lunes, 15 de abril de 2024

«LAS HUELLAS DEL SOL» (1983) de WALTER TEVIS: UN «BUSCAVIDAS» ESPACIAL

 

Durante los tiempos de la pandemia de la COVID-19 en las plataformas digitales llegaron dos miniseries unidas por un mismo tronco en común: Walter Tevis (1928-1984). La primera en ser emitida, Gambito de dama (2020), no había sido adaptada previamente a la gran pantalla, a diferencia de El hombre que cayó a la tierra (2021-2022), cuyo precedente cinematográfico sigue formando parte del amplio repertorio de producciones guiadas tras las cámaras por Nicolas Roeg ociosas de ser catalogadas de cult movie o, en su defecto, de películas malditas. Tevis hizo su debut como novelista de ciencia-ficción precisamente con The Man who Fell to the Earth (1963), aún reciente en la memoria de los aficionados al cine la excelente adaptación al celuloide de El buscavidas (1958) a cargo de Robert Rossen.

   En la que, a la postre, sería la recta final de su trayectoria vital, Walter Tevis abordó la escritura de un par de novelas que le volverían a situar en la senda de la sci-fi. Presumiblemente, Enrique Redel y su cuerpo de colaboradores de Impedimenta, repararon en el nombre de Tevis a partir de conocer el contenido de los siete episodios que conforman la miniserie de Gambito de dama. Al escarbar en su obra dieron con dos gemas preciosas, Sinsonte (1980) y Las huellas del sol (1983), prestas a ser publicadas en lengua española y, de esta forma, abonar el espacio de la ciencia-ficción dentro del sello madrileño. Tras la lectura de sendos libros la apuesta de Impedimenta razona sobre la idea de integrar en la excelsa editorial varias de las piezas literarias fundamentales del género fantástico y de la ciencia-ficción (en su derivada distópica) surgidas más allá del nombre propio de Stanislaw Lem en la pasada centuria. Cuando el propio escritor polaco tan solo acertaba a nombras a Philip K. Dick conforme a un colega de profesión digno de ser destacado entre los del «bando» estadounidense, presumiblemente no hubiese sido captado por su radar Sinsonte y Las huellas del sol, debido a que Tevis estaba a años luz de ser considerado un autor reconocido dentro del género en el viejo continente. Al igual que Dick, Tevis nació en 1928, dejando patente una concepción pareja sobre la raza humana que camina hacia su extinción fruto de su propia vanidad y capacidad de autodestrucción en un planeta cada vez más capidisminuido en sus recursos naturales «clásicos» en el devenir del siglo XX, esto es, el carbón y el petróleo. El carácter visionario de Tevis (profesor de Literatura Inglesa y Escritura Creativa) queda patente en varios pasajes de Las huellas del sol cuando, por ejemplo, hace referencia a los coches electrónicos que se integran en el «paisaje» urbano de las grandes ciudades o deja que su fértil imaginación muestre una suerte de impresora 3-D («Introduces los pies en un precioso dispositivo llamado “lector de contorno” y el puñetero trasto te hace un par de Adidas ahí mismo»)en una inmensa galería. En contrapartida, el escritor californiano yerra al pronosticar, a más de treinta años vista, que «la última gasolinera de Estados Unidos cerró cuando yo tenía cuatro años», esto es, al cabo de cumplir cuatro años Benjamin Belson un apellido fonéticamente muy próximo al Eddie Felson de The Hustler, el (anti)héroe de una función literaria que se proyecta en el tiempo al año 2064, en que el futuro de la Tierra depende de su supervivencia de los recursos naturales provenientes de otros planetas. En una toma de decisión propia de un ególatra en grado superlativo, Ben Belson bautiza con su mismo apellido un planeta que ha descubierto junto con otros tripulantes de la nave Isabel. De allí extrae el que podría ser un sustituto para el petróleo y el carbón, un salvoconducto para ser venerado por su país de nacimiento, del que el multimillonario lanza uno de sus dardos envenenados al confesar durante su visita a la Ciudad Imperial de Pekín, al rescate de su esposa, que «la verdad es que nada de lo que se hace en Estados Unidos es de primera categoría salvo las teles y las patatas fritas. Me refiero a la televisión en sí, porque nuestros programas son para cretinos». Sin margen de error, Belson habla por boca de Tevis, quien a sus cincuenta y cinco años –una edad similar a la del millonario cosmopolita oriundo de Ohio— brindó la que, a mi juicio, se corresponde con una de las grandes novelas adscritas a la ciencia-ficción de perfil distópico del último tercio del siglo XX. Al año de su comparecencia en librerías de este hito de la sci-fi, Walter Trevis falleció dejando tras de sí una huella firme en el suelo de un género por cuyos derroteros no hubiesen apostado que se podría conducir el autor de El buscavidas a los ojos de infinidad de lectores de la época en que vio la luz.  


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