark (2010), que se suman a la ya publicada No hay bestia tan feroz (2009); todas ellas bajo el sello Salajín (enlace a web Editorial). Podemos recrearnos con la narrativa de Bunker, pero no debemos perder de vista que semejantes páginas surgen de experiencias personales nada edificantes que se resolvían a golpe de atracos a entidades bancarias. Bunker purgaría sus pecados de juventud en la trena, y al conocer que el cine había prestado atención a su opera prima empezaría a cogerle el punto de aparecer en la gran pantalla con cierta periodicidad en papeles secundarios o prestándose a cameos. No me extrañaría, pues, que Quentin Tarantino le diera algún día por «resucitar» al Bunker-literato, y sacara a pasear las miserias de esos personajes desnortados que desfilan por Perro corre perro y Stark —en una velada alusión-homenaje al Richard Stark, pseudónimo utilizado por Donald E. Westlake para la publicación de The Hunter (1965),  base argumental de A quemarropa (1967), dirigida por John Boorman—. Mientras tanto, podemos familiarizanos con esa vertiente de un polifacético personaje al que escuché una frase lapidaria que ha quedado grabada en mi memoria para siempre: «fuera de la cárcel te valoran por lo que tienes; dentro te valoran por lo que eres».
   Con Bunker situado en el mapa literario en lengua castellana, los especialistas en la materia deberían redefinir los contornos del entramado de subgéneros que aglutina la novela negra y, en especial, de la hard-boiled cultivada por notables como Dashiell Hammett, Raymond Chandler u Horace McCoy. Harían bien diccionarios del estilo de los pergeñados por Xavier Coma —toda una institución en este campo— en incorporar para futuras ediciones (con permiso del poder virtual omnipresente en nuestros días) una entrada relativa a la persona de Edward Bunker, en su prospección por un mundo que conocía al dedillo y que le ha situado como uno de los escritores practicantes de un nuevo género que podríamos colegir en bautizar heavy-boiled. A la vista de la crudeza y lo desgarrador de esos relatos escritos en carne viva, no nos queda otra que pensar en una novela negra criminal hecha por criminales como una vara más para medir la distancia que separa la realidad de la ficción. Si fuera así, Chester Himes (1909-1984), José Giovanni (1923-2004) —una de cuyas historias dio pie a una de las mejores películas que he visto en mi vida: Le trou / La evasión (1959), dirigida por Jacques Becker hasta le deuxième souffle— o Bunker deberían contabilizar esta distancia dual en unidades centesimales más que en metros siguiendo esta singular métrica.

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