domingo, 19 de septiembre de 2010

VICTOR HALPERIN EN SCIFIWORLD (Nº 30)

En mi tercera contribución a la revista especializada en cine fantástico Scifiworld he publicado en su número 30, el correspondiente a septiembre de 2010, un estudio sobre Victor Halperin (1895-1983), director al que el buen aficionado al género de terror asocia de forma inmediata, a modo de acto-reflejo, con La Legión de los hombres sin alma (1932, White Zombie), protagonizada por Béla Lugosi. Este artículo, salvo desconocimiento de un servidor, es el primero que se publica en lengua castellana en papel, tratando de extender el radio de acción de la contribución de Victor Hugo Halperin a otras producciones, si acaso menores en comparativa al que sigue siendo el primer film oficial sobre «muertos vivientes» de la historia del cinematógrafo. Aparte de su producción fantástica que tuvo en su hermano mayor Edward Halperin un apoyo diría que imprescindible, Victor Halperin participó en bastantes films ubicados en el campo de la comedia y los relatos de misterio, pero su contribución más significativa se daría en un género en que trató de innovar a través de un tratamiento visual que muy pocos coetáneos se atrevieron ni tan siquiera a imaginar. De ahí que la revisión de La legión de los hombres sin alma, rodada en el corazón de Haití, me haya permitido prestar atención a una escena en que la pantalla se fragmenta para dar cabida a escenas que suceden en espacios distintos. Podríamos, por tanto, hablar de una primitiva muestra de split screen («división de pantalla»), que en los años sesenta y setenta cobraron notable importancia en manos de directores como Richard Fleischer (El estrangulador de Boston), John Frankenheimer (Grand Prix), Norman Jewison (El caso de Thomas Crown) o Brian de Palma (El fantasma del paraíso).
Vaya por delante que nunca he comulgado con el cine de zombies —los fans de este subgénero se pondrán las botas con este monográfico editado por Scifiworld— pero siempre he procurado ver aquellas producciones que, en mayor o menor medida, han sido clave para la evolución (o involución, según se mire) del cine fantástico. La conclusión sobre tentativas de resucitar éxitos de antaño, llámese clásicos o piezas de culto, en forma de remakes, precuelas o spin-offs generalmente me ha llevado a la desazón y rara vez los números romanos que se sitúan a continuación de un meritorio título me llama la atención. Más bien, suelo desconfiar, como en el caso de Saw (2004), de la que ví en el momento de su estreno casi sin proponérmelo pero luego desistí de seguir un filón que en tan sólo un lustro ha generado... seis secuelas!! y un buen puñado de sub-sucedáneos. En la época en que los Halperin se encontraban en activo estas operaciones por rentabilizar el éxito de un determinado producto también estaban a la orden del día, pero con un sentido más sutil —a la par que engañoso— al jugar con la credulidad del espectador. De ahí que, por ejemplo, White Zombie conociera una suerte de remake, Revolt of the Zombies (1936), que más bien es un pálido reflejo de las excelencias del film seminal y su continuidad argumental brilla casi por su ausencia. Eso sí, entre una y otra producción Victor Halperin rodaría Superatural (1935), una película a descubrir que encuentra alianzas con la obra maestra de Edmund Goulding El callejón de las almas perdidas (1947), en la presentación de individuos que esconden tras de sí una ruindad moral en el ejercicio de visionar presuntos espectros en el curso de sesiones de espiritismo. Gobernada por la categoría interpretativa de Carole Lombard —en un desdoblamiento de personalidad—, Supernatural invita a pensar que el talento de Victor Halperin no quedaría confinado únicamente a White Zombie, una adaptación libre y parcial de la novela La isla mágica: un viaje al corazón del vudú (Valdemar Ediciones, 2005), de William B. Seabrook, un personaje de lo más pintoresco del que me ocuparé en un futuro post en el Mundo de Haldane.

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